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Una Tarde de Abril

UNA TARDE DE ABRIL

De pronto miró su reloj y puso cara de, hay que ver como pasa el tiempo
—No me había dado cuenta de la hora que es, dame tu teléfono y tu correo y seguimos en contacto. Siento que éste encuentro nos haya traído tan malos recuerdos y perdona por la tarde que te he dado, tengo que irme.
Celia se marchó dejando sobre la mesa el best seller “Ventanas” de Carlos Sautulla. La novela no me era desconocida hace años que la leí y aún sigo sin entender como semejante conjunto de disparates ha podido tener tanto éxito.
Leí las solapas y la contraportada de esta edición y me enteré de que su autor sólo había publicado ese libro, después desapareció de la vida pública y en estos momentos sus seguidores seguían esperando una nueva creación suya. Encendí mi ordenador portátil y tecleé su nombre, visitando páginas al azar descubrí que Carlos era toda una leyenda, por lo visto muchos internautas se preguntaban quién era realmente el escritor y el por qué de su silencio.
En uno de los numerosos blog dedicados a él, alguien que parecía realmente interesado en la vida del desaparecido personaje, pedía, casi suplicaba, alguna información sobre él o sobre Celia Sopeña la protagonista de la novela.
Sin pensarlo mucho me registre en el blog y empecé a escribir.
“Yo tampoco creo en las casualidades y aunque temo que la historia que voy a contar no hará más que añadir confusión y aumentará el misterio sobre Carlos Sautulla, esta tarde he tenido conocimiento de unos hechos que sin duda interesarán a los que se preguntan quiénes fueron realmente Celia Sopeña y Carlos Sautulla.
Me dirigía en taxi por La Gran Vía camino de una de las citas programadas de la tarde, cuando recibí una llamada que me anunciaba que ya no era necesaria mi presencia, los informes en los que había estado trabajando los últimos días ya no eran tan urgentes, el cliente, sin dar más explicaciones, informó a mis superiores de que todo quedaba aplazado, nada importaba el que yo hubiera pasado el fin de semana trabajando o que la noche anterior apenas durmiera. Ahora ya nada era urgente.
En ese instante, después de cortar la comunicación, decidí tomarme unas vacaciones, apearme del tren, parar. No era la primera vez que lo hacía, cuando la situación se ponía insoportable o cuando pensaba que los cosas no podían ir peor, o, como en este caso, me daba cuenta de que todos mis esfuerzos no valían nada, apagaba el móvil y sin decírselo a nadie, lo dejaba todo, por supuesto este estado de abandono de mis obligaciones solamente me duraba como mucho uno o dos días, a veces sólo unas horas.
Mandé parar el taxi a la altura de Callao, me bajé miré a un lado y a otro y me encontré con una luminosa tarde de abril, en ese momento decidí convertirme en un turista, en alguien que visita la ciudad por puro placer, al que no le afecta ni el tráfico ni el ruido, alguien que mira lo que ya conoce como si le fuera ajeno, observé la plaza y la gente que iba y venía, en este momento lo que el cuerpo pide, pensé, es sentarse en una terraza, mirar y ser mirado, sin más preocupaciones.
Así lo hice, tomé asiento y mientras buscaba con la mirada al camarero, la descubrí, era ella sin duda, o no, sí, la primera impresión es la que cuenta, vestía una falda oscura que dejaba ver sus rodillas y una blusa malva, en la silla de al lado descansaba un bolso y una chaqueta de piel, tenía la misma cara de niña, pero ahora en un esplendido cuerpo de mujer, cambié de lugar y me situé muy cerca, casi enfrente, pensando que ella también me reconocería, nuestras miradas se cruzaron una, dos, muchas veces, pero nada, hasta que dejé de mirarla, por nada del mundo quería dar una impresión equivocada, ella observaba distraída a los que subían y bajaban y de vez cuando consultaba el reloj, debía estar esperando a alguien. Así pasamos cerca de una hora, hasta que se volvió y mirándome fijamente me dijo.
—Llevas un buen rato sin quitarme la vista de encima, si quieres decirme algo hazlo o búscate otro entretenimiento.
Me lo soltó así a bocajarro, reconozco que me asusté un poco, aunque el tono de sus últimas palabras no me pareció amenazante, me sonó más a cansancio o aburrimiento, Aguanté su mirada intentando recordar a la Celia alegre e ingenua que yo conocí y respondí lo mejor que supe.
—Celia, no te recordaba ni tan directa ni mucho menos tan agresiva, claro que han pasado muchos años y los ochenta nos quedan muy lejos.
Ella siguió mirándome buscando en mis ojos alguna imagen del pasado, mi aspecto en ese momento no ayudaba mucho, ahora llevaba gafas y ya había perdido casi todo el pelo, algo debió encontrar que le hizo sonreír.
—Tú eres…
—Sí el mismo.
—No has cambiado nada estás igual que entonces, ayúdame ¿Cuánto años teníamos, dieciocho, veinte?
—Aún más jóvenes, éramos unos niños.
—Dios mío estoy aquí esperando a un idiota y apareces tú, mucho mejor te lo aseguro, si tienes tiempo buscamos otro lugar y hablamos tranquilamente.
—¿Y tú amigo, el idiota?
—Si sigo esperándole más, la idiota seré yo.
Llamó al camarero y pidió la cuenta,
—Si te apetece podemos dar un paseo y hablamos tranquilamente.
—Tengo todo el tiempo del mundo, acabo de tomarme unas vacaciones, en este momento soy un turista que no sabe en que emplear lo queda del día.
Volvimos la espalda al sol y nos dirigimos a Cibeles, paseando despacio, sorteando a la gente. Con cuatro frases me puso al día sobre su vida; empezó derecho pero lo dejó en el segundo año; tuvo varios trabajos y ninguna relación estable, hasta que con cerca de treinta años se casó con un chico del barrio convertido en ejecutivo de ventas de una multinacional.
Dejamos a un lado el bullicio de La Gran Vía buscando la intimidad de las calles laterales, bajamos por Infantas camino de la Plaza del Rey, y ella siguió comentándome sus andanzas.
Después de casarse dejó el trabajo y se dedicó a la casa, la cosa no salió bien, él no paraba de viajar y ella tenia la sensación de que su lugar no estaba en un chalet pareado en las afueras, se sentía aislada del mundo y esa no era la vida con la que en algún momento había soñado, cuando las infidelidades de él pasaron a ser algo habitual, tomó la decisión, demasiado tarde según ella, y se divorciaron. Ahora era ella la que viajaba y rompía corazones.
La conversación volvió sobre el barrio y sobre la añoranza de una adolescencia que ella me confesó alguien le había robado.
Hablamos de los amigos comunes y descubrimos que fueron muy pocos, de aquella época sólo recordábamos a Carlos, un chico un par de años mayor que nosotros, alto, moreno y con una fuerte personalidad, cuando le mencioné pasábamos junto a un supermercado del barrio, ella arrugó la nariz y comentó.

