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No Tengo la última Palabra

Tanto a mi hermana y a mi nos gustaba ir con papa en fin de semana a los pueblos de extremadura y llevar el maletín con los utensilios y medicinas que mi padre utilizaba para atender a los pacientes sobre todo a los mayores que no podían desplazarse a la ciudad, en la post-guerra la gente pasaba muchas necesidades. Mi padre médico de toda la vida, le observábamos como atendía a sus pacientes, veía que disfrutaba con su trabajo desinteresado.
Toda la familia vivíamos en la ciudad donde mi padre ejercía en una modesta consulta y nunca nos faltó comida en casa.
Mi madre heredó de mis abuelos una casita conservando el encanto de las casitas de pueblo de extremadura, habia un pozo, y a mi hermana y a mi nos encantaba sacar agua para berberla a la hora de comida, también nos divertía mucho llenar el botijo, y como no sabíamos beber se nos derramaba por la boca o nos entraba agua por la nariz. Había un limonero enorme en el centro del patio. A mi padre nos hacia zumos de limón con una receta secreta que os encantaba.
Durante unos de esos maravillosos fines de semana que ayudábamos a mi padre y que siempre nos quedabamos a vivir en la casita del pueblo, tanto mi hermana y yo nos pusimos muy enfermos, mi padre estaba muy preocupado, pero aun así nos dejó en casa y se iba a visitar a la pobre gente que lo necesitaba. Al terminar el fin de semana nos marchábamos a ciudad, nos sentíamos muy mal, pero despues de un par de dias y unas medicinas que nos daba mi padre nos recuperábamos perfectamente. Llegó el siguiente fin de semana, llegamos a la casita del pueblo y despues de estar una día alli, volvimos a ponernos enfermos, mis padres estaban muy preocupados, mi madre muy amante de asuntos relacionados con el espiritismo, insinuó a papa que podrían ser espíritus que nos estaban haciendo este mal, mi padre hombre de ciencia se enfadaba mucho. Estuvimos así durante unas tres semanas asi, misteriosamente al llegar a la ciudad a los pocos días nos recuperábamos hasta que volvíamos a la casita del pueblo, mi madre estaba muerta de miedo, no se quería quedar sola en casa, de todas formas no habia otra opción nosotros volvimos a caer enfermos. Una vecina, sin que lo supiera mi padre y a petición de mi madre hizo una limpieza espiritual, pero nada, cada vez estábamos peor. En esta ocasión mi padre fué solo, tenia que visitar a una pobre anciana en lo alto de una montaña, estaba un poco retirado de nuestra casita, la vecina amiga de mi madre y aficionada como mi madre a los asuntos del esoterismo, pidió a mi padre que fuese a visitarla, al parecer estaba muy enferma y no podía moverse de la cama. Efectivamente no sin dificultad llegó a la casa de la anciana, era una señora con mirada fija y penetrante, hablaba de forma pausada y estaba tranquilamente sentada cerca de su mesa camilla, con el brasero puesto y leía con cara agradable un libro, mi padre al llegar y entrar en la vivienda se enfadó bastante, con no muy buenos modales se dirigió a la anciana increpándola por que había requerido sus servicios y ella estaba en perfecto estado, no podía desplazarse bien, pero estaba en perfecto estado, la mujer con los carrillos de la cara enrojecidos por el efecto del brasero cerca de sus piernas, le dijo, sientate por favor quiero hablar contigo de tus hijos, mi padre fue llenándose de más y más ira y se marcho de alli dando un portazo. Yo seguía muy mal pero la que empeoró de forma preocupante fué mi hermana, volvíamos a la ciudad y todo llegaba a la normalidad, dado que mi padre debía dar servicio médico a los pueblos de la ciudad nos veíamos obligados a regresar a la casita del pueblo, cada vez nos poníamos más enfermos, hasta que un fin de semana mi hermana perdió el conocimiento, logró despertar, mi padre se llevó las manos a la cara, se sentó en una mecedora y llorando nos decía, no se que puedo hacer ya, he utilizado todo mi conocimiento para curaros y no se que más puedo hacer, en la ciudad mi padre nos llevó a otros colegas suyos para que nos analizaran, dado como resultados, todo correcto, no nos encontraban nada, mi padre con lágrimas en los ojos se levantó de la mecedora y sin decir nada a nadie, sin llevar su maletín, salió corriendo hacia la montaña donde vivía esa anciana que tiempo atrás visitó, llamó a la puerta, la anciana con sus limitación y con bastón en mano abrió la puerta, ella de dijo, tu orgullo te ha hecho venir muy tarde, mi padre asombrado se la quedó mirando a los ojos, con su mano derecha apartó las lágrima que inundaba sus ojos y no le dejaban ver bien. La anciana le cogió de la mano y le dijo, ven pasa y siéntate, mi padre le dijo.- querías decirme algo de mis hijos, verdad?, la anciana con una serenidad agradable y olvidada en el ritmo de la ciudad se dirigió a mi padre y le dijo, señor médico sé que tus hijos están enfermos, mi padre se sorprendió. La anciana apenas podía moverse y no podía bajar al pueblo. Estoy desesperado mis hijos han visitado a los mejor médicos y todos dicen que no encuentran nada, mi hija es la que peor está, creo que no merezco ser médico, pero ni no puedo ni curar a mi propia familia como puedo considerarme un buen profesional. La anciana le abrazó y le dijo con voz tranquila y al oído, ahora te levantarás de esta silla, llegarás a casa y buscarás un botillo de color blanco que teneis en casa y que solo tus hijos han estado bebiendo de él, rómpelo y verás lo que hay dentro.
Mi padre se la quedó mirando, al hacerlo notaba un sentimiento de paz y tranquilidad que jamás había sentido, se levantó, con la velocidad del rayo bajó la montaña, el corazón hacía su función, acelerando sus pulsaciones y dándole toda la fuerza que necesitaba para llegar cuando antes a casa. Mi padre llegó blanco y sin aliento y como pudo nos dijo donde está el botijo?, papá que botijo.- en el que bebeis tu hermana y tu, está al lado del pozo, ante de acabar la frase, mi padre corrió al patio, llegó al pozo y al lado de dos macetas con flores amarillas estaba el botijo, oímos desde el salón un golpe fuerte y que algo se rompió, mi madre salió al patio y vió a mi padre llorando y con un sapo de cierto tamaño en la mano, mi madre le preguntó, por dios que haces!, este sapo estaba contaminando el agua que tus hijos bebían, y como lo has descubierto, le dijo abrazándose a él. Mi padre le contestó en la vida nadie tiene la última palabra, y mi forma cerrada de pensar ha podido llevar a la tragedia a mis hijos.
Marcuegal12 de julio de 2015

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