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Afectaciones

Estás ahi. Sentado. Sin otra cosa peor que observar aquello, tan simple, una daga limpia, que traspasa lentamente los muros que levantaste con tanto cuidado y dedicación para proteger tu precioso secreto. Ahi seguís, impasible.
Completamente seguro de que esa reacción que se produce en tu cuerpo, o en tu alma, vaya a saber si alguna vez te interesaste en conocer tan vital diferencia, no es la correcta. No deberías reaccionar así, te decís a vos mismo. No deberías de ninguna manera. ¿Cuál es tu bendito problema? Simplemente estás viendo a tus amigos de siempre, jugueteando divertidamente como usualmente lo hacen cuando se encuentran de buenos ánimos para eso. Sin embargo, algo esta vez es diferente. Pero, ¿qué? Ah, son los ojos, ahora lo ves. Los movimientos son los mismos, pero esta vez tu amigo tiene la mirada perdida en algo que se encuentra más allá de la mirada de ella. La dulce muchachita se limita a sonreirle suavemente, con esa sonrisa, medio inclinada hacia un lado, entrecerrando apenas sus ojos color chocolate, que de pronto se volvieron sobrecogedoramente cálidos. Esa sonrisa que siempre iba dedicada a vos. ¿Cuándo fue que de pronto también se la enseñaba a él?
Todo era confuso.
Ah, que desesperación el no poder decirles que se quedasen quietos de una vez. Tanto jugueteo de manos te resulta insoportable. Pero, después de todo... ¿A vos que te importa lo que hagan ellos? No debería. Simplemente no te tiene que afectar. Y, más importante, no se tiene que notar siquiera que existe una reacción en vos. ¿Qué podría llegar a pasar si se dieran cuenta de que te estás dejando llevar por cosas que ni siquiera sabías que existían? Sería simplemente desastrozo. No podías permitirlo.
Ah, el candor en el aire abrasa con un fuego que te es insoportable de tolerar. Estás a punto de dar media vuelta e irte caminando, lejos, sin ningún tipo de diplomacia o cortesía. Pero no lo hacés. No soportás el sufrimiento que es verlos juntos, pero tampoco te resignás a la idea de dejarlos aún más solos, no solamente en la pequeña burbuja invisible que parecía haberse construido a su alrededor, sino también fisicamente solos. No, eso tampoco se podía permitir.
De manera que permaneciste sentado en la mesa de ese bar, soportando aquel peculiar malestar que, como un pequeño alfiler en el pecho al principio, fue tomando intensidad a medida que pasaba el tiempo, y que empezabas paulatinamente a entender lo que realmente estaba pasando frente a tus ojos. Era verdaderamente curioso.
Y ella continuaba sonriendo. No, no solo eso. Reía. Reía y el sonido de su alegría repicaba como las gruesas gotas de una tormenta sobre tu cabeza. Una por una, como si se tratase de una tortura china, caían sobre tu cráneo, horadando lentamente tus pensamientos.
¡Con vos nunca había reído así!
Sencillamente quisiste desaparecer en el espacio. O, mejor, desaparecerlo a él. Todas aquellas sensaciones contenidas se volcaron repentinamente en un odio atroz, y unas ganas casi irrefrenables de destrozar a aquel joven muchacho que con su sonrisa simpática y sus pequeños chistes se estaba llevando, ahora lo ves claramente, a tu pequeña joya.
Sin embargo, lo más incomprensible de la situación fue que no solamente no dijiste nada, sino que miraste cómplicemente a tu amigo, como aprobando el puñal que estaba rasgando tu carne. Y él, introduciéndolo aún más profundamente, te devolvió la sonrisa.
Kili08 de junio de 2010

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