Una mañana, cualquiera.
Después de una tormenta, más, no nueva.
Mire a los lados. Nadie estaba.
Hasta que caí al más bajo de los infiernos.
Y me di cuenta que la caída debió de ser más suave.
La alegría debí saborearla más despacio.
No había dejado tiempo para la pausa.
Parecía que nada había cambiado, sin embargo había cambiado, todo.
Descubri mi idioma.
Entendi cosas y los demás entendían también.
Me sentí arropada.
Vi y sentí esperanza.
Quise creer que la había.
Tenía frío y me dejé caer.
Me dejé caer y cerré los ojos, no me importaba quien miraba.
El dolor había llegado demasiado lejos.
Y puedo decir, algo se abrió en mi.
Nuevo.
Era luz.
No sabía cuanto duraría,pero dejé de tener miedo.
Pasee por la calle, el sol entraba acariciando el mediodía de un bonito fin de semana.
La gente charlaba en la calle, con una cerveza en la mano.
Los escaparates llenos de botellas de colores pintadas a mano, entre velas, libros y guitarras.
Respiraba vida entre las personas, entre los objetos.
Había vuelto la esperanza?
No era un día normal, era un día de cambios que te hacían estremecer y acariciaban tu miedo.
Te recogían de la más profunda de las soledades. De las enfermedades.
Secaban las lágrimas de una filosofía que había tirado la toalla.
Algo vino, a por mi.
Fue antes y después de llover.
Entre la vida y la desesperanza.
Flores naranjas resistian. Unas en pie, otras caían.
Cambie el agua al volver, solo quería más vida
