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Tómate una Pausa En tu Vida.



Él era un ser que veía cuando pequeño, su cuerpo era gelatinoso al moverse, muy largo, de un metro setenta calculando, con un tono medio verdoso y siempre con una cara de sorprendido a más no poder, muy gracioso. Él venía todas las mañanas a jugar conmigo, era muy divertido porque solo me perseguía y yo corría riendo hasta que caía y mi estómago se apretaba de tanta risa.
Yo tenía sólo cinco años, a punto de cumplir seis. Sabía que si le contaba a mi familia no me creerían, así que decidí mantenerlo en secreto.
Un día por la mañana, apareció llorando con su cara de sorprendido y no quería correr. Él me abrazó, acarició mi pelo y dijo algo que nunca olvidaré: “Búscame el día que quieras hacer una pausa en tu vida”. Y se desvaneció entre mis cortos brazos.
No lo entendí, caminé hacia la puerta y el mundo era diferente, todo tenía forma. Las discusiones de mi familia si las podía entender, la vida era la que todos conocían. Entendí entonces, que mi inocencia y mi infancia junto a la imaginación, se iban en las lágrimas que en ese momento dejé caer entre mis manos.
Al día siguiente me levanté y al no ver a mi compañero de todas las mañanas, encendí el televisor. Preparé un desayuno con leche y cereal y creo que pisé uno de mis juguetes favoritos, luego quedé hipnotizado viendo la tele, era más entretenido que antes, hablaban de guerras, robos, secuestros y de familias sufriendo. Siempre me pregunté quién inventaba eso.
Pasó mucho tiempo, viví mucho, pero siempre quise volver a ver a mi amigo gelatinoso. Ya tengo barba, ya tengo una vida, un trabajo estable, ya crecí. Tengo un pequeño, ya no estoy para creer que el hombre gelatinoso que me protegió el día que casi me caí por las escaleras, que me paso mis zapatillas el día que tenía que salir rápido a jugar con mis amigos y que cuando llegaba me esperaba paciente en mi cama y me protegía cuando el mundo entero estaba en mi contra.
Hoy decidí hacer una pausa en mi vida, y miré a mi pequeño corriendo solo en su habitación, riendo sin parar. Y ahí estaba él, mi amigo gelatinoso, cuidando a mi pequeño como nadie más lo sabía hacer. Me miró con la misma cara que hace 32 años. Vi que su sonrisa era algo tristona y sus ojos tenían lágrimas, mi pequeño igual, pero esta vez mi hijo le decía algo a él: “Búscame el día que quieras hacer una pausa en tu vida”. Miré de golpe atrás mío, estaba todo blanco, una doctora me estaba dando un medicamento y un doctor una palmada en la espalda, diciendo con alegría: ¡YA ESTAS CURADO ¡
Lezkizofrenia13 de abril de 2014

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