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Cine y Palomitas

Estoy haciendo cola en las taquillas del cine Multiplex esperando a Susana que, sin duda, llegará tarde y, como siempre, acalorada y con alguna historia que contar. Tengo un grupo de adolescentes delante, empujándose sin motivo aparente y hablando a voz en grito. Me fijo en uno de ellos, que está entreteniendo a una chica con un piercing en el ombligo. El chaval lleva una camisa de cuadros, una cadena alrededor del cuello y una gorra con una chapa metálica. Sobre su labio superior se dibuja una sombra de vello negro. Lo reconozco de golpe. Podría haber sido otro chico, pero es él.
Imagino entonces el tiempo que debe haber pasado buscando entre su ropa antes de vestirse. Miro a la chica que está con él. Es el tipo de niñata superficial y cruel por la que yo mismo habría perdido la cabeza hace tiempo. El chaval está intentando impresionarla. La chica le encanta, se nota por los gestos, por las lamentables gracietas que suelta compulsivamente. Un chico alto y rubio se le acerca y comienza a humillarlo delante de la chica. La cría se ríe. Los chavales empiezan a empujarse. El rubio le roba la gorra y sale corriendo. El chico le persigue y se choca conmigo. Lo tengo delante con una expresión de susto en la cara.
-¿Me reconoces? -le digo.
El chaval me observa extrañado durante un instante antes de salir corriendo.
Compro las entradas y voy a la puerta del cine a esperar a Susana que sigue sin llegar. Pienso en el encuentro que he tenido e intento hallar un vínculo entre aquel adolescente y el niño que hace unos años conocía tan bien. No es como me lo imaginaba. Bueno, un poco sí.
Su madre me lo presentó cuando tenía tres años. Me convertí en su compañero de juegos. Cuidé de él muchos días mientras trabajaba su madre. Hacíamos películas con los Playmobil. Le enseñaba a dibujar animalitos. Cuando había otra gente, el niño buscaba la seguridad a mi lado. Jamás he tenido un hijo, pero en aquella época podía hablar con otros padres sobre cuestiones de educación infantil, tenía mucho que decir y quería hacerlo bien.
La relación con su madre no funcionó. No importaba, encontraría a otra persona que me entendiera mejor. Lo que más me dolió fue perderlo a él. Tuve que separarme de un niño de cinco años. Las visitas que le hice al principio no aportaron nada bueno. El chico tenía que olvidarse de mí. Mejor que lo hiciera pronto.
Cuando el niño tenía cinco años ya había imaginado lo que le diría cuando fuera adolescente, cómo hablaría con él, como trataría los temas importantes. Ahora lo encuentro a esa edad y no es como me lo imaginaba. Bueno, un poco sí. Vuelvo a pensar en lo que le diría, en cómo hablaría ahora con él si pudiera. ¿Qué le diría para que no le rompieran el corazón?
Maxdelirante12 de enero de 2017

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