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Seiko 3000 - Capitulo 56 - ¿qué Sucedería Sí…?

El soberbio puñetazo que había derribado a una mole como Víctor, venía de los puños de la bella Inés. El soldado había dejado escapar a los Aimier y se había enzarzado en una lucha feroz con su hermano. Por excederse con su enorme fuerza había hecho que Fran saliera despedido del hotel a un punto indeterminado de la ciudad. Al volver a su punto de reunión, su recibimiento fue tremendo. Si no fuera porque Ujier la sujetase, su superior le habría matado a patadas.
Tras calmarse la situación, Ujier recrimino a su segundo, que habían ido al punto donde había aterrizado Fran pero que no le encontraron. El plan de Inés fallo porque sus dos miembros se habían dejado llevar por sus impulsos, la vagancia y la brutalidad desmedida. Colérica, se cerró en su habitación estuvo hablando largo y tendido, con su padre. Las voces se podían oír con claridad al otro lado. Ujier era el único que estaba en el salón y lo oyó todo. Víctor ya se había retirado a su habitación a descansar. Cuando se abrió la puerta los hermanos iniciaron un tenso dialogo
- ¿Sabes lo que me ha dicho, no?
- Por supuesto. Que sigo siendo su preferido y que si me tocas, lo pagaras caro
- Eso es lo que ÉL ha dicho
A Ujier no le gustó como sonó ese “ÉL”
- ¿Y qué? ¿Qué prepares otro plan? ¿O que lo prepare yo?
Inés sabía que su padre le había ordenado lo segundo, pero, tenía que esperar a…
- ¿A qué es lo segundo? Ves, hermanita, que todo sigue volviendo a su cauce
- Te creo. Todo volverá a su cauce
Y al finalizar la frase le sonó el móvil. Leyó el mensaje y pego un tiro a su hermano.
Víctor salió despedido de su habitación con la pistola en ristre y viendo la escena, apuntó a la mujer. Ujier tenía un nuevo tercer ojo sangrante. Era ya historia…
- ¿Qué crees que pasaría si me mataras ahora, grandullón?
Víctor empezó a dudar. Su superior, su comandante, había muerto. Ya no estaba a las ordenes de nadie salvo de aquella misteriosa mujer morena. Pero, ella misma había recibido las órdenes de traspasar el poder al fallecido. Y no de ninguna piltrafa de general de tres al cuarto, sino de su padre mismo ¿Qué debía hacer?
- ¿Qué debo hacer? – dijo Víctor sin bajar el arma. Inés no dijo nada…
- ¿¡QUÉ ES LO DEBO HACER!? – grito el asesino dentro de su miedo y pavor.
- Lo único que harás es seguir conmigo.
Víctor estuvo a punto de disparar y la última neurona que guardaba recuerdos su admirado superior, le obligó a disparar. Se oyó un chasquillo y se dio cuenta de que alguien le había puesto el seguro a su arma. La miró y se dio cuenta de quien fue…
- No creas que tengo que morir para cumplir tu venganza. Él único que tiene que pagar con ello, ya sabes quién es.
Inés había cambiado. Ya no era la furiosa que le golpeaba con ansia, sino una mujer poderosa e impertérrita. Bajo el arma y aquel hombre trivial, empezó a llorar
- Has matado… A un gran hombre
- Te equivocas. Era el resultado de la osadía de mi padre de hacer un van Utter perfecto. Un perfecto vago. Un perfecto estorbo.
Y aquel estorbo estuvo durante todo el tiempo, desplomado en la silla con mirada inexpresiva hasta que llego la policía. Se comprobó que el piso estaba vacío y se verifico que los testigos dijeran la verdad. Desde la madrugada del 14 de marzo, yacía un cadáver en la barriada de Igleral, al sur de Halaria.
- Inspector, era el general de La Fuerza de Ramber, Ujier van Utter, de 25 años
- No es más que otro fiambre más… Haga el papeleo. Yo me tengo que ir…
Aquellos dos policías no se percataron que una morena y un musculado hombre comenzaron a buscar pistas de un grupo que había parecía haberse esfumado.
