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Seiko 3000 - Capitulo 41 - El Destacado Presidente

Los aldeanos de Námeca del sur les proporcionaron dos coches discretos con los que partir hacia Novo, donde Roberto e Igneon les esperaban impacientes.
En el primero iban Tiberio e Iciar, aún sin saber la relación de Ivon y Cassandra. Ambos iban en el segundo coche conducido por Alcoida, que no paraba de echar miradas recelosas por el retrovisor a la pareja recién formada. Aunque a esas horas de la mañana solo se limitaban a observar el paisaje desde sus asientos, como si no hubiera nada que les uniera. Ivon veía el basto valle a su izquierda. La planicie nuova. Allí y en Tercer se extendían los mayores campos de cultivos de Ramber. La particularidad de la planicie nuova residía en los bosques, tupidos y frondosos, colindantes a los límites de los campos. Bosques y más bosques poblaban Ramber. Sierras, valles, playas... todo estaba rodeado por ellas. Era un legado del pasado equilibrado que los aimieranos quisieron dejar a las generaciones venideras. Y ahora, el futuro heredero veía numerosos claros donde aparecían los elevados tubos de los convertidores de seiko.
- ¿Creéis que pueda existir algún día en los que no dependamos de esta energía?
- ¿Piensas que es malo obtener energía del seiko? – dijo Cassandra dejando de ver las elevadas colinas Zero, Unno y Supra que se erigían al norte.
- Bueno, ya has visto – dijo Salvador señalando hacia el sur, por la ventanilla trasera. Una niebla gris perla permanecía inmóvil sobre el monte Aimier – Y por no hablar sobre lo del brazo de...
Cuando dirigió la mirada hacia Alcoida sintió que no debía decir algo más. Su hermana estaba demasiado tensa y si siguiera hablando sobre la cicatriz que ocultaba en el brazo derecho, podría ganarse una severa reprimenda. Al llegar a Námeca fue una de las primeras cosas en las que se observo. Su hermana tenía medio brazo vendado con una tira blanca, del hombro hasta poco antes de la muñeca. Como sus poderes habían crecido durante la travesía por el bosque negro, vio una marca centelleante, ámbar con una forma similar a la rama de un árbol con el que cubría con la venda. Parecía que Alcoida llevaba luchando con ella para impedir que ramificase hacia el torso. Bastaba con entenderlo y verlo con esos poderes. Nadie debía saberlo más que ellos dos.
- ¿Del brazo que quién?... – dijo Casandra - ¿No me lo vas a contar? ¿Es que acaso no somos…? – Y de pronto comprendió, que algunas palabras deben callarse. Ciertas veces y en ciertos lugares…
Novo, impertérrita capital de Ramber, se asentaba en la base de un rocoso altiplano con un gran acantilado. La ciudad baja era la más reciente y la de creciente expansión. La ciudad alta, albergaba los cimientos de las primeras casas, y debilitaba equilibradamente con bosques salvajes adaptados como jardines urbanos. El caudaloso río Sepra, cuyo nacimiento partía de las tres montañas que Casandra vio, bajaba veloz hacia la cascada Nuova antes de limitar el palacio presidencial de Novo. La residencia de los presidentes y de su dinastía, los Kastor.
Alcoida, seguía al coche de Icíar y Tiberio, que se adentraba en una minúscula entrada y paraban delante de una verja antigua pero no menos que sofisticada. Cámaras de seguridad y dispositivos para la seguridad rodeaban el portal. De una pequeña garita de seguridad salieron unos cuantos guardias rodeando los coches y comprobando por separado la identidad de cada uno de los viajeros. Para su asombro, les dejaron continuar. Ivon no entendía como La Fuerza les estuviera pisando los talones, más que nunca al desertar hombres de una unidad US como la de Jonás, pudieran entrar en un sitio tan neurálgico como el palacio presidencial. Ivon sospechó que las sorpresas que les dijeron sus antiguos camaradas en Námeca del Sur fueran más que inesperadas. Cuando Alcoida paro su coche, detrás del de Tiberio, Ivon vio a Jonás, Igneon y Roberto con un conocido personaje.
