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Memorandum


La lluvia nos sorprendió en medio de la ruta. A Camila la había conocido hace cuatro años, en una fiesta de cumpleaños de un amigo mío de la Facultad. Me acuerdo que llevaba un vestido celeste y un unos pequeños aros con piedritas rojas. Se veía hermosa, como siempre. Unos días después de esa fiesta nos pusimos de novios. Y hace poco yo le había hablado de anillos y de compromiso, pero no me había respondido más que con una sonrisa y un beso en la frente, que era su forma tierna de decirme “un tiempo más”. Estaba embarazada de cuatro meses.
Estábamos llendo de vacaciones para que yo me pudiera despejar un poco. Hacía unas semanas habían fallecido mis padres en un accidente de avión, y yo estaba destruido. Camila estuvo a mi lado todo el tiempo, casi ni dormía atendiéndome la pobre. Siempre fue así conmigo, creo que nunca le retribuí todo lo que se merecía. Capaz que por eso...no, no.
Bueno, se había largado a llover y nosotros estábamos en mi Renault en la ruta. A ella no le gustaba viajar con lluvia, decía que era muy peligroso. Pero a los costados no se veía ningún lugar donde parar, hasta que apareció la casona. A mi no me pareció una buena opción, pero la vi a Camila un poco alterada y me dije que lo mejor era detenerse. Dejamos el auto bajo un ombú que había por allí y nos encaminamos hacía la puerta de madera. Golpeé dos o tres veces y una señora mayor se asomó y nos hizo pasar en seguida. Eso me extrañó, pero yo ya había notado la hospitalidad de la gente de esa zona.
- ¿Qué hacen por acá? – nos preguntó- Si buscan un hotel se equivocaron. Esto es una pensión. Pasen y tomen algo caliente.
- Señora, solamente queremos pasar la noche. Mi novia está un poco sensible por esta tormenta. Mañana nos vamos.
- Tienen suerte, todavía tengo una pieza sin alquilar. Pueden quedarse ahí.

La señora nos invitó a la cocina. La pensión se veía más grande desde afuera. Luego del zaguán, había una sala de estar. Ahí había un viejo sofá, y se distinguían cuatro puertas. Una era la del baño, las otras creo que eran habitaciones. A la derecha se abría un pasillo para ir a la cocina. Allí había una puerta más, y cruzándola se veía otro pasillo angosto que terminaba en una escalera para subir al segundo piso.
La señora era la dueña del lugar, se llamaba Diana. Nos sirvió un poco de sopa que había quedado de la cena. Nos dijo que los chicos que vivían allí ya dormían, pero yo igual escuchaba sus voces. Luego de tomarnos un café que nos preparó, Diana nos mostró dónde dormiríamos. Camila estaba más relajada ya. Subimos las escaleras hacia el segundo piso. A los costados del corredor que había allí se podían contar cuatro puertas, dos a cada lado, y una más en la pared del final. Yo pensé que esa correspondía al baño (¿por qué no era el baño?) pero airosamente Diana me dijo que no, que no se podía entrar ahí. Con Camila nos miramos sorprendidos. Diana nos indicó que dormiríamos en una de las piezas de la derecha, la que se encontraba más cerca de la puerta prohibida. Y luego se despidió, entrando por la puerta de enfrente. Nosotros nos dormimos en seguida.
No sé para qué escribo esto si ya sé lo que va a ocurrir. Camila se despertó como a las cuatro de la madrugada. Era noche cerrada, no se veía nada. Yo reaccioné recién cuando distinguí el haz de luz que se escurrió adentro de la pieza al salir Camila. Pensé que había ido al baño ( y quiero creer que ella también). Aturdido, me levanté igual de la cama y me asomé al pasillo. Y en ese momento la vi entrar por la puerta prohibida. Camila no escuchó mi grito, y cerró la puerta detrás suyo. En ese instante se asomaron diez o quince personas desde las otras habitaciones y desde la escalera. Yo quise abrir la puerta prohibida, pero era imposible. La vi a Diana, grité por auxilio, pero todos parecían autistas. Un muchacho ni siquiera respondió el golpe que le di en la cara, cayendo de bruces al suelo, justo a los pies de Camila, que salía por la misma puerta que había entrado. La abracé y le pregunté si estaba bien, le dije que nos fuéramos de inmediato de ese lugar. Pero ella no me contestaba, no me decía nada, sus ojos estaban vacíos.
-¡ Camila, Camila!- le grité, sus manos estaban heladas.
- Entra – alcancé a oír de sus labios.
- Entra – repitió Diana. Escuchaba mi nombre ahí adentro.
Ahora me encerré en el baño (era la primer puerta de la izquierda) y guardo este papel en mi bolsillo. Tal vez signifique algo para mí en un rato, ahora que perdí todo, ahora que Camila no es Camila, ahora que paso en frente de Diana, ahora que cruzo la puerta prohibida, ahora que se cierra detrás de mí.
Mauricio20 de diciembre de 2007

3 Comentarios

  • Tuxsparty

    Muy bueno!

    20/12/07 02:12

  • Mauricio

    Gracias viejo por tomarte la molestia de leerlo, me alegro que te haya gustado

    21/12/07 01:12

  • Marisol

    !!! bueno muy bueno!! pero con gusto a poco heee

    21/12/07 04:12

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