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La Vieja Casa

Ahí me encontraba yo: nadando en un río de aguas calmadas: no era tan ancho puesto que tenía una corta vida, sus aguas eran amarillas pero se sentían tan cristalinas como las de un manantial. Aunque me provocaba quedarme allí todo el día fingiendo ser un pez, tuve que salir.

Una vez fuera del río, mientras me escurría aquellas deliciosas aguas (para no coger malestar como mi abuelita decía) vi una vieja y descuidada casa a pocos metros en frente de mí. Parecía haber estado allí por muchos años. Su fachada en un principio había sido blanca y su techo estaba cubierto de tejas que parecían tener más años que el mismo caudal del río; debido a que no había visto la vivienda mientras me bañaba, me encontré bastante confundido, me pregunté si había aparecido por arte de magia, así como así, o si aquellas fascinantes aguas se habían apoderado tanto de mi atención como para no notar desde un principio que allí estaba la vieja casa.

Como era de esperarse, captó toda mi atención, así que camine hacia lo que interpreté como la entrada principal. Noté que no tenía puerta, solo el marco. Decidí entrar. Una vez adentro no me tomo mucho tiempo apreciar que era aquel un lugar abandonado, que los habitantes habían marchado semanas atrás; puesto que solo constaba de un ancho pasillo cubierto en su mayoría de tierra, una bombilla encendida que parecía estar a punto de explotar colgando del aquel maltratado techo y unas cuantas grietas en la pared. No había más nada que ver en aquella desolada habitación, así que atravesé el pasillo y salí. Previamente, dentro de la casa, al mirar a través del pasillo me había dado cuenta de que pasaba un río por la parte trasera de ésta, así que me dirigí allí para apreciarle mejor. Mientras caminaba a un costado del río, dejando unos metros atrás aquel abandonado lugar, noté que sus aguas eran turbias y poseía una corriente que a otros les hubiera asustado, pero no era mi caso: me lancé al agua. No resbalé y caí; estaba completamente solo, así que nadie me empujó; era lo que quería, lanzarme al agua.

La corriente me arrastró. Mientras las violentas aguas del río me llevaban apenas alcancé a recordar fracciones de mi corta vida: la caída de la mata que me hizo darme cuenta de que valían la pena los mangos maracaiberos; la culebra que casi me muerde y el vecino que se percató y me salvó; aquella copia barata de un sable de luz que me enseñó a dar las gracias; ¡Ah! ¡Los chistes del Catire! Me hacían reír antes de que los contara. Todo esto en tres segundos, tres bocanadas de agua... instantes después alcance a ver un loro posando sobre un madero. A pesar del maltrato del que estaba siendo yo víctima, logré apreciar bien a esta bella criatura: su plumaje era verde y brillante como el follaje de la selva, y, al igual que ésta, estaba empapado; sus ojos, al igual que su plumaje, brillaban como dos luceros; su pico era oscuro con una mancha blanca en la parte superior. Entonces recordé que mi abuela en una de sus historias mencionó a un loro y dijo que era uno de los pocos animales que podían hablar, pero éste no dijo una sola palabra. En ese mismo momento sentí que cosas extraordinarias pasarían solo con cogerle, ¡Mi mundo estaba apunto de dar un giro! En cuestión de segundos éste se había convertido en el punto sublime de mi vida, ni siquiera me pregunté el por qué, solo lo sabía y por mas insensato que pareciese estaba convencido de utilizar cada recurso a mi alcance para atraparlo mas que para evitar mi propia muerte.

Sosteniéndome del madero traté de agarrar el loro por la cola o las patas. Lo intenté una, dos, tres, o más veces, quien sabe... me vi envuelto en un intenso forcejeo contra la corriente e incluso las rocas y mi cabeza se sumergió por unos segundos. En un intento desesperado por cogerle toque fondo y logre impulsarme con mis piernas y una vez que tenia la cabeza fuera del agua tome un respiro profundo al mismo tiempo que noté que me estaba alejando de él. La corriente me había obligado a soltarme del madero. Intente nadar contra ella casi sin esperanza, cegado por mi ambición, pero fue inútil.

El río seguía apoderado de mi cuerpo e irónicamente de alguna manera yo quería que esto fuese así. Pasé por el frente de la casa escasos segundos después del encuentro con aquella majestuosa ave, frustrado por haber fallado en mi intento de atraparla. Volteé a mirar hacia la vieja casa y al contrario de lo que yo pensaba, la vieja casa estaba habitada: un hombre me saludaba desde la entrada trasera con una sonrisa malévola en la cara. Éste era moreno, de baja estatura y fina contextura; llevaba un sombrero de paja bastante viejo, una camisa blanca y manchada y un pantalón negro. Este hombre parecía tener el mismo tiempo que la vieja casa en este mundo. Así que ahí estaban mirándome: él, su bombilla y la vieja casa veían como la corriente me arrastraba hacia lo que parecía el final del río (puesto que alcance a ver una pared oscura que se alzaba y se acercaba a mi a medida que yo avanzaba). Mientras que el hombre, su bombilla y la vieja casa me observaban fascinados por mi tragedia, lo que sentí como un remolino me tomó por sorpresa, tomando control total sobre mi cuerpo, conduciéndome hacia sus oscuras entrañas, llevándome de vuelta a la vida real.
Maximoredone16 de agosto de 2013

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