Recibì un escueto mail con dos
palabras y un nombre:
LLEGO MAÑANA. ENRIQUE.
La mañana del día siguiente fue como todas.
Únicamente en la panadería compré algo más de pan.
La comida estaba ya preparada del día anterior: crema de
puerros y lentejas.
Había vino de las navidades pasadas.
Me puse mi vestido de diario con
mis zapatos de dos temporadas atrás.
No me pinté los labios.
Puse a calentar la comida, dos vasos
sobre la mesa con el mantel de
plástico a cuadros y dos trozos de pan.
Me senté a esperarlo.
Llegó con una maleta nueva, su gabardina gris y
su sonrisa, que ya había olvidado,
Hola Raquel, al fin estoy en casa.
Bienvenido Enrique.
Come y bebe.
Cuando termines coge tu maleta y vete.
Esta ya no es tu casa. Ni yo la Raquel que dejaste
por aquella ramera que se hizo dueña de tu vida.
Come y bebe y si quieres dime adiós.
O mejor no te despidas.
Nunca has vuelto, maldito mentiroso.
Enrique comprendió de pronto que
se había muerto en vida.
Raquel cerró la puerta tras él y
se puso muy seria. Como era ella.
