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Las Crónicas Del Ayer - Capítulo 3

Los tres chicos se encaminaron lentamente subiendo una empinada cuesta.
Tan lento era su andar que la gran mayoría de aldeanos les adelantaron y fueron desapareciendo tras la cresta del volcán.
Llegados a la misma cima del volcán, rugiente y emanando cenizas por doquier, el pequeño empezó a hablar.

- No queda salida alguna, debéis venir con nosotros – Y cogió a la chica de la mano.

La chica dudaba todavía si había llegado su hora o no. Un brusco tirón de la otra mano la detuvo. El joven más alto la estaba agarrando desde el borde del cráter.

- No debéis desobedecer. Es vuestro sino – dijo el pequeño con unos ojos fulgurantes como el magma a sus pies. La chica empezaba a tener calor y le sudaba el cuerpo. La cercanía de un volcán activo le abrasaba la cara.

- No me creo eso – dijo el chico alto – Todos podemos elegir.

- Lo que tienes ahí abajo es un erial – dijo el pequeño desafiándole con la mirada – Nada vive allí abajo.

- Porque tú lo has hecho posible – le espetó y tiró de la chica con fuerza. Consiguió separarla de chico y la abrazó justo en el borde, fuera del cráter
del volcán.

- Las decisiones os traerán desgracias miles. El dolor solo será una astilla en vuestras vidas hasta que la muerte os sentencie de nuevo. Volveréis quejándoos ante ella.

El pequeño se había convertido en una sombra con mortecinos ojos rojos y sin duda procedía de un abismo en el que todo el poblado había caído por sus manipulaciones. Era un emisario de la muerte. Uno que había conseguido embaucar un poblado entero por un volcán.

- Tenemos derecho a vivir lo que queramos. Morir cuando se antoje, pero nadie tiene derecho arrebatarnos las vidas tras haber sufrido una desgracia.

La chica dio un paso atrás atrayendo al joven fuera del cráter. La sombra se enfureció y en un estallido colosal hizo saltar por los aires la cima del volcán.

Cuando la pareja se levantó, descubrieron que el poblado estaba salpicado por entero de pastos verdes, flores y árboles milenarios entre las ruinas de las casas. Ellos estaban en medio de la plaza donde se encontraron. Ambos se miraron durante un largo rato sin decir nada.

-¿Qué ha sucedido? – preguntó la chica

- Que la vida ha vuelto a triunfar. Sólo eso – y el chico y la chica sonrieron.

Porque mientras vivimos, podemos soñar. Y de los sueños, que crean mundos nuevos.
Keitaro05 de marzo de 2012

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