Recuerdo una clase de filosofía un viernes cualquiera a última hora, en la que tocaba hablar de Nietzsche y su vitalismo.
Para Nietzsche, la vida era lo más parecido a la música.
La música es el único arte que requiere de tiempo para apreciarla. Una escultura o un cuadro puedes adorarlo a simple vista, pero una melodía necesitas escucharla para entenderla. Y para eso necesitas tiempo.
Y que estúpida fui al no entender ese día nada de lo que mi profesor estaba diciendo, ni mucho menos lo que Nietzsche quiso en su momento decir...
La vida es pura música, y nosotros somos las notas que la hacen posible.
Un día podemos estar en grave y al siguiente dar un salto y convertirnos en agudo; ayer quizás fuimos clave de sol y hoy nos toca ser una simple corchea... A veces incluso nos hacemos silencio y creemos que ya no nos necesitan, pero que sería de todo esto sin nuestras pequeñas pausas, sería simple ruido que provocaría el más terrible caos en nuestro ser.
Y sí, tenía razón Nietzsche. Necesitas tiempo para valorarla. Necesitas haber sido el pentagrama entero para entenderla, convertirte en pura partitura. Necesitas aceptar su intensidad en cada segundo, la velocidad con la que avanza, y cada unos de los silencios que la pausan, pero que jamás la detienen.
Al final del pentagrama, una vez hayas ocupado la posición correcta en cada uno de los momentos que te pertenecieron algún día, ahí entenderás el arte de vivir. Porque necesitas tiempo. Tiempo para valorar la vida. La vida es música.
No dejes que paren tu canción.
