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El Cafe de Los Suspiros

EL CAFÉ DE LOS SUSPIROS
Detuve el carro en la zona de parqueo. Me sorprendió la desolación alrededor. Pensé que iba a estar abarrotado a esa hora del día: era la hora del lunch. El viento soplaba aburrido, como un pito de policía sin tráfico, me dio mala espina, pero picado por la curiosidad de los comentarios en la oficina quise comprobar con mis propios ojos - y paladar- la veracidad de tales comentarios.
El sitio era tan caleta que ni letrero tenía, era un secreto a voces. En la oficina todos los que lo habían visitado hablaban entre dientes, susurrando y a escondidas, pero nadie soltaba prenda: ve y compruébalo parecían decir, pero no lo decían: eso era lo desesperante; en la oficina todo era suspiros, susurros y secreto hermetismo, no sé porque todos callaban cuando me acercaba, pero al pesado del gordo Manrique lo engreían, y lo mantenían en el secreto que a mí me negaban, y el Gordo pesado, ufano y presumido cuando pensaba que nadie lo veía se metía de cabeza en el refrigerador y les robaba su comida, a él, que andaba siempre con los rastros de sus comidas, con las manchas delatadoras de kétchup, mostaza y mayonesa en la camisa, en el pulóver, en el pantalón, en los memos y los folders de presentación. El gordo asqueroso, desarraigado, descuidado, cochino y seboso; el que hurgaba colillas de cigarro en los ceniceros, al que le pusieron laxantes para que escarmiente era ahora el favorito por todos: ¡si hasta lo habían encontrado de cabeza en el basurero! de un momento a otro se había convertido en el preferido de la oficina y yo siempre correcto, respetuoso, limpio; pensaba que me consideraban, que me tenían en alta estima, era totalmente ignorado. Dolía.
Decidí averiguar el secreto: no fue difícil sacárselo al gordo: una barra de chocolate y la promesa de no contar lo que me había contado (valga la redundancia) basto. - Pero eso sí: es caro, muy caro; te puede costar un ojo de la cara-me advirtió.
Pero estaba picón y a pesar de que normalmente no podía darme el lujo de comer en lugares caros lejos de mi presupuesto; acababa de cobrar, le había arrancado ese secreto tan bien guardado; mi corazón rebozaba de alegría: la alegría que te da un jugoso cheque en el bolsillo. Les iba a tapar la boca a todos. Iba a codearme con los famosos: comer el más exquisito gourmet.
Cuando llegue la zona de parqueo estaba totalmente vacía y no había Valet Park. Deje el carro frente a la puerta principal y no me sorprendí al verla cerrada: ya me habían advertido de sus excentricidades; toque el timbre y espere. Espere una eternidad. Y nada. No parece nada más que una simple casa. –me dije. Me disponía a marchar cuando se abrió una ranura en el centro y un ojo inmenso y saltón me escrudiño atentamente, miro a la derecha, a la izquierda, hacia arriba, hacia abajo, dio tres vueltas alrededor de su cuenca y desapareció; apareció, en cambio, una voz grave e imperativa que hablo tras la puerta y me dijo: Son cincuenta dólares. Caramba-me dije. Este sí que es un lugar de clase: ni siquiera entro y ya están cobrando. Son cincuenta dólares por derecho a puerta. - repitió. Usted tocó la puerta: tiene que pagar, todos pagan por tocar. Una mano grande y nudosa apareció en la ranura y me exigió la plata.
Abrí mi billetera, el jugoso cheque se había convertido en un gran fajo de dinero que demostraba mi personalidad; apartando los cincuenta dólares se los alcancé con desprecio. Se abrió la puerta. Pase. Me indicaron. Al cruzar el umbral me encontré en un pasadizo oscuro en el cual no se veía el final, estaba iluminado levemente por velas distanciadas, entre ellas, por unos cinco metros, al pisar la alfombra, una mano pesada y nudosa se apoyó en mi hombro.
- Hey tú: - ¿Pagaste?
Era otro individuo: más negro que la noche, más malo que un dolor de muelas y con un gran parche en el ojo izquierdo.
- Son diez dólares – la voz emulada de la bemba de un zambo grandazo y de malas pulgas venia acompañada de un palo de golf. Guau- me dije hasta campo de golf tienen acá. Que lujo, que exclusividad. La voz - ronca y cansada - repitió:
- ¿Pagaste?
- Ya pagué.
- No te hagas el vivo. ¿Pagaste los diez dólares?
- No: eran cincuenta. Respondí ofendido.
- Eso era derecho a puerta; ahora tienes que pagar los diez dólares por el derecho de alfombra.
