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Ahí estás, en este lugar donde nada nos pertenece, sentada a la
derecha de dios padre, cruzada de piernas comprando el trabajo
estándar que abunda en el mercado. El oído prestado al tipo que ofrece
marginalidad con llagas de conocimiento; barba prolija, mueca
alternativa y origen revolucionario. Recorta un plano interesante de
su adaptación al sistema. Vive en Barcelona pero asuntillos
burocráticos lo meten de regreso a Buenos Aires. En la Toscana dispone
de unas cuantas galerías de arte, dirigidas y administradas por gente
de confianza. La venta del taller de plástica, situado en pleno
corazón de París, el hijo perdido en Montevideo y su Master en
historia, lo condenan a terapia bajo un presupuesto de diez mil
dólares anuales. Se muestra naturalmente asexuado, como si la esencia
de la charla consistiera en intercambiar un momento agradable con una
desconocida. Sus palabras se tiñen de un violáceo místico, a todo lo
envuelve con un: \"Que loco ¿no?\". Combinado en un despliegue
corporal post-terrenal. Vos sabés de caricaturas, y aún así te notás
seducida. Qué asco.
Bajo las escaleras con cigarro en mano. Todo igual. Un poco menos de
gente en este cumpleaños de mierda. Al menos ya no veo tu cara ni ese
aleteo hormonal al oído de ese sorete agitador doméstico, con su
sombrero de pana escondiendo con fragilidad el conejo para la suerte
de mi ex mujer.
Ni la amargura dental que tengo lima el aserrín que impregna la
docilidad del boy scout. Los dos firmando la solicitud de entrega.
Veo, veo. ¿Qué ves?. Mucha poesía, mucha confesión, mucho charol para
el lucero que opaca el jardincito de la autoestima. Intercambian
semillitas que hacen girasoles de una calle diferida en lo finito de
la sordera. Se escuchan por el espejito de sus pupilas. Que asco me
diste. Conectan entre mesetas comprando de a pelitos las cascaritas
del diálogo. Empapelan relojes para recrear en pirámide el tiempo de
los numeritos. Corporizan juntos las estrellas y giran la perinola
creyendo ser un par de audaces en el encuentro. Que asco me das.
Invertís en radares pero nunca llevás las manos a los bolsillos. Veo,
veo. ¿Qué ves?. No lamés heridas. No sabés. Nunca supiste. Hacés
cruces con tus uñas y después te limás las manos reprochando
donaciones. No podés dar más que mimitos corrugados; y sin embargo,
con un amor de kiosquito, sentís el derecho de resfriar los ojos y
velar en el cuerpo de otro tu propia muerte. Que asco.
Me quedo con mi cuerda por más que no vea un carajo.
Lapecera30 de julio de 2011

1 Comentarios

  • Mejorana

    Hay mucho mensaje encriptado en tus palabras. Pero tu sabes muy bien de qué estás hablando y la persona a quien va dirigido también.
    Es una buena entrada.

    30/07/11 02:07

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