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Relato Corto (ked)

Un olor nostálgico, un sabor agradable, un sonido tranquilizador y una sonrisa en mi rostro… son el resultado cada vez que recuerdo mi infancia en Yidril, mi tierra natal.
Soy Ked Phanalêth y este es el relato del niño y del hombre antes de sus días de aventura…

Yidril, mi querida Yidril… Una aldea de granjeros en la que conviven humanos, elfos y semielfos con poco fuera de lo común para alguien de paso y con mucho de diferente para sus habitantes. Podrías vivir toda una vida en ella y nunca cansarte de sus cambios estacionales únicos… El verano era de un verde resplandeciente que invitaba a llenar los pulmones de aire, mezclado con matices dorados provenientes de su vegetación y sus plantaciones. En otoño desaparecía completamente el verde para convertirse en un extenso pasto dorado bañado en una lluvia de hojas multicolor: rojas, verdes y amarillas por doquier. El otoño daba paso al invierno en el que la gélida masa blanca era el predominio absoluto; colinas, árboles, casas e incluso el lago se rendían ante el gigante albino. Finalmente, en primavera, volvía de repente la vida como el ave fénix que revive de su lecho de cenizas, y con ella el verde y la flora en todo su esplendor.
De todo este sinfín cambiante, de esta hermosa danza de colorido y vida, eran testigos habitantes y construcciones que recibían cada cambio como una bendición de tiempo felizmente pasado.
En una de esas edificaciones a orillas del lago Lil, es donde nací yo un caluroso día de primavera…
Todavía a día de hoy sonrío cada vez que pienso en el cúmulo de quebraderos de cabeza que les causé a mis padres… que a parte de vigilar las cosechas tenían que dar cuenta de los destrozos que iba causando su pequeño hijo.
Fue ya a la temprana edad de 4 años cuando el grupo comprendido por el pequeño Ked, Phil Lôlill, el vecino semielfo de la otra orilla del lago; Netha Mishtra, la joven elfa de la otra parte del pueblo y el así mismo denominado Ergos el magnífico, el menor de todos ellos; comenzaron a ser conocidos en Yidril como el terror de los pastos…
Se nos atribuía desde el hurto de tomates de la granja del viejo Bolor, hasta el contrabando (a pequeña escala por supuesto) de frutos de Kod, un manjar que crecía en los bosques exteriores al pueblo y que era un manjar entre los más pequeños.
Incontables eran las veces que se repetía la escena de nuestros padres pidiendo disculpas ante el consejo civil por nuestras travesuras… creo que de no ser por el aprecio que sentían los aldeanos por nosotros, nos hubieran exiliado del pueblo, y es que en el fondo era el tema de conversación del mercado del pueblo… siempre empezaba con un “¿Sabéis lo último del cuarteto? “ Y enseguida se formaba un corro y se comentaba lo acontecido. Por supuesto todo ello desembocaba en un nuevo castigo de nuestros padres, pero no por ello cesábamos y en cuanto nos era permitido salir, ya estábamos planeando otra nueva misión… que Heironeous bendiga a nuestros padres por su infinita paciencia.

Y así pasaban los días de nuestra infancia, sin prestarle atención a mucho más nosotros vivíamos nuestro presente de esa manera… Sólo había una cosa que a mis amigos y a mi nos gustaba más que nuestras incursiones diarias en búsqueda de Kod o la cara de enfado del viejo Bolor, y era contemplar a los paladines de la orden de Heironeous entrenar desde el viejo olmo que sobresalía por encima del muro de la academia… no eran pocas las horas ni pocos los sobresaltos y símbolos de admiración que surgían desde aquella elevada y privilegiada posición.
Era maravilloso contemplar a esos guerreros de lo sagrado volver de sus gestas, caminando por los caminos de vuelta a la aldea con semblante victorioso…

Fue creo a la edad de 10 años cuando los cuatro nos hicimos la misma pregunta: “¿Y por qué no?”. Todavía hoy recuerdo la cara de asombro e incredulidad de mi padre cuando un pequeño que apenas levantaba un metro del suelo le confesó su deseo de unirse a la Orden junto a sus tres amigos… Y la carcajada que le siguió por supuesto…. Debido a la incredulidad de mis padres, bueno, de nuestros padres… nos dirigimos indignados a Sikil, el máximo responsable de la Orden en nuestra aldea y el mejor paladín en muchas leguas a la redonda. Tras la exposición de nuestros argumentos y deseos su reacción fue una réplica paterna… ¿Qué podíamos esperar después de tantos años de pillerías? Pues lo normal… y más que por nuestra conocida reputación, el problema era nuestra temprana edad… los críos y sus caprichos… ya se sabe.

