El cable que une mi efímera existencia quebró hace mil años, y desde entonces he buscado unirme a él, a mí, a ese otro del que he renegado siempre por ser un cualquiera que no mira atrás. Pero no puedo negar que ese otro soy yo también, que me acompaña en esta embarcación de éxtasis que es la vida, y yo me pregunto: ¿por qué renegar de lo que soy? ¿Por qué dejar de escribir poesía?
Quizá se deba a que no siempre los versos responden todas mis preguntas. No todo se limita a susurrar "Shazam" o "Kimota" y limitarse a observar cómo las circunstancias se acogen a mis designios. Quizá mi caminar ha de ser tan prosaico como sea posible, quizá no todo ha de ser poesía.
Y entonces me pongo mi disfraz de espía, divago entre ser un patriota o un idiota y persigo a la musa Talía hasta que no puede correr más. Entre Escila y Caribdis escondo mi alma para que nadie la pueda encontrar. Quemo cada objeto de inspiración que me baile el agua. Extermino ejércitos cuando se aventuran en el desierto de lo real. Escucho palabras necias. Investigo si es potable el río del que no beberé. Cerceno estrellas de mar en la Fuente de la Eterna Juventud, mientras Ponce de León aplaude y me vitorea. Llamo al sereno en la última noche de la historia. Abro la puerta del corazón de una mujer y luego tiro las llaves. Veo una luz al principio del túnel. Enmudezco al río que agua lleva. Capturo antes al cojo que al mentiroso. Madrugo y amanece más temprano. Juego a cara o cruz y la moneda cae de canto, oscilando el tiempo suficiente para que yo pueda hablar de ella. Me quedo sin ideas después, dejo tres hojas en blanco para luego volver y seguir con mi juego de tronos, mi pasión desmedida, mi lucha, mi obsesión y mi vida.
No todo ha de ser poesía, dice alguien dentro de mí.
No todo ha de ser poesía, dice alguien dentro de mí.
Sé que no te lo crees, compañero.
No me lo creo ni yo.
