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Edificio Babilonia

Era uno de los fines de semana de agosto más calurosos del verano en aquel piso de renta antigua de la calle Burriana en pleno centro de Valencia. Hasta los azulejos del cuarto de baño sudaban la cal incrustada. Era una casa con vida propia, con más de un centenar de años e inquilinos sobre sus losas desgastadas y cuando algunas noches soplaba el viento de levante sus raídas cortinas susurraban rumores e historias de familias, amig@s, amores y líos de cama que habían dejado una imborrable estela de energía vital estancada bajo aquellos altísimos techos, vigilantes incansables de tantas vidas humanas.
Y aquel seguía siendo uno de los fines de semana de agosto más calurosos del verano y las cañerías con sus barbas de moho acusaban con chirridos sus doloridas articulaciones.

En la habitación más grande Jose, un chico de Orihuela que se autoproclama murciano a los cuatro vientos, termina de arreglar la cama que comparte con su novio desde que llegó hace poco más de un mes a la casa.
Llegó a Valencia hace un par de meses para estudiar Arte Dramático y por casualidad conoció a Daniel, un chef alemán actual dueño del piso, al que convirtió aquella misma noche en su novio y compañero de cuarto.
A pesar del horroroso calor Jose está hoy pletórico como nunca desde que llegó porque viene una amiga de Murcia a visitarlo y por fín podrá desahogarse con alguien que no viva allí y que comprenda el español sin tener que hacerle aclaraciones( por lo menos en condiciones normales). Además, últimamente se siente asfixiado, sin espacio propio, siente que sólamente puede respirar el aire que Daniel respira, aire mil veces respirado que daña sus antiguos principios sobre su propia y amada libertad. Podrán salir esta noche sin miedo a equivocarse con los amigos de él, podrán cenar en un italiano, poner nervioso al camarero hasta el borde del despido y bailar música electrónica hasta bien entrada la mañana sin tener que aguantar a Anita.

Anita es la compañera de piso de Daniel, también alemana, y que utiliza su fingida falta de comprensión española para poder decir las maldades que se le antoje sin miedo a que la gente se enfade con ella. Trabaja de camarera en dos sitios distintos y es de esa clase de personas que no les hace falta nada ni nadie para sobrevivir en cualquier recóndito planeta de esta galaxia. Eso sí, siempre ayudada por alguna bebida cuya composición conste de más de 5 grados de alcohol. Es sábado por la mañana y está enfadada. No puede dormir. Ya sabía ella que no era buena idea aceptar la visita de la amiga de Jose en casa. Era su puta casa y había demasiada gente. Demasiadas chicas para su gusto, se decía a sí misma mientras recogía los vasos de vino que había ido dejando ella misma la noche anterior por toda la casa. Estaba acostumbrada a ser la única gallina de aquel gallinero donde había también gallo y muchas plumas. Se sentía celosa. Pensaba que Cristian le pertenecía...

Cristian es un chico polaco, jugador de baloncesto y relaciones públicas de una discoteca de aquella húmeda ciudad que le había acogido hacía ya ocho años. Anita lo ha instalado en el piso mientras le reforman el suyo y duerme en el sofá cama de la salita de estar. No le gusta Anita pero se acostó con ella hace una semana por gratitud y porque iban bastante borrachos. No tiene grandes ambiciones en la vida excepto sobrevivir y pasarlo bien mientras pueda. Es guapo y lo sabe y lo utiliza bien en su beneficio. Le encanta exhibir continuamente los dos metros de su atlético cuerpo en aquella enorme casa a chicos y chicas; recrearse en la satisfacción de las estupefactas caras cuando sale del baño luciendo una perfecta y fibrosa desnudez. Hoy lo hace por la chica nueva que lo observa sin tapujos y sonriendo desde la cocina.

Es domingo por la mañana y la amiga de Jose se acaba de despertar pero no se levanta. Ha dormido todo el fin de semana en la habitación de él ya que Daniel comparte con Jose la suya. Hace balance del fin de semana y decide que volverá cuando Jose tenga su propio piso aunque lo ha pasado genial. Desde que llegó decidió hacer caso omiso de las punzadas envenenadas que Anita le arrojaba continuamente. Se había reído mucho aquellos tres días y en su haber se contaban algunas anécdotas que Jose le había prometido no confesar nunca ante nadie. Se recreaba en el recuerdo del anochecer del sábado tumbados los tres en la playa, Jose, Cristian y ella, únicos testigos de aquellos mosquitos implacables mientras reían las divertidas historias que el polaco les contaba. Extrañamente no le apetecía conducir las dos horas de vuelta que le llevarían en brazos de la rutina de la próxima semana. En sus pensamientos estaba cuando se sintió observada y mirando hacia la puerta vió aquellos dos metros de hombre que sin pensarlo dos veces acortó la distancia, no se dijeron nada y de repente, aquella ancestral y enorme cama se hizo más pequeña que nunca y las cortinas divertidas empezaron a cantar historias de otros encuentros.....
Marlango8210 de agosto de 2008

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