—Estoy casi segura de que aquí había un cine.

—Claro que sí, una sala de esas donde ponían películas raras.
—Y donde tú, Carlos y yo vimos una película horrible ¿lo recuerdas?
Mientras caminábamos volvió a mi memoria aquélla tarde de invierno. De aquel lugar recordaba, maderas viejas y espejos desconchados, una pesada cortina que aislaba el patio de butacas y un insoportable olor a desinfectante. Pensábamos que aquella era una sala de las que llamaban de arte y ensayo, pero era lo más parecido a lo que luego fueron los cines dedicados al porno, Celia nos dijo que a su hermano mayor, no recuerdo su nombre, unos compañeros de la facultad le habían recomendado esa película, que no podíamos pasar sin verla, según ellos, era una feroz crítica social narrada con escenas directas de una crudeza estremecedora, interpretada por grandes actores, tan metidos en su papel que por momentos tenias la sensación de estar viendo un documental. En realidad nos tragamos una película insoportable, en blanco y negro, subtitulada y larguísima, en la que hombres y mujeres, hablaban poco, bebían mucho y practicaban sexo y por supuesto no podía faltar la violencia, (sangre mucha sangre,) en una escena una mujer después de forcejear con un hombre, le atizaba un hachazo en medio de la cabeza, alejándose tranquilamente mientras él se quedaba mirando a la cámara con cara de perro apaleado.

Unos metros más abajo encontramos un local que era a la vez cafetería, librería y tienda de comestibles, ocupamos la primera mesa que vimos, sobre ella alguien había dejado olvidado un libro, Celia miró la portada y le dió la vuelta. Pedimos unos cafés, parecía no tener ninguna prisa y yo aún seguía de vacaciones.
—¿Te acuerdas de aquella salida, los tres juntos? Y de la peli ¿qué me dices ahora después de tanto tiempo? Menuda metedura de pata.
—Salí traumatizado de aquella sesión, era la primera vez que veía la imagen en movimiento de una mujer adulta desnuda, quiero decir completamente desnuda sin ocultar nada. Eso era porno pero del malo. Nos enseñaron todo el repertorio de golpe y sin avisar. Pensé que después de ver aquello jamás sería capaz estar a solas con una mujer, que nunca superaría la fase de masturbación diaria.