A partir de ese día y debido a la desconfianza de nuestras palabras a oídos de todo adulto a 1 milla a la redonda, y en un pequeño claro en el bosque colindante al pueblo nos propusimos aprender el arte de la espada por nuestra cuenta intentando recrear los movimientos que observábamos al mediodía en la academia… Por supuesto sobra decir que las únicas armas que poseíamos eran meros palos que encontrábamos por el bosque y que se asemejaban lo más posible al arma preferida.
No recuerdo el tiempo que estuvimos haciendo lo mismo día tras día… tantos que las tardes en los mercados se habían convertido en aburridas sin relatos que contar sobre “el cuarteto”… y de repente el pueblo volvió a su paz de hacía 14 años.
Fue en una tarde de verano mientras nos intercambiábamos golpes en la cabeza, no se puede llamar de otra manera, cuando vimos la oportunidad de elevar el nombre de nuestra peculiar comunidad a un nivel superior. La idea fue seguir una expedición de paladines que salía del pueblo una noche en dirección de una de los pueblos vecinos en su ayuda. Necesitaban una pequeña fuerza para acabar con un nido de goblins que recientemente se había asentado en las proximidades del lugar y que desde entonces no paraba de saquearlos entre otras cosas de mayor índole. Evidentemente esto nosotros no lo sabíamos y en lo único que dimos cuenta fue en que la duración del trayecto no sería muy larga y que como mucho tardarían medio día en regresar. Sólo se nos pasaba una idea por la cabeza, ver a los idealizados guerreros en acción… cuanto podríamos aprender, que menos decir que la anécdota nos colocaría entre nuestros conocidos al nivel de los mayores aventureros de la aldea… No había mucho más que pensar más que en coger lo necesario para el viaje, ropa de abrigo y por supuesto “el madero”, por si acaso….
La fuga no fue difícil y en poco tiempo estábamos a la estela de los apresurados paladines. Sikil había dispuesto que se enviasen tres paladines recién nombrados para socavar el problema, los goblins no son la mayor de las amenazas de Faerum y una pequeña fuerza debería ser más que suficiente. La celeridad de los paladines y el ruido de sus armaduras al apresurar el paso sin duda fue una ventaja a la hora de seguirlos… no estaban preocupados por posibles emboscadas, en caso de recibirlas lo harían con las espadas en alza, lo importante era llegar a tiempo y el pueblo vecino distaba apenas unos minutos a buen ritmo.
Fue poco el tiempo que tardaron en llegar a su destino, el pueblo minero de Bellrock. El alcalde de la ciudad había sido avisado de la llegada de los píos guerreros y salió a recibirlos. Durante un rato estuvieron hablando, seguramente de los detalles de su misión, y al cabo de un rato reiniciaron su búsqueda montaña arriba.
Recuerdo que siempre habíamos querido ir a la montaña del paso minero, decían que en ella había cuevas que dejaban en evidencia incluso a los mismísimos palacios élficos más bellos. Poco a poco al ir subiendo en la lúgubre oscuridad nocturna y únicamente guiados por los halos de luz de las antorchas móviles que se alzaban ante nosotros; nos dimos cuenta, con una sensación entre desilusión y temor, que esa noche veríamos poco de esas maravillas arquitectónicas, que esa noche tenía reservado para nosotros un plato más fuerte y amargo si cabe.