- ¿Qué cosa? ¿Qué disparate es este? ¿Diez dólares por caminar en la alfombra? - exclame irritado.
- No. Son diez dólares por pararte en la alfombra. Si deseas caminar en ella tienes que pagar veinticinco.
- ¿Cómo? Ni de a vainas. Me niego a pagar esa cantidad.
- Si no paga tendré que llamar a seguridad: no creo que le guste la idea de comer sin dientes. Así son las reglas acá. Me dijo la voz estirando la mano. No me quedo más remedio que pagar.
Al avanzar por la mullida alfombra me sentía como caminando en las nubes: era tan cómoda, tan suave; quise quitarme los zapatos y caminar descalzo. Mirando alrededor, no pude evitar volver a ladrar: Guaua , me dije: el diseño era minimalista, las paredes tenían un efecto descolorido y antiguo como si la pintura fuese vieja y se estuviese descascarando, increíble pensé, que tal lujo, que talento, que arte del diseñador, del decorador de interiores, así decoraría mi casa (cuando tuviese una), quise caminar eternamente, nunca parar, avanzamos en la penumbra alumbrados solamente por la antorcha que el guía anfitrión portaba ; me sentía como Beatriz guiando a Dante en el Infierno. (si es que alguna vez lo hizo) Llegamos, por fin, a un gran espacio abierto ocupado principalmente por un gran aparador tras el cual había un inmenso guardarropa. Olía exquisito, era un olor a moho, a baúles guardados en el sótano, mezclado con la colonia de mi abuelo, con los orines de mi gato: EXQUISITO. Nunca había vivido, sentido, tanto lujo, tanto glamour. Detrás del aparador había una señorita rubia y triste vestida de purpura y con un parche en el ojo masticando chicle y atendiendo con apatía; el guía anfitrión me hizo pasar y me indico que deje mi saco en la recepción.
- Pero si no tengo saco.
- Señor: acá no puede usted estar sin saco y corbata, dijo él.
- Pero no se preocupe le alquilamos uno – exclamo la señorita con una voz de ganso ahorcado quitándose el chicle de la boca y poniéndolo debajo del mostrador.
Era tanta la naturalidad con que lo decía que me sentí ignorante, fuera de lugar, pues claro: un lugar tan ficho como este debe tener códigos de vestimenta y otros de comportamiento y otros más ¿porque fui tan tonto y no vine vestido en smoking, probablemente adentro todos visten así y yo…
- Señor – exclamo la viuda del Capitán Garfio en una voz neo nasal – su saco y corbata – añadió y extendiendo la mano pidió 15 dólares por la indumentaria. Por el rabillo de mi ojo vi que el palo de golf cambiaba de mano y sin dudarlo dos veces pagué inmediatamente.
- Gracias señor. – me dijo. Una vez que me hube puesto el saco y anudado la corbata la anfitriona pidió que me quité el saco: Nosotros se lo guardamos acá en el guardarropa. La corbata la devuelve al acabar. Tiene que dejar un depósito de veinte dólares. Al contado por favor. Otra vez el amigo amante del golf me convenció y avanzamos. Mi billetera adelgazaba cada vez más.
Una vez en el comedor mi guía me cambio por un espigado anfitrión quien portaba chaleco de pana negra y pantalones ajustados y ...UN PARCHE rojo de pirata en el ojo.
- Bienvenido. – ¿Señor...?
- Luna, Martin Luna.
- No veo su nombre en la lista de comensales; uju, aja, ejem- dijo extendiendo la mano. Saqué un billete de diez dólares y se lo di.
- Uhm, ¿eh?, ¿Cómo? - tomó el dinero, lo guardó en el bolsillo del pantalón y volviendo a extender la mano carraspeo; uhm, ah, ejem. Completé los 20 dólares. Solicito preguntó: ¿mesa?, ¿para cuantos señor?
- Estoy solo señor, solo ¿no lo ve? Mi comentario podía herirlo al recalcar su condición de ciclope, pero ya nada importaba. Estaba cansado, con hambre y tan solo quería comer y conocer el famoso café por dentro, ver los comensales y después presumir.
- Ah ya disculpe señor; pero por favor no se enoje. Uju, eje, aja. Veremos su mesa, disculpe señor, pero como quiere pagar el derecho a acceso al comedor y servicios prestados: ¿al contado o con tarjeta?
- ¿Cómo? ¿Qué? De la cocina salió el chef con un gorro alto de su profesión, una pata de palo y un machete en la mano.
- ¿Cuánto?
