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La Torre de Babel- Capítulo 7

Bravo despertó. Había conseguido dormir, se había dado cuenta que para lograrlo solo necesitaba encontrar a la persona adecuada.
Tras meses de trabajo continuo, juegos y todo el tinglado de la seducción, Elena y él estaban juntos. Aunque no les gustaba utilizar esa palabra. Y menos cuando trabajaban para alguien como Gallardo.
La mañana que Bravo despertó, después de una terrible pesadilla sobre batallas de la Antigüedad y guerras en las que no recordaba haber peleado, recordó las instrucciones del visitante la noche anterior. Cogió su móvil y vio que tenía un mensaje en su bandeja de entrada. Tras dirigirse al lugar indicado, había hallado a Elena, que procedió a contarle todo lo referente a su trabajo en la organización.
Hasta el momento, Bravo tenía claras dos cosas: la primera, nunca había estado más a gusto en su vida. La segunda, no confiaba en Gallardo. El teniente entendía su plan como una serie de actos tanto de espionaje industrial como de terrorismo. Por alguna razón, se encargaba de sus misiones sin rechistar. Quizá, pensaba el teniente, era por la verdadera identidad de aquel hombre.
Con suavidad, se acercó a la doctora, que dormía con esa pose que tanto fascinaba al teniente: labios ligeramente entreabiertos, un mechón de pelo cubriéndole la zona izquierda de la cara, una mano en la almohada y la otra oculta entre las sábanas. Bravo besó su mejilla, despertando ella con una sonrisa.
-Buenos días – susurró el teniente.
-¿Qué hora es? – preguntó ella, frotándose los ojos.
-Nunca te habías levantado tan tarde. Supongo que estarías agotada.
-Después de lo de ayer, por supuesto – dijo ella maliciosamente.
Bravo sonrió, y se acercó a la cocina de la que regresó con una bandeja, sobre la cual había un desayuno digno de un miembro de la nobleza.
-Sabes que no me gusta desayunar aquí, Lucas.
-Oh, vamos…
Ella asintió. El teniente se sentó con ella y la acompañó. Dijo:
-¿Cuándo vendrá Gallardo?
-Dentro de unos días.
-Estamos a punto de terminar con esto. Ya era hora. No aguanto a ese tipo.
-Solo es el contratante. No tienes por qué tratar con él.
-Nunca me has dicho cómo contactó contigo, Elena.
La doctora terminó su desayuno y se levantó. Mientras se vestía, habló:
-Un día, después de salir del trabajo. Me ofreció una suma de dinero que no pude rechazar. No le creí, supongo que nadie le ha creído nunca. Su identidad, quiero decir. Luego hizo su truco de mostrarme sus recuerdos, me desplomé y al recuperarme, supe que ese hombre quería hacer lo correcto.
-He tenido mis dudas.
-¿De qué hablas?
-Esto…a ver. Si Gallardo es quien dice, puede hacer que veamos lo que él quiere que veamos. Y que pensemos lo que él desea que pensemos. ¿No te has parado a pensar, después de matar a algún imbécil más, que Gallardo nos utilice? ¿Nos manipule?
-Si has sido capaz de darte cuenta de algo así, Lucas, es que no nos controla. ¿O acaso crees que dejaría algún cabo suelto? Es probablemente la persona en la que menos se puede confiar en este mundo. Pero es lo único que tenemos.
-Aún no me ha dado pruebas palpables de la mierda de la que acusa a Aguilar. Solo visiones.
-¿Y no me crees a mí?- preguntó airada la doctora.
Bravo bajó la mirada.
-Si no fuera por él, Lucas, aún estarías en el desierto. Piensa. Solo un par de días, nos limitamos a cumplir lo que nos mande, y luego cobramos nuestra merecida recompensa – después de decir esto, la doctora rodeó su cuello con sus brazos, y le besó. Bravo le devolvió el gesto, y después de separarse, propuso:
-¿Por qué no te puedo acompañar hoy?
-Gallardo quiere que haga este trabajo sin compañía. No te preocupes. En unos días estaremos cenando en el mejor restaurante que podamos pagar.
-Pero, como caballero, no dejaré que paguemos a medias.
-¡Qué gentil!- La doctora sonrió y le abrazó con cariño.
Un rato después, cuando Bravo ya había salido del apartamento, la doctora rebuscó en su escritorio, hasta que sacó del segundo cajón la fotografía del teniente, que guardó en un sobre. Luego escribió una dirección en el reverso, y se lo guardó en su bolso. Con lágrimas en los ojos, salió a la calle.
Estaba acercándose a su destino cuando vio que en la puerta de la cafetería un hombre trajeado la esperaba, con una velada sonrisa melancólica.
-¿Qué quieres ahora?
-Despedirme.
-Sabes que no estaremos tan lejos, Gallardo. Vamos al mismo sitio – tras decir esto, le entregó el sobre, que él guardó sin mirarlo.
-Eres la persona más valiente que he conocido. Cuídate, Elena. Nos veremos pronto.
Con una última mirada, Gallardo caminó hasta un coche, no muy lejos de allí. La doctora le siguió con la vista hasta que, tomando aire, entró en la cafetería. No pidió nada más que un vaso de agua. Encendió un cigarrillo, que duró en su mano breve tiempo hasta que le vio entrar.
-¿Puedo sentarme?-preguntó el recién llegado.
Silencio.
Luko179125 de julio de 2012

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