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Un Cadáver Exquisito

Sonoros redobles de tambor se sentían tras el cortinado. Era la marcha de cada sábado, aquella en la que los simpatizantes de causas perdidas invertían su tiempo para luchar por el Carnaval. ¿Y qué sucedía entonces? El resto de los mortales, atrincherados en sólidas construcciones, esperábamos el devenir de los hechos. De la vida. La que muchas veces nos dejaba atrás con su paso firme, en ciertas ocasiones vivo y en otras cansino. Yo los miraba pasar, buscando eso que no se les daba. Y me reía para mis adentros, esperando una solución a una pregunta que no me hice.
Entonces sucedió. La comparsa cesó. Vino el otoño, luego el invierno. Pero yo seguía allí.
Tras meditar un tiempo, seguía esperando. Y la espera no tenía respuestas. Un perro lamió de mi mano, quizás creyendo que la cadena de dominio estaba en mis ojos.
Me levanté. Fui directo a los niños, jóvenes y viejos, que enmudecían ante mí. Toqué el hombro de un chico de no más de ocho años. No me dirigió la mirada. Hasta que un anciano se acercó. Tenía la sombra del tiempo en su piel, su cabello casi inexistente. Me miró y me dijo:
- Lo has logrado.
Luego todo fue ruido. Las hojas caídas de los árboles se elevaron. La multitud se fue.
Y yo había encontrado la respuesta a una pregunta que no me había hecho.
Khas09 de noviembre de 2008

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