Subestimamos la percepción de los paladines y lo descubrimos al entrar en la cueva de su destino. A pesar de haber esperado unos minutos después de su entrada, fue al poner un pie en la citada cueva como de los laterales de la misma surgieron las tres figuras plateadas para detener nuestro avance. Nuestra respuesta a tal sobresalto a parte de una cara pálida como la luna nocturna fue el repentino choque de nuestro trasero con la fría piedra. Tuvimos suerte de hallarnos en una cueva hostil para ellos porque la reprimenda hubiese sido tremenda. Evidentemente los tres guerreros de los cuales percibíamos ahora su identidad: Hota, Kelgoroth y Nibil, sabían perfectamente quienes éramos y de todas las personas de la aldea no se sorprendían de que fuésemos nosotros quienes estaban tras sus pasos. Pero la situación era más importante que el reproche y castigo de cuatro niños, tenían un encargo del mismísimo Sikil y no debían demorarse, no les quedó más remedio que llevarnos en la retaguardia durante su incursión ya que dejarnos en la entrada de la cueva sería imprudente y dejar allí a un hombre lo sería más para su misión.
El tiempo pasaba y los goblins iban reduciendo su número a cada paso de los paladines. Nosotros, con mirada atenta observábamos cada estocada y cada movimiento de nuestros ya idolatrados guerreros. No había ni una señal de miedo en nuestros rostros, entre esos tres guerreros nos sentíamos protegidos. La sensación de seguridad y tranquilidad se esfumó tan rápidamente como Nibil abría un portón de lo que debía ser el nivel más profundo de la cueva. La visión que contemplamos nos dejó sin aliento, y es que nada había preparado a nuestras retinas para lo que tenían enfrente. Los goblins habían sido diezmados, pero los que los comandaban estaban en aquella gran estancia y el problema es que tenían poco de la diminuta raza escuálida.
Yo jamás había visto a un orco y jamás había visto a un huargo, tan sólo había oído historias de su ferocidad… mis compañeros y yo poco tardamos en presenciarla. Apenas duró unos minutos, los tres paladines no pudieron hacer nada en contra de diez orcos y sus compañeros cánidos… Apenas derribaron a un par cuando los tres fueron abatidos.
Y ahí estábamos nosotros, en mitad de un charco de sangre, rodeados de media docena de orcos con cara de intriga al encontrar en su morada a tan diminutas criaturas acompañados por guerreros.
Apenas fueron unos segundos pero recuerdo que por mi mente pasaron un millón y medio de preguntas y cuestiones, todas ellas se resumieron en un comportamiento colectivo… correr a la salida. Por suerte o por el motivo que fuese, conseguimos llegar al linde de la entrada de la cueva. Nuestros perseguidores ya cansados de juegos “de niños” nos cerraron el paso de salida con sus sirvientes cánidos. El rostro de intriga de las feas bestias había desaparecido para reflejar ahora uno de ira. No había salida, no había esperanza, sólo podíamos arrepentirnos de nuestra escapada nocturna antes del golpe que acabaría con todo. Eso es lo que pensábamos justo antes de que los tres huargos tras nosotros dejasen de respirar, casi simultáneamente la mitad de nuestros perseguidores todavía con semblante furioso caían de espaldas llenos de flechas. De la noche exterior salieron dos figuras familiares: Sikil y Darthia, instructores de la academia del pueblo, antes de que los orcos restantes se repusiesen de la sorpresa de la inesperada matanza que ahora yacía a sus pies, el arco de Darthia y la espada de Sikil daban cuenta de ellos en nombre de sus compañeros caídos en los niveles inferiores de la cueva.

El viaje de vuelta al pueblo fue como una procesión silenciosa. Ante la noticia de los novicios muertos ni siquiera nos reprocharon nuestra presencia allí. En vez de una vuelta tranquila discutiendo los pormenores de la misión con sus alumnos, el amanecer que procedió al alba fue como una marcha fúnebre en memoria de los tres cuerpos que ahora estaban en la carreta tirada por bueyes que iba en nuestra vanguardia.
En los días siguientes al incidente de Bellrock, la aldea salió de su apacible y risueña rutina y se tornó en una colectiva muestra de dolor. Las ceremonias y las muestras de afecto a familiares y amigos de los caídos fueron innumerables e incluso el bullicioso mercado y la incansable academia de Heironeous detuvieron su actividad durante unos días.
En cuanto a nosotros, nuestra persecución nocturna no quedó impune a ojos de nuestros progenitores al igual que había pasado con Sikil… El castigo fue severo, solamente alivianado por el alivio de nuestros padres al tenernos de vuelta sanos y a salvo.