- Son cincuenta dólares. El cocinero me guiño el único ojo que tenía y pagué. Mi billetera entraba en huelga de hambre. Uhu eje, aja. -dijo el manager y una anfitriona flaca, flaquísima, puro huesos, propaganda de osamenta, de minifalda negra, gorro de reina de manicomio y con parche de recién operado de cataratas, me escolto al comedor: estaba vacío, al llegar a mi mesa estiró la mano pidiendo propina y con la otra alcanzándome el menú se fue contorneando sus esqueléticas ancas. Gracias a Dios que el derecho a sentarme solo costo treinta dólares.
Que mierda-dije- estoy gastándome todo mi sueldo y no veo a nadie famoso ni remotamente conocido, es más: esta todo vacío: Las mesas vacías, el local asolado. ¿Dónde está esa gente rica, la famosa, la de mucho dinero? ¿Las chicas simpáticas? ¿Los hombres de negocio? Entonces me di cuenta: era Lunch no Brunch. En Los Ángeles los famosos y los poderosos tienen dos comidas principales al día: el desayuno y el brunch (que es algo así como el lonchecito). Pensé regresar otro día a otra hora. Pero como ya estaba sentado no me quedo más que continuar; me moría de hambre ¿que tendrán de almorzar? ¿Qué nuevos potajes comeré? Y, sobre todo: ¿Cuánto costaran?
Llegó el mesero, un palurdo muy serio y flaco como una calavera en ayunas se acercó muy circunspecto bailando al compás de una imaginaria marinera, llego con un carrito metálico que portaba numerosa parafernalia, la cual extendió a lo largo de la mesa, en forma circular: una batería de tenedores, cucharas, cuchillos, y otros instrumentos desconocidos y difíciles de describir. Sacó debajo de la manga una enorme servilleta con la cual se podía cobijar una familia entera y me la coloco debajo de mi lujosa corbata, acto seguido se retiró a escasos metros esperando mis órdenes. Tome entusiasmado el menú en las manos y trate de leerlo, pero no entendí nada. Era un idioma inteligente, de otro planeta. Llame al garzón.
- ¿Qué desea? - preguntó.
- No sé. ¿Qué me recomienda?
- Para empezar, podría usted elegir un canapé: Verme di suri ala schiuma di pipitrello.
- ¿Y qué es eso?
- Gusano de palmera con baba de murciélago.
- No gracias.
- Quien sabe le provoca una sopa. Le recomiendo un consomé de Buco di topo ratatouille.
- Suena interesante; pero ¿qué es?
- Sopa de nido de rata.
- No molestes. ¿Serio? ¿Otra cosa?
- Risotto di fungo di feccia l´attleica.
- ¿Siendo?
- Arroz con hongo de pie de atleta.
- Paso. ¿Algo más?
- Fettucinni di l´interno di martinello com tignuola a la frape.
- Traducción.
- Fideo de tripa de gato con polillas a la menta.
- Se me quitó el apetito.
- ¿Le provoca, quizás, un postre?
- ¿Cómo qué?
- Moccio del testereccio rognosso a la cioccolatto
- ¿Siendo?
- Moco de perro sarnoso al chocolate.
- Pero de verdad, ¿Qué clase de café es este?
- Uno muy caro.
- Si; ya me di cuenta, pero ¿en que se especializan?
- Bueno, somos los abanderados en el mundo de Avant garde haute cuisine. Estamos en la lista negra de Michelin con tres cubiertos, dos cucharas, cinco cuchillos y un machete.
- Si ya lo vi. Bueno me voy a ir por algo que sé que no me va a defraudar: tan solo deme una ensalada de lechuga con limón.
- Lo siento: no hay; solo nos queda Insalatta di lattuga ou limone.
- ¿Y eso no es, acaso, ensalada de lechuga al limón?
- Si lo es, pero si se lo dice en italiano cobramos más.
- Bueno, bueno y ¿cuánto es?
- Señor yo no discuto precios. - exclamó muy enojado y acto seguido arrancó todos los cubiertos de la mesa excepto una cuchara de palo. ¿Algo más? - añadió.
- Garzón, por favor, para tomar…
- Ese no es mi trabajo tendré que llamar al somelier.
Vino el somelier con una mano enrollada en un níveo mantel y haciendo ademanes de pavo real buscando pareja se acercó adelantando la otra mano, al toque le empalme un billete de 20 dólares para que no moleste. Lo cual trajo una brillante sonrisa a su rostro y desapareció de la vista volviendo momentos después con un carro de madera llenas de botellas de obvia exquisitez. Planto una batería de vasos de diversos tamaños y diseños, copas de vidrio finísimo, ánforas de cristal y miles de obras de arte hechas para contener líquidos de ambrosia delicadeza.
