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Seiko 3000 - Capitulo 67 - Los Rodeos

Así se llamaba el pueblo a donde habían llegado los misteriosos furgones negros del capitán Taraca y compañía. Se habían resguardado en un garaje bajo de una polvorienta calle, que a las 10 de la noche del 16, estaba desierta. Las bajas temperaturas de un ambiente tan recio como el desierto invitaban a permanecer dentro del furgón.
Pero Inés van Utter era distinta al resto. Miraba la luna. Era luna menguante.
De pronto, una mano le toco el hombro. Sin dudar, aún sabiendo de quien se trataría, le agarro de su armadura e hizo que perdiera el equilibrio con una zancadilla sutil.
Gabriel cayó al suelo con estrépito. Inés se colocó alrededor de su cintura y con la rodilla derecha, le aplastó los genitales. El gemido del hombre avivó sus ganas de matarle. Sacó un cuchillo oculto entre su ropa y se lo puso en su cuello.
- ¿Qué pretendes? ¿Perder el “pajarito”? –dijo apoyándose con más fuerza en él.
Gabriel balbució unas incoherentes frases. Su máscara con la que siempre se cubría parecía ahogarle. Inés tuvo la curiosidad de quitársela y ver lo que se encontraría al otro lado. Cuando tendió la mano para hacerlo, otra, más rápida, lo impidió. Alzó la vista y se encontró con la mirada gélida de Carlos.
- Nuestro invitado rechazaría nuestra oferta si le retiras la máscara – anunció Carlos con un sorprendente tono vacuo en sus palabras. Inés no permitió que otro hombre la tocase. Sólo un muerto podía tocarla. Quiso reprimirle con otra llave pero el resultado se torció. Carlos advirtió al segundo que la mujer quiso tumbarle. Aprovechando su misma fuerza, la desestabilizó y la mujer, salió dando traspiés. Súbitamente se cayó y quien estaba encima, era el vengativo capitán.
- Quiero que sepas que ahora yo soy el que manda. Y… – dijo agarrándola por sus muñecas – Cualquier desvarío de los tuyos, podría costarme la vida… O la tuya.
Inés dejó de patalear y Carlos lo entendió como una aceptación. Una rendición.
Gabriel se estaba levantando a duras penas, con una mano en la zona dolorida y con la otra ajustándose la máscara.
- Perdona esta insubordinación – dijo Carlos a Gabriel. Nunca le veía la expresión de su cara. A pesar que tenía mitad escondida, por el ojo jamás le vio ningún atisbo de sentimientos. “¿Será otro Víctor?” Era la pregunta que siempre le inquietaba.
- No se preocupe. He manejado crisis mayores – respondió el misterioso hombre.
Los tres se volvieron a sus furgones y Carlos no pudo resistir la tentación de ver la ficha de Gabriel Gascon Vierra a solas.
Tenía unos 36 años. Nació un 28 de Febrero en Industrial. No culmino con éxito sus estudios secundarios y comenzó a trabajar de carpintero con su padre. Un terrible accidente con 24 años acabo con la vida de su padre y, por poco, con la de él. Tras dos años de rehabilitación poco más se supo de la vida personal de aquel muchacho. Con 26 se sabe, por informes secretos de La Fuerza, se hizo hueco en el mundillo del hampa y pronto destaco como asesino caza-recompensas. Se desvinculó de su padrino hacía 5 años y formó un grupo especial de asesinos por encargo al que La Fuerza le había confiado varias misiones encubiertas en Balcania y en Ossos (el país continuo a Balcania por el este) en el que tenía compinches de cierto interés. Subsistían gracias al contrabando de armas de mafias y podían contar con aviones (como en Vendaval), tanques o blindados haciendo una simple llamada y una transferencia cuantiosa.
Los miramientos del grupo de Gabriel no estaban en su dogma ni mucho menos en sus principios así que podía asesinar a cualquiera si el cliente lo requería.
Pero Carlos no tenía intención de matar a su archienemigo.
Le quería apresar.
Su padre le había dicho que le necesitaba vivo.
