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La Torre de Babel- Capítulo 2

El sol castigaba con su cruel indiferencia a cualquier criatura que osara caminar por aquel desierto. Sus dunas, que el viento gustaba en modelar según sus caprichos, como los de un niño recién nacido, hacían tropezar y trastabillar a la única figura que podía verse en muchos kilómetros a la redonda.
Era un hombre, o al menos había nacido como tal. Uno de sus brazos estaba lleno de sangre, y le faltaban dos dedos de una mano. Con los restantes, sujetaba una fotografía antigua, de sí mismo, a la que miraba constantemente. Mientras, la arena de aquel mar de Alá penetraba en las cicatrices de su cara y le provocaban aullidos lastimosos que un hombre de menor valía no hubiera guardado para sí.
Llevaba caminando, sin descanso, sin agua, más de dos días. En aquel infierno atemporal, nunca soplaba un viento que pudiera apaciguar sus dudas o su calor. Creía, en los breves momentos que podía pensar y beber su propio sudor, que se había vuelto loco. O al menos más loco de lo que ya estaba.
Recordaba la patrulla en jeep, en aquel viejo país que no admitía tipos de su calaña. Recordaba haberse alejado de su patrulla principal con el fin de establecer un punto de reunión para el pelotón. Había logrado recordar cómo un trozo de metralla le había agujereado el brazo y su vehículo, junto con los hombres que él mandaba, estaba destrozado. Como unos de aquellos barbudos de mierda, como él los llamaba, le habían dado por muerto en la arena. Y como habían desvalijado el coche con el fin de dejar desprotegido a un hombre que ya no tenía nada, a un teniente que nunca trató bien a uno solo de los reclutas pero que pensaba en ellos constantemente, en cómo convertirlos en una fuerza de combate a la que respetar. En unos hombres de los que estar orgulloso.
La depresión se abría paso en él a cada paso que daba, mientras se alejaba cada vez más de aquel jeep calcinado siguiendo las huellas de sus atacantes. Sus piernas no le respondieron, su fotografía le resbaló de la mano y cayó al suelo.
-Buenos días-dijo una voz.
El teniente se encontraba tumbado en el suelo. Al parecer, había perdido el conocimiento. Alzó la vista.
Delante de él, había un hombre moreno, implacablemente vestido de negro. Desde el lustre de sus zapatos a su barba recortada, no había un solo centímetro en su cuerpo que concordase con lo que uno se esperaba encontrar en medio de un océano arábigo como aquel. El desconocido sonrió, dejando entrever unos dientes blancos, ligeramente serrados, y le tendió una cantimplora.
-Gracias-masculló, bebiendo como un niño muerto de sed.
El desconocido ayudó al teniente a incorporarse y se sentó con él en la arena. El teniente siguió bebiendo, ajeno a las mil y un preguntas que podría hacerle a un individuo como aquel, y no se dio cuenta como sus dedos habían cicatrizado y su cara había dejado de sangrar.
El desconocido le miró mientras agotaba las últimas gotas del recipiente. Luego le devolvió la cantimplora, y le preguntó:
-¿Quién es usted?
El desconocido sonrió de nuevo.
-Un amigo. Me llamo Roberto. ¿Y tú?
-Lucas Bravo.
-He preguntado por cortesía. Ya lo sé. Teniente del ejército, desaparecido recientemente. Quiero decir qué serás.
-¿Quién demonios es usted?
El tal Roberto sonrió por tercera vez. –Alguien que quiere ofrecerte un trabajo.
-¿Un trabajo?
-Exacto.
-¿De qué me habla?
-Necesito tus servicios. Urgentemente. Firmaremos un contrato en cuanto estés dispuesto.
-Alucinaciones…mierda…
-Probablemente. Pero eso no cambia nada.
El teniente Bravo intentó despertarse, pero no pudo. Sabía que estaba soñando, pero al parecer su cuerpo no respondía. Había leído en una ocasión que el calor extremo provocaba alucinaciones. Debía dejar pasar sus efectos. Decidió seguir la corriente a ese extraño que le buscaba “urgentemente”.
-¿Qué tipo de trabajo?
-Uno que cambiará tu vida. Si necesitas algo a cambio haré cuanto esté en mi mano para dártelo.
-De acuerdo…necesito encontrar a los cabrones que se han cargado a mis chicos. Vivos, y si no es posible, muertos. Y como me conoces tan bien, sabes que no será posible.
-Desde luego. ¿Algo más?
-Necesito un puto enfermero. ¡Me arde la cara!
-Eso ya está solucionado. Considéralo…efectos secundarios.