Después de aquel día fatídico nada fue lo mismo para nosotros. La visión de los paladines caídos frente a nosotros había dejado una terrible marca en nosotros, no de terror sino de impotencia. Muchas veces hablamos sobre la incapacidad en aquel momento de no poder hacer nada ante la muerte de nuestros protectores, y en cierto modo, nos sentíamos responsables.
Ante tal preocupación nos volvimos a dirigir al único sitio en el que podían mostrarnos el camino adecuado a seguir ante nuestra encrucijada vital. Así, con una determinación renovada, nos presentamos en la academia ante Sikil y le expusimos nuestra preocupación. Fue en el invierno de mi decimoquinta primavera cuando escuché las palabras que me acercaban al sueño que había estado persiguiendo toda una vida, todavía hoy las recuerdo con claridad: “Yo no os puedo decir lo que habéis de hacer. Comprendo vuestro dolor, es un sentimiento totalmente humano. Yo mismo me siento culpable por no haber podido prever los acontecimientos de aquella fatídica noche. Lo único que puedo hacer ahora es ser vuestro guía, vuestra luz durante el camino. Os enseñaré algo a lo que aferraros mientras estéis en la oscuridad maldiciendo y combatiendo el mal. Os daré el camino de la paz y la justicia. Bienvenidos a la academia de Heironeous. Soy Sikil, paladín en jefe de Yidril y guerrero divino, seré vuestro instructor durante estos años venideros. Os estaba esperando.”

Los años pasaron y mis tres amigos y yo fuimos instruidos concienzudamente por Sikil en el arte de la guerra, la diplomacia, la devoción y la fe. Cada uno de nosotros se especializó en un campo dentro del combate. Phil, mi amigo semielfo se especializó en la espada bastarda; Netha eligió el mayal y la ballesta como sus armas predilectas; Ergos escogió el espadón y yo me decanté por el dominio de la espada larga, el arma distintivo de la Orden. El entrenamiento fue arduo y largo… pero los 5 años parecieron volar entre lección y lección, desde tareas básicas y de aprendizaje en los primeros años hasta misiones en las afueras que nos servirían como experiencia en el futuro.

Fue un verano ya hace 5 años cuando decidimos partir de Yidril para ofrecer nuestra habilidad al resto del mundo. Las despedidas siempre son tristes… dejas atrás recuerdos, familia y amigos; pero debes seguir tu camino. El día de nuestra marcha siempre lo recordaré, mucho fue dicho en nuestro nombre, expresiones de ánimo, de coraje, de orgullo y buenaventura. Las tengo cada día presentes en mis oraciones. Gracias Yidril, gracias padre, gracias madre y gracias Sikil, sin ti aún estaríamos perdidos.

Partimos una mañana temprano aguantando lágrimas y sentimientos cual presa aguanta un río y miramos hacia delante. Sin darnos cuenta llegamos al fin de nuestro viaje en común, “La encrucijada de Niiphil”, una división de caminos en la que habíamos decidido separarnos para seguir sendas diferentes.

Los minutos parecieron horas y nos quedamos los 4 pensativos mirando los unos a los otros en un intento de contemplar el semblante de los compañeros con los que habíamos compartido 20 años de existencia, que habían sudado juntos corriendo por campos y bosques, que habían llorado en momentos de dolor hombro con hombro y habían reído en momentos de felicidad. “El cuarteto terrible” se disolvía en ese preciso momento, ahora cada uno debería escribir su propia leyenda. Así que juntamos cabezas en círculo como en los viejos tiempos y entre lágrimas y sonrisas nos dijimos el último adiós.
Los 4 caminos yacían ante nosotros… 4 caminos, 4 guerreros…. era como un mensaje subliminal del destino, era nuestro momento en la historia. Y sin más, partimos sin mirar atrás, siempre mirando hacia al horizonte.

Desde entonces muchos lugares he visitado y muchas personas he conocido. He vivido un gran número de aventuras, derrotado innumerables dificultades y roto unos cuantos corazones al partir en busca de nuevos horizontes que salvaguardar.
La vida de un paladín está sujeta a la devoción y a la aventura, ¿verdad Netha?, ¿verdad Phil?, ¿verdad Ergos?.....es cierto, ¿verdad maestro Sikil?
Sólo espero algún día volver a reunirme con mis tres compañeros de antaño y juntar nuestras cabezas en memoria de las memorias vividas y por vivir.
Kedth26 de septiembre de 2008

2 Comentarios

  • Kedth

    Relato basado en el universo D&D escrito hace como un mill?n de a?os...

    Salu2

    26/09/08 05:09

  • Arianne

    Interesante relato ?pico de paladines... Ya te hab?a dicho en su momento, Keth.
    Gracias como siempre por leer, darme tu opini?n en las cosas que escribo y en las disparatadas ideas que a veces tengo para futuros relatos..
    Bueno, me despido. Un abrazo.

    26/09/08 07:09

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