Cerrar con urbanidad la puerta, acomodar el desorden del ayer sobre el escritorio, extender el saco en el respaldo de la silla. Los mismos 30 segundos que desean otra vida. Ni siquiera sabe cuál pero la certeza de otro latido, lejos de esta oficina, mucho más lejos que este horario, que esta gente, que este sueldo.
Resopla en la derrota. Agarra el teléfono y empieza a perfeccionar la entrega de tareas que demanda el día.