—Para mi fue igual o peor, recuerda que fui yo la que os propuse ir a verla. ¿Carlos cómo reaccionó? Yo me marché enseguida y os dejé solos.
—Ya sabes como era de bruto, cuando tú te fuiste me confesó que estaba muy excitado y me propuso que nos fuéramos de putas, creo que no lo decía en serio, al final nos conformamos con tomarnos un par de cervezas y volver a casa de madrugada.
—¿Sigues manteniendo algún contacto con él? Erais muy amigos ¿verdad? ¿Sabes algo de su vida?
—No, no lo creas, estudiábamos juntos y durante algún tiempo salimos los fines de semana al centro y poco más, yo no tenia muchos amigos, él era algo mayor y más lanzado, yo me dejaba llevar.
—Todas las chicas estábamos coladas por él, no sé que le veíamos. Lo que te voy a contar no lo supo nadie del grupo. Me invitó a su casa el sábado siguiente, parece ser que no se le había pasado el calentón del fin de semana. Vivía en un chalecito de la calle Apolo, me dijo que sus padres no estaban y que estaba preparando una fiesta, yo acudí pensando que tal vez podría ser mi primera cita romántica.
—No tenia ni idea, no me lo contó, cuando dejamos de verte me preguntó por ti un par de veces, pero nada más.
—Había colocado un sofá viejo y un tocadiscos, puso música y tonteamos un poco, los dos éramos muy jóvenes y yo era la primera vez que estaba a solas con un chico, él no sé, pero me imagino que igual. Nos enrollamos y la cosa se nos fue de las manos, llegado un momento yo me asusté y le aparté de mi, él no se lo tomó bien no quería parar y se puso violento, empezó a insultarme, a llamarme puta y calientapollas, tuve miedo pensé que me iba a violar, de pronto agarró un hacha, y amenazándome me dijo: sabes lo que merezco en este momento, que cojas esto y me abras la cabeza y me dejes aquí tirado. Salí corriendo como pude de aquel lugar, todavía no recuerdo cómo llegué a casa, estaba aterrada y confundida. Pasé semanas dándole vueltas y para olvidar aquella tarde y a él me distancié de todos.
—Nunca supimos nada, Carlos el simpático, el ligón, resultó ser un cabronazo.
—Años después coincidí con él en la feria del libro, yo no lo hubiera reconocido llevaba gafas oscuras y parecía muy mayor, fue él quien llamó mi atención, me saludó diciéndome que estaba muy guapa y me regaló un libro, “Ventanas” de Carlos Sautulla, el mismo que ahora alguien ha dejado olvidado en esta mesa, me dijo, hay un capitulo que está dedicado a ti, lo sé de muy buena tinta, conozco muy bien al autor.
—He leído ese libro y por lo que me acabas de contar me imagino que capítulo es. Si no recuerdo mal una mujer sufre un intento de violación y acaba matando al agresor que queda moribundo mientras ella le abandona a su suerte, curiosamente en la película porno que vimos los tres había una escena parecida.
—Yo no creo en las coincidencias, primero te encuentro a tí, después nos tropezamos con el local donde, cuando éramos unos adolescentes, asistimos a un curso avanzado de educación sexual y ahora, como si nos estuviera esperando, vuelve a mí este maldito libro, no sé lo que Carlos quiso decirme ni qué pretendía al regalarme ese ejemplar, yo por supuesto no había olvidado lo que nos pasó y me pareció que con su regalo él quería demostrarme que también lo recordaba. Cuando leí el capitulo de la violación me sentí humillada y manipulada, me imagino que los escritores utilizan todas sus experiencias, pero el cabrón de Carlos Sautulla ha conseguido ser un autor de culto gracias a la pobres Celias que se ha cruzado en su vida. Me gustaría que se supiera que el Carlos que yo conocí no era más que un cerdo machista.

Durante unos minutos permanecimos en silencio, de pronto miró su reloj y puso cara de, hay que ver como pasa el tiempo, y me dijo,
No me había dado cuenta de la hora que es, dame tu teléfono y tu correo y seguimos en contacto. Siento que este encuentro nos haya traído tan malos recuerdos y perdona por la tarde que te he dado, tengo que irme.
Se marchó dejando sobre la mesa el libro de Carlos Sautulla”.

Lumen










Lumen16 de junio de 2010

4 Comentarios

  • Agora

    Lumen!: feliz encuentro con tu tarde de abril! y tu impecable narrativa...
    ese paseo por Madrid, el hilo de la historia... una maravilla!
    felicidades! un autentico lujo un texto como este tuyo!
    te sigo leyendo!

    14/07/11 01:07

  • Agora

    Lumen!: feliz encuentro con tu tarde de abril! y tu impecable narrativa...
    ese paseo por Madrid, el hilo de la historia... una maravilla!
    felicidades! un autentico lujo un texto como este tuyo!
    te sigo leyendo!

    14/07/11 01:07

  • Lumen

    Aunque con mucho retraso, gracias Agora, esta página la visito muy poco.
    Lo siento de veras.
    Manuel.

    12/11/11 09:11

  • Agora

    Nada que sentir! yo te leeré siempre que te encuentre!

    12/11/11 09:11

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