-Me fumaría un cigarrillo. Con sabor a menta, si puede ser- dijo irónicamente.
Roberto se llevó las manos al bolsillo, de donde extrajo una caja de madera, ofreciéndole un cigarro y un encendedor al teniente.
-Cojonudo-murmuró éste. “Al menos puedo fumar en sueños”, pensó.
El humo del cigarrillo penetró en sus pulmones y sintió la relajación que solo la nicotina le conseguía dar. Después de un par de caladas, cerró los ojos. Cuando los abrió, Roberto se había levantado.
-¿Nada más que eso? En ese caso, he terminado aquí. Nos volveremos a ver cuando comience tu trabajo.
-Espera…ya que estás tan bien dispuesto, me gustaría una última cosa. Creo que me falta salud mental, pero que se puede esperar a estas alturas…
-Habla, Lucas.
-Me gustaría salir de esta mierda de desierto cuanto antes…espero que me encuentren ya.
-¿Eso es todo?
-Sí, genio de la lámpara, eso es todo – Bravo se sentía cada vez más relajado. Intentó no dormirse, pero fue incapaz. Su cuerpo cayó en la arena.
Cuando despertó, notó un suave balancear, y contempló a pocos centímetros de él un rostro. Estaba en un helicóptero. Uno de los hombres le preguntó cómo se encontraba.
-Estoy bien.
-Hemos tenido mucha suerte. Se encontraba a treinta y dos kilómetros al sur del lugar del atentado. Le hemos localizado por pura suerte. ¿Cómo consiguió encender una hoguera en pleno desierto?
-¿Qué?-preguntó el teniente, confundido.
-Le encontramos a pocos metros de una hoguera humeante, y nos extrañó ver una columna de humo en esa zona. Nos dirigimos hacia allí y vimos restos de madera, y de tabaco. No sé cómo lo ha conseguido, porque por otra parte, sus heridas están curadas.
Bravo pestañeó, e intentó recordar lo que había ocurrido la noche anterior. Luego preguntó:
-¿Dónde está Roberto?
-¿Quién?
-Roberto. Fue él que quemó la hoguera. Y me curó las heridas. Fue él el que me dio el tabaco.
-¿Quiere decir uno de sus hombres?
-¡No…Roberto! Era un hombre de mi edad, vestido con un traje. Pensé que soñaba, pero os trajo a vosotros. ¡Joder! ¿Dónde está?
-Será mejor que intente dormir, teniente. Han sido unos días duros.
Los soldados que escucharon durante el resto del viaje y en el hospital de campaña la historia no le creyeron. Lucas Bravo permaneció dos semanas en cama, intentando no demorar la espera. En cuanto estuvo listo, pidió el alta. Las heridas de su mano eran irrecuperables y una cicatriz le cruzaba el pómulo izquierdo, pero no tenía secuelas.
Cuando se reincorporó al servicio, recibió la noticia de que se había capturado a un grupo de hombres en la zona cercana a su ataque. Bravo fue llamado a reconocerlos, y vio en sus rostros miedo, ira e incluso compasión. Pero ninguno de ese grupo quiso ser entrevistado en privado.
Se reunieron con Bravo y un par de compañeros, hombres de armas todos, y hablaron unos minutos. Reconocieron, en voz baja, haber atacado en nombre de su religión tanto a los soldados como a más personas. El negociante aseguró a Bravo que el inesperado arrepentimiento de ellos contribuiría a destapar una red de terroristas bastante peligrosos. Bravo accedió a un trato, esperando vengarse de peces más gordos en aquel mar de mentiras y vírgenes en el paraíso; pero en un determinado momento uno de los presos hizo un gesto con la mano. Los dos interlocutores que hablaban quedaron en silencio.
El hombre sacó del bolsillo de su uniforme una fotografía carcomida por el tiempo. Era la misma fotografía que había perdido en el desierto, cuando estuvo a punto de morir. Se la entregó tembloroso a Bravo, y dijo:
-Roberto me pidió que le entregara esto. Dijo que lo necesitaría.
Bravo agarró la fotografía, con inquietud, apretándola con los tres dedos que le restaban. El preso agachó su cabeza, suspirando, como si se hubiera liberado de una gran carga. Luego, los presos fueron enviados a su celda, de vuelta.
-¿Estás bien, Bravo?
-Sí... sí…-contestó éste, perturbado. En ese momento recibió una llamada, y se apresuró a contestar, aún absorto en otros pensamientos.
-¿Sí?
-Trato hecho.
Bravo colgó. No necesitaba preguntar quién era.
Luko179120 de julio de 2012

1 Comentarios

  • Kafkizoid1

    Me gusta, espero que sigas escribiendo. Y hoy aprendí una nueva palabra, calar :)

    Saludos cordiales.

    20/07/12 06:07

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