Todo comenzó en un ya lejano domingo de mayo cuando ella aún guardaba luto por aquella muerte repentina. Arrastrada a la calle por dos buenos amigos con la cara demacrada por el llanto, las mejillas aún mojadas, las ojeras enmarcadas y el pelo descuidado decidieron sentarse en aquella terraza soleada y ahogar las penas los tres juntos como un gran acto de solidaridad enardecida. Cuando ya iban por la tercera un camarero llamó la atención de todos y sobre todo la de ella. Allí estaba mirándola fijamente, imponente, sonriendo con una sonrisa perfecta recién salida de cualquier anuncio de dentrífico y con aquellos ojos verdes y profundos, mientras un brazo esculpido a cincel por algún escultor griego de antaño le alargaba una servilleta cuidadosamente doblada. Ella mostró su primera sonrisa en tres días, le dijo algo que ni siquiera recordaba y él contestó con un sensual acento brasileño guiñándole un ojo y volviéndose para seguir sirviendo sus mesas.
Una servilleta, un nombre y un numero de teléfono.
Nunca lo llamó.
Pasaron los días e incluso algunas semanas y decidió volver a aquella terraza cerca de casa para comprobar que aquello había sido cierto.
Y alli estaba él. No lo había soñado.
No le reprochó nada. Tan sólo habló con ella como si no hubieran sucedido los días, como si se conocieran de toda la vida. Y así, día a día, café a café, aquel estudiante brasileño que estaba en España de Erasmus fue ganándosela con sus relatos, con aquellla risa franca cuando ella decía alguna burrada que le divertía, con aquella falsa timidez cuando se le insinuaba, con aquel tacto con que la mimaba, con aquella mirada traviesa cuando intentaba intimidarla.
Pero el miedo la paralizaba.....
Buenos d?as Marlanga. Has situado muy bien una espectativa de relato que da la sensaci?n que tendr? continuidad. Espero ver c?mo se desarrolla el desenlace de la trama. Un besote.