El refugio de Tirana les proporciono un lugar seguro pero limitado dado a su pequeño tamaño. Con Mirella ahora eran 6 y encontrar un lugar en el que satisficieran las necesidades (como el baño) era realmente complicado. Dado a las impertinencias, se decidieron en hacer turnos de ducha y las necesidades, mientras no fueran en ese turno, se hicieran en una improvisada letrina que habían levantado Fran y Salvador (Fran por su condición de ermitaño y Salvador por sus clases de supervivencia en el ejército). Pasaron varias noches en el refugio, comiendo varios jabalíes que pululaban por allí y unos herbívoros llamados Erofagos que Mirella supo como cocinarlos para que nadie pasara hambre. Del río obtenían agua fresca y algo de pescado.
Era ya lunes 25 y había pasado más de una semana desde que llegaron a la garita de madera. Sabían que no podían durar mucho allí y tenían el equipaje hecho para partir aquella noche hacia Los Rodeos un poblado en el límite del desierto central de Balcania que distaba unos 50 kilómetros al Este. Iban a dormir durante todo el día para hacer una marcha de 10 horas sin parar. Querían llegar por la mañana, mientras aun hiciera fresco, al desértico pueblo.
Como de costumbre, Salvador no podía dormir y estaba de vigía continuo. Su hermana, Alcoida, dormía placidamente en una cama en el interior de la guarida. Se había recuperado muy bien aunque renqueaba un poco de vez en cuando. Siempre con una sonrisa en la cara, evitaba que los demás se preocupasen de ella esgrimiendo un “No pasa nada” frecuente y habitual desde su milagrosa cura.
Cuando Mirella se levantó y serpenteo entre los sacos de Roberto y Fran al joven soldado le dio un vuelco al corazón. Recordaba detalladamente cómo la Medio se abalanzó y estuvo besando apasionadamente a Salvador en la posada de Vendaval. Mirella no pareció darse cuenta de que éste estuviera despierto cuando fue hacia el baño. Cuando salió de él, se dio cuenta y, de puntillas, se acercó a él.
- ¿No puedes dormir?
La luz se filtraba entre los altos árboles bañando al refugio de un brillo natural. La primavera había eclosionado y miles de brotes verdes vivos, pululaban por doquier
- No, no es por eso. Vigilo la casa.
- Ah…
Mirella se sentó al lado de Salvador, en el banco del porche. Parecía dudar con algo.
- ¿Qué pasa? – preguntó el Aimier intentando ser lo más amable que pudo.
- Verás, quería decirte… que lo que sucedió en Vendaval…
Se hizo un abrupto e incómodo silencio. Mirella hizo de tripas corazón y continuó
- No quería hacerlo…
Salvador seguía callado. Miraba al horizonte.
- Es decir, mi hermano me obligó a hacerlo. Ya sabes, el cambio de personalidad…
El ex teniente bajo la cabeza, como apesumbrado. Mirella no supo que decirle.
- Lo entendí después de verle corretear por la explanada – terminó diciendo el Aimier – Jamás pensé que pudiera hacerte tanto daño… Lo siento
- Quien debe sentirlo soy yo. No quiero confundirte. Tuvo que haberme separado de mi hermano antes… Pero era tan dependiente que nunca llegué a conseguirlo
Salvador desvío la cabeza y sus ojos se clavaron en los ojos claros de su nueva amiga. Ésta le vio y los entrecerró, empezando a sonrojarse
- Mírame… Digo una verdad y me pongo roja
Salvado cogió con delicadeza su mandíbula y se dispuso a besarla. Mirella tembló por lo precipitado que parecía todo aquello.
Un disparo sordo y veloz le atravesó el corazón.
El cuerpo de Mirella se desplomo sobre los brazos de Salvador que empezó a llamarla por su nombre. Cuando descubrió sus manos cubiertas de sangre comenzó a hacerse miles de preguntas en su cabeza. Mirella tenía una expresión inerte.
En seguida, otro disparo le alcanzó en la cabeza. “Mierda” pensó. Lo vio todo negro. Salvador acababa de morir.
De la tremenda pesadilla, Mirella se despertó con el pulso agitado. Se levantó y vio que el Aimier estaba bien, pero ¿Qué era lo que acababa de ver? ¿Una premonición? ¡Debía avisar a todos de que salieran de allí ahora mismo!
Keitaro28 de agosto de 2009
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