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Como Nunca

Como nunca. Así me sentí. No imaginaba que los besos de María fuesen tan voluptuosos. Rozar mis labios con los suyos era como estrellar un sueño contra el grueso muro de la realidad. Puta barata, a compartir entre tres. Quizá adivinó lo que pensaba de ella, y por eso me quiso hundir. Un solo contacto, y mis ojos empezaron a cerrarse. Al siguiente, dejé de notar mi brazos, y mis piernas desaparecieron. Una sonrisa idiota, rictus de enamorado, asomó a mi cara. La estancia donde estábamos se llenó de su fragancia.
Minutos después, de cuyo transcurso no recuerdo nada, mi mirada, empeñada en un mismo punto, sufrió la curiosidad del gato y no pude enfocarla. Mi cabeza no era capaz de centrar mis ideas. Un simple sonido activaba una cadena de infortunios en el cerebro. Podía escuchar el estertor de muerte de cada una de mis neuronas.
El mundo daba mil vueltas, y decidí bajarme de él. Pero tumbado, mirando al interminable terreno anaranjado que conformaba la tela del sofá, empecé a ser más y más consciente de todo aquello que me rodeaba. Crei entonces que María me masajeaba la espalda, y era la sangre dejando de circular por mi cuerpo. Un transporte público, en la que viajaba la semilla de su amor, inició su ruta e mi boca, y recorrió todas las paradas de mi cuerpo.
Habían pasado dos horas. María, puta y esta vez de día, logró que bailase; y nunca he bailado con ninguna otra como con ella. Me hizo balbucear cual imbécil romántico y cursi. y cuando vi que no podía corresponderla, pues seguía ofreciendo su amor y su sensualidad etíope (o puede que cultivada en este país, no me importa), me encerré a llorar en el baño. ¿A llorar? Lo habría hecho, de haber podido. Pero necesitaba el aire para otras cosas, por ejemplo, para detener la taquicardia.
Llegó un momento que perdí la noción del tiempo. Solo puedo encontrar una explicación: los latidos son nuestro segundero, y el fluir del sagrado líquido rojo nuestro minutero. Y las horas...¿quién marcaba las horas? No pude elaborar más pensamientos coherentes, si es que consideráis estos como tal. Mi mente quedó reducida a la de una hormiga. No pensaba, solo podía actuar. Agua en el pelo, aire frío, masaje rítmico al corazón, herido de amor, bien lo sabe el Diablo. Y comprendí, con la poca sangre que terminó por arribar a mi cabeza, que si la dulzura me había dejado así, un chute de azúcar, polvo blanco de Dios, me repondría.
Puedo decir que sigo vivo, si no esto lo estaría escribiendo cualquier otro menos apto. Continúo en recuperación, he consumido más glucosa que una familia media norteamericana y mi estómago me recuerda constantemente a María. Mujer extraña, no quiero estar dentro de ella, sino sacarla de mí.
María me hizo llegar al límite, superarlo, sobrepasar el nuevo límite, y flirtear con cierta furcia que suele esperar a la salida de un túnel. Mi lengua está empeñada en estos momentos en lamerse a sí misma, y a un puñado de luces de colores les apetece bailar samba en mis párpados. Por eso escribo, pues al menos mis dedos solo tienen un ligero color amarillo y mis ojos pueden volver a ser los de antes.
Caballeros, yo me lavo las manos en este asunto. No quiero que volváis a quedar con María. Sin ese vestido verde, y ese pelo de pantera, pasará a formar parte de mis sueños más oscuros, y hasta entonces no quiero ni verla ni oírla, mucho menos olerla. Amores que matan no mueren, dijo un hombre con traje gris, pero lo que no te mata te hace más fuerte. No vuelvas, María. Y si te apetece volver, que sepas que estaré preparado.
Luko179124 de julio de 2011

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