Cuando llegaron al apartamento 1514 del edificio Conárgel del barrio Mocasín, a los cinco se les cayó el alma a los pies. Estaban en una casa a la que le faltaba una pared que daba a un pavoroso vacío de mas de 30 metros de altura. Lo único que salvaba las distancias era una vieja y oxidada verja de unas obras unida con alambres a las dos paredes más próximas. Las vistas fueron grabadas en las retinas de cada uno y entendieron el mote dado a Halaria como “la ciudad de los contrastes”. Delante de ellos, un conglomerado de edificios de obras se alzaba casi en 20 pisos y en un estado cochambroso, espeluznante pero, bien tramado. En él había una farmacia, varios bares, un supermercado (con dos cabinas auxiliares como almacenes) y una ferretería en lo más alto. Solo los bares nocturnos estaban iluminados y se veían pocas luces encendidas. Más allá se veían grandes hoteles y edificios de lujo iluminados como colosos relucientes.
La casa constaba de tres habitaciones en una de las cuales se había instalado una alacena. El resto era el salón (con vistas), una cocina adyacente con el “balcón” del salón (sostenía una de las partes de la verja) y con una cristalera como pared en la que se vislumbraban grietas. El apartamento, de escasos 60m2, se completaba con un baño más o menos grande que los hermanos Medio se habían tomado la molestia en “reformar”. En él había una ducha moderna, un lavabo nuevo y un váter que tenía pinta de ser usado pero estaba en buen estado.
- No es el lugar idóneo para vivir, pero menos es vivir entre cartones
Con aquello, les convenció El Dandi. Para que pudieran dormir les dejo su habitación y él se iría a dormir con su hermana a la otra. Como estaba enferma, no se había enterado de que hubiera visita. Dando lo calificó como “Mejor así”.
Les dejo organizarse en la pequeña habitación de modo que al final, los hombres durmieron al raso (con sus sacos de dormir) y las mujeres en la cama de Dando.
Eran las 5 de la mañana y Alcoida estaba desvelada. Decidió salir a ver el amanecer. Pronto se percató de que no era la única que estaba despierta. Salvador la esperaba apoyado en la verja viendo la penumbra matinal.
- No sabía que durmieras poco – le espetó Alcoida
- No salgo de mi asombro todavía – empezó diciendo Salvador – al ver esta ciudad. No hace ni dos meses que salí del ejercito con la intención de irme a la COGESEK y veo lo paralizado que está este país. Estaba ciego y ahora lo veo. Lo descubro…
Alcoida se apoyo en la verja, cerca de él. Asintió en silencio.
- ¿Por qué me miraste tan raro anoche? ¿Qué te pasó?
- ¿Qué pasaría… si yo te dijera corremos un gran peligro? – preguntó Alcoida
- ¿Eh? ¿No estamos en un “marrón” suficientemente serio? ¿Qué quieres decir...?
- No es el lugar para que nos declaremos confesiones de este calibre…
Salvador se incomodo ante tal respuesta. Sabía que Alcoida ocultaba algo pero, no lo quería decir. “¿A qué juegas, hermana?” pensó extrañado el protagonista.
- Sólo quería saber si mis derroteros son similares a los tuyos – aclaró Alcoida. Sin embargo, la extraña manera de hablar de la Aimier tenía desconcertado a Salvador
- ¿Qué significado tiene todo esto para ti, Salva?
La clara pregunta de Alcoida le pillo de improviso. Vio que la mirada de su hermana se anclaba en sus ojos. Estaba empezando a amanecer y se iluminaba el salón.
- Aún no lo sé… - admitió Salvador. Alcoida bajó la cabeza, decepcionada – Pero cuando encuentre mi derrotero particular, te avisaré, Alcoida.
Alcoida se fijo en la determinación de su hermano. Del alterado Ivon que conoció en su granja de Tercer al Salvador que estaba viendo, había pasado un cambio radical. Pero aún no era conciente de todo lo que abarcaba su propia existencia. Al estar encerrado durante toda su vida en una burbuja, todo lo exterior, para él, resultaba una novedad. Tan pronto como se hubiera habituado al exterior, ya podría luchar por la libertad que los suyos anhelaban desde que los Aimier fueran derrocados. Y, hasta entonces, no le diría que la familia Medio constituía una amenaza. Una amenaza como la que causo la terrible crisis de Sam Fadyd.
Al volver juntos a la habitación, no se dieron cuenta de que unos ojos azules, les habían estado mirando durante toda la conversación. Pero esta mirada era más piadosa que muchas que pudieran encontrarse en lo ancho de Las Partidas…
Keitaro17 de agosto de 2009
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