- Signore, signore mío ¿le puedo recomendar un vino blanco para acompañar a su elección, le recomiendo un vino blanco de burgandeioux especialmente cultivado por ninfas púberes de los altos pirineos?
- ¿Cuánto?
- Signore: no le puede poner precio a una obre de arte de tanta exquisitez.
- ¿Cuánto?
- Solo 2,500 dólares.
- ¿La caja?
- No señorrrr.
- ¡La botella!!!!
- No señor: La copa.
- ¿No tiene algo más cercano a mi presupuesto?
- ¿Cuál es su presupuesto?
- Limitado.
- Tenemos vinos desde los más lejanos confines…
- Precio.
- Caro, exportado.
- Algo más regional, más barato.
- Vino de Cascas a solo 250 dólares.
- ¿La botella?
- No señor: la copa. Solo vendemos por copa. Pero si le parece muy caro le recomiendo un vino de uva recién pisoteada.
- ¿Cómo? ¿y porque no lo dice en italiano o francés?
- Si como no; no creo que podría pagarlo. ¿Le apetece?
- No gracias me acabo de acordar que soy abstemio. ¿Y una soda? ¿Una gaseosa?
- También sale por copa y tenemos desde gaseosa importada hasta regional y local. Con un costo mínimo de 200 dólares por vaso.
- ¿Por vaso?
- Si: vaso, pero si quiere el vaso se lo puede llevar a casa: es de plástico.
- ¿Y agua?
- Tenemos todo tipos de agua: Del monte Everest, del monte Fuji, de glaciares en extinción; de Francia, de Costa Rica, de donde usted quiera, pero como su presupuesto es limitado le recomiendo eau aux toilette di cagno.
- ¿Cuanto?
- Veinte dólares.
- ¿Y eso que es?
- Agua de caño.
- Agua de caño será.
Retirando todas las copas y haciendo sonar el mantel que traía en el brazo salió del comedor volviendo al rato trayendo un vaso sucio con agua de caño.
Al acabar ¿de almorzar? sentí un crujido lacerante cruzando mi estómago y llame raudo al mesero: señor dígame por favor, se me aflojo el estómago donde queda el baño. ¿Ah y cuánto cuesta? ¿Cuánto he de pagar?
- Veinticinco por sentade di trone y el derecho de evacuacione di merda: cincuenta dólares - si es corto-; si es largo: varía desde los cien dólares hasta los más caros que van hasta los mil quinientos. Es decir: sea rápido y defeque poco porque realmente le va a costar un ojo de la cara. ¿Lo acompaño?
El garzón, al querer retirarme la silla, dejo al descubierto el parche y pude notar que le faltaba un ojo: el derecho. Y estaba sangrando.
- Discúlpeme señor, -le dije- ¿es alguna manía o particularidad que todos quienes trabajen acá tengan que ser tuertos?
- ¿Tuer… toooooooooooos?
- Bueno he notado que les falta un ojo.
- Ya le dije señor que acá la comida y los servicios cuestan un ojo de la cara. Yo no pude pagar.
- No se diga más. Empuje la mesa y salí corriendo: corrí con todas mis fuerzas, evitando meseros, anfitriones y la chica de la guardarropa exigiendo que le devuelva la corbata, salté por las mesas, trepé las paredes, corrí como flash, y alcance la puerta con el corazón en la mano.
El Gordo Manrique estaba discutiendo con el portero: no había podido aguantarse hasta el fin de semana y allí estaba carne de cañón; el portero confundido no supo que hacer: ¿atrapar una nueva víctima o dejar escapar una vieja? caletamente le guiñé el ojo y avancé hacia la puerta, el portero midió bien el caso y me dejo franquear. El Gordo Manrique, al pasar a su lado me preguntó ¿qué hacía, a dónde iba, que tal todo? Increíble hermano, increíble; es una experiencia que nunca vas a olvidar. En tu vida. – respondí.
Y mirando de reojo al portero quien se disponía a agarrar su palo de golf, me escurrí entre los dos y salí asustado como una mosca en reunión de sapos. Ya afuera en el carro con el pecho agitado y sudando a mares, cerré con llave la puerta y me asegure la ventana, me fije que nadie me seguía, y al observar que la puerta del café se había cerrado (con el Gordo adentro) suspire profundamente una y otra vez y otra vez mas y entonces comprendí por qué se llamaba “El Café de los Suspiros”. Porque tanto hermetismo, porque tanto sigilo. Porque nadie me quería comentar nada. Porque fue tan popular el gordo. Pobre Manrique. Regresó al mes, flaco, flaquísimo, con un parche en el ojo y cara de pocos amigos.


Mcluna20 de marzo de 2024

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