Me dolía mucho. -¡Todo! ¡Me duele todo!- gritaba a quienes estaban conmigo que me miraban con los ojos desorbitados, sorprendidos de aquel ataque de pánico que observaban que se estaba apoderando de cada uno de mis poros. Estaban paralizados. No me entendían.
Me dolía todo por dentro. No sabría explicarlo, pero necesitaba aplacar el dolor como fuera o por lo menos saber si existía remedio para aquello porque si no lo había simplemente sabía que moriría de dolor y entonces sí que todo habría acabado.
Los veía mirarse entre ellos interrogantes sin saber muy bien qué decir ni qué hacer por aquella mujer que siempre aparentaba una gran fortaleza. No esperaban de ella aquel ataque de locura, de cobardía, de miedo, aquellos gritos desgarradores que parecían provenir del más visceral de sus abismos carnales pidiendo ayuda.
Tras varios minutos de silencio que parecieron horas alguien llamó a una ambulancia que me llevó al hospital a todo lo que daba teniendo en cuenta que era mediodía y Murcia se pone imposible a esas horas.
Me metieron por urgencias directa a uno de los quirófanos. Todos corrían pasillo arriba, pasillo abajo. Yo sólo miraba los tubos del techo correr y me sentía sola, muy sola entre tantas batas blancas, entre tantas batas verdes. Estaba muy asustada y cada vez me dolía más. Al llegar al quirófano una enfermera muy amable trató de explicarme que iban a abrime el pecho para operarme porque parecía que había algo oprimiéndome los pulmones. Yo asentí sin poder dar el habla. Luego alguien me puso una mascarilla y todo fue desdibujandose , todo se veía cada vez más borroso pero oía sus voces muy lejanas y resonaban unos extraños gritos en mis oídos que cada vez se hacían más altos
-¡No puede ser! ¡Está vacía!¡Está vacía!
