TusTextos

Fragmento de "el Engaño"

Ni siquiera las más exactas y punzantes palabras hubieran sido suficientes para describir el dolor en su mirada. Sus ojos negros temblaban incrédulos y brillosos, expectantes de una escena que le significaban algo peor que la mismísima noticia del fin de los días. Todo su cuerpo deseaba desatarse, escapar de aquélla posición cadavérica y estática que había adoptado involuntariamente. Sus sentidos parecían haberse apagado, dejando sólo un dolor agudo y latente, que aguijoneaba su garganta con la fuerza de un punzón, síntomas de una angustia que acaba de abordarlo con violencia.
Frente a él, como una típica escena juvenil, un muchacho besaba apasionado los labios de una jovencita muy hermosa, acariciando su cabello negro y de ondas brillantes con el ardor que sólo un verdadero amante podría tener.
Y sólo ver esto, para el joven de ojos negros, era sentir cómo la muerte iba arrancando sin misericordia y con mucha parsimonia lo poco que iluminaba su vida. Cada roce, cada brillo, cada aliento, cada beso, cada caricia que ambos compartían era un golpe más que constituía una dulce pero venenosa muerte al corazón.
Sucedía que el muchacho de ojos negros conocía a ambos sujetos. La muchacha era nada más ni nada menos que su vida, su esencia, lo que iluminaba su alma, lo que le permitía sentirse vital… era su novia. Y el otro, en quien había confiado, donde había creído que no podría encontrar más que confianza, lealtad, fortaleza, justicia y cobijo, era su mejor amigo.
¿Podía haber algo más cruel? ¿Era posible acabar de peor forma con la vida de una persona? No. No. Definitivamente no.
Cuando por fin consiguió articular movimiento, el muchacho de ojos negros se volvió sin pensarlo y caminó marcialmente por la vereda, sin siquiera atreverse a voltear. En el frescor de la noche, sus pasos resonaban con un vacío espectral.
Las lágrimas que le corrían por las mejillas le resultaban más corrosivas que el ácido; con arrebato las quitó. No podía ver. No podía escuchar. Ya no podía sentir. En verdad no era que no pudiera, no quería. Sus piernas se movían por sí mismas, sabiendo que lo único que en ese momento debían hacer era alejarse de la casa de aquélla que alguna vez había sido lo único que valía la pena. ¿Qué había hecho mal? ¿La había provocado algún daño? ¿En qué había fallado?
Cruzó una calle como un fantasma.
—¡¿Por qué, por qué?! —rugió entre dientes, luchando por ahogar la ira. Aunque realmente no sabía qué sentía en aquellos momentos. Una tormenta, eso era su mente.
Julioverne16 de octubre de 2008

2 Comentarios

  • Julioverne

    Espero q les guste =)

    16/10/08 11:10

  • Mejorana

    Dices que es un fragmento y no se si hablas de una obra tuya o de otra persona.
    Valdr? la pena que lo aclares.
    Saludos.

    22/10/08 10:10

Más de Julioverne

Chat