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Treinta Segundos



Después de años de recordarla, en un quiosco a la salida del terminal de autobuses fue donde la volvió a ver. Cuando salió del quiosco él decidió dirigirse a ella: el mundo empezó a caminar al mismo tiempo cuando ella volteó y él le vio la cara completa, asegurándose de que su mente no le estaba jugando una broma. Ella pasó por detrás del quiosco contiguo para botar el vaso desechable, el atravesaba la calle. Cuando llegó al quiosco espero por lo que fueron los dos segundos más largos de su vida para que ella pasara y lo viera; así que cuando sintió que venia empezó a saludarla con un chiste pero se dio cuenta de que no era ella sino su insoportable hermana menor y no dijo nada más. Entonces alguien salió de atrás del quiosco, era ella esta vez, bella y sencilla como siempre. Ella se percató de su presencia, ahora si era tiempo de saludarla.

-Lo que el tiempo hace con las personas, ¿no? –Le dijo él con desagrado en su rostro-

-Tan bonito que había estado el día… -Le respondió ella con la misma cara pero dejando salir al final su sonrisa picarona-.

Los dos eran lo suficientemente perspicaces para saber lo que estaba pasando entre ellos, entonces el saltó:

-¿Te invito un café?

La manera en la que ella lo miro decía “No” por si sola. Y es que él sabía de memoria todos sus ademanes, y este, uno de los más frecuentes, como no captarlo al instante: ella se las arreglaba para alzar una ceja y dejarla colgada mientras la otra descansaba casi pegada a la pestaña; abría su boca ligeramente por un instante, torciéndola mientras y dejándola torcida al final. Esto era algo dolorosamente maravilloso para él, era como la antítesis de su sonrisa; su nariz yacía inmóvil; sus ojos los había retorcido al inicio, cerrándolos luego y dejándolos caer al final en él. Los siguientes tres segundos lo definían todo y fue entonces cuando ella cedió. ¡Ah, Pero que brillantes ojos!, ¡Que dilatadas pupilas! ¡Y es que era de ingenuos esperar que nuestro querido amigo no liberase los nervios y se las diera de creído!:

-Vamos… no te lo invitaría si no supiera que vas a aceptar. Sabes que quieres ir.

Esta propuesta era difícil de rechazar para ella, acabando de presenciar unos de los rituales de nuestro agraciado compañero, pero como él lo esperaba, solo obtuvo estas palabras: “Bueno, pero no te emociones”. Él no aguantaba la emoción pero trato lo más que pudo y antes de que se montara al bus solo le gritó: “¡Nos vemos, yo te busco!”.

Y ahí estaba: el momento que había empezado a creer que nunca llegaría: su imposible, su nada que hacer; su pasado, todo lo que había desperdiciado, todo el mal que había hecho, la noche que lo echo todo a perder por algo que echaría a perder más adelante; el engaño, el miedo, la cobardía… todo había estado concentrado en ese diminuto espacio del universo esperando que él se parara en el y actuara exactamente de esa manera; y entonces se abrió de repente como una irónica caja de Pandora, reflejándose en su rostro sin dejar espacio en este para otra emoción. Se dio cuenta de repente de que la mayoría de los clichés son clichés por ser ciertos y que sin duda si perseveraba vencía; se dio cuenta de que apretando mucho podía llegar a ahorcar; que no siempre tenía que sabotearse a sí mismo y que sin lugar a duda el odio no dura para siempre.


En treinta segundos nuestro afortunado protagonista aprendió las cuatro cosas más importantes que había aprendido jamás y se aferró a ellas con la esperanza de ser feliz.
Maximoredone15 de agosto de 2013

3 Comentarios

  • Danae

    Bien expresado el texto, e interesante esa referencia al autosabotaje con la que tantas veces nos autoflagelamos.
    Un gusto leerlo.
    Bienvenido y un abrazo.

    15/08/13 01:08

  • Foryou1396

    Me encantó! Buen trabajo :)
    Saludos!!

    15/08/13 10:08

  • Maximoredone

    Muchas gracias!

    15/08/13 10:08

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