Era el mismísimo presidente, Antonio Kastor. Su semblante, amable y satisfecho contrastaba con la apariencia cetrina y enfermiza que le obligaba a dejar su mando a cargo de un asesor (quien si no que un Ustul más…)
Al salir de los coches, Tiberio, Icíar y el mismo Ivon saludaron militarmente al presidente, mientras que las mujeres hicieron una leve reverencia. El presidente, se dirigió a ellos bajando los peldaños de la escalera de acceso al palacio con gestos de modestia. Se notaba que cojeaba ligeramente. Los hombres que aguardaban a los visitantes acudieron a ayudarle a descender y que saludase uno a uno y por su nombre a los invitados por sorpresa. Invitándoles a entrar recorrieron un largísimo corredor hasta pasar a la residencia de Antonio en una isleta comunicada por un solo puente que lo comunicaba con el exterior. Las construcciones antiguas derrochaban estilo y diseño por doquier. Desde el suelo, hasta los techos. Todo manufacturado y con fervor ramberiano, como así les explico el presidente. Llegando a una gran puerta de roble oscuro, unos mayordomos la abrieron dejando ver la gran sala de visitas de los Kastor. Ivon se sorprendió al observar con que pasión se dejaban querer por sus antiguos antepasados, los Aimier. Todo estaba referenciado a ellos. Desde los cuadros hasta los libros de una estantería. Supuso que el incidente de 2984 les causo una gran conmoción. Ivon se dio cuenta súbitamente que le esperaban sentados en unos amplios sofás con una expresión de curiosidad por su reacción. Cuando se hubo sentado al lado de su hermana, el presidente hablo. Su voz estaba quebrada para lo joven que era, su enfermedad dañaba su garganta y hacia que cada poco rato tosiera contundentemente.
- Muy hogareño, ¿No?... – Inicio Antonio – Mis antepasados fueron los primeros en separarse de la estirpe de los Aimier para fundar los Kastor. Aunque hubo quienes nos despreciaron, Karlos Aimier, la 1ª generación, nos bendigo y nos dio la presidencia del país de Ramber. El tiempo ha sabido darnos la razón y el pueblo aún nos quiere. Asimismo, todos los asesores…
Nadie abrió la boca. Antonio prosiguió hablando.
- Crisis, guerras, invasiones e incluso, rebeliones dentro de nuestros asesores – Ivon y Alcoida reprimieron una mirada violenta, evitando al presidente – Caos y desorden que hemos querido apaciguar, perpetuando el estatuto pacifista en épocas difíciles. Mi padre obró cuanto pudo para evitar masacres, como la que aconteció en 2984…
- Señor – Todos se sorprendieron. Era Igneon el primero en hablar – Creo que en vez de venir a hablar de historia, hemos venido con otras intenciones.
Antonio, de su cara de sencillez mientras relataba pasó a una cara extraña. A medio paso entre la expectación y la severidad. Nadie supo como definirla.
- Me temo que eso es lo que tienen que decirme los hermanos Aimier – dijo Antonio antes de toser con fuerza. Parecía que la visita era más incomoda de lo que hubiera esperado nadie.
- Señor presidente – dijo Alcoida
- Llámame Antonio, su padre me lo decía siempre – dijo Antonio devolviéndole una cara amable, como si la conociera de muchos años. Alcoida enmudeció y desvió su mirada, avergonzada y colorada.
- Antonio – se atrevió a preguntar Ivon. Llevaba mucho tiempo callado y debía resolver aquella duda que le corroía desde que le conociera desde que tuvo uso de razón - ¿Por qué está enfermo?
Todos ahogaron un grito moderado. Jonás se atrevió a chistarle y a decirle que no se atreviera a preguntarle eso. Antonio, por el contrario, se mostró dubitativo mientras se volvió a la calma tensa que apareció tras la pregunta de Ivon.
- Permitidme que os lo cuente – Antonio tenía una resolución de acero en sus ojos y parecía que su enfermizo rostro se tornaba en un dorado divino – Seréis, junto a mi fallecido padre y mi doctor, los que lo sepáis.
Para dejarles más asombrados, el presidente se quito a la mitad la camisa y dejo ver una enorme y fulgurante cicatriz en su pecho. Ivon pareció comprender de inmediato
- Yo soy una victima más de la masacre de Agreste. Yo estuve allí…
Keitaro25 de marzo de 2009
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