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Camino y Camino Buscando y Perdiendo y Camino...

Si Heidegger dice que estamos caídos, que estamos sin nuestro consentimiento arrojados a la incertidumbre; si Prometeo nos dijo que nuestros ojos nos son inútiles, pues miramos sin ver… o algo así; y Sísifo y Meursault y Roquentin, en fin, muchos otros que desconozco pero no ignoro ¿acaso no son razón suficiente para decidirnos a renunciar?
Arrojemos el “yugo” de nuestra vida, mejor aún: arrojemos la vida. Pues no somos nada y en nuestro empeño de logro, de objetivo, de finalidad, de significado, de certeza, extraemos lo único que podríamos ser tan sólo para arrojarlo nuevamente a la nada. Y no me refiero a esa nada que Ende personifica en su trabajo, logrando una ingenua pero sincera estética; la nada, o el caos del cual se separó la luz y las tinieblas, es la misma nada o caos del rumbo, del rastro del rumbo tomado por Simón Tanner. ¿No lo creen? Entonces no importa si no lo creen “Nihil veritas est” y si en verdad lo creen entonces “Nihil veritas est”.
Siempre me ha gustado esa paradoja “nada es la verdad; nada es Verdad; La verdad es Nada” y en esta precisa experiencia de lectura, dicha paradoja es lo único que me quedo. “¡El mundo entero volará conmigo, la vida entera!” (R. Walser) así no hay mundo, así no hay vida ni yo en ella, ni yo en él: pero carajo, será genuino, seré honesto, seré poético, será hermoso. ¿Acaso no?
Mencioné anteriormente al buen Meursault y me sorprendo de haberle encontrado alguna relación con Simón: en realidad no se parecen en nada. Pero la respuesta inminente al terminar la lectura de Robert Walser, fue Meursault y Roquentin: el primero de Camus y el segundo de Sartre. Quizá esté confundido, quizá sigo con mis sueños de misantropía y vea en la cobardía de Tanner, en la indiferencia de Meursault y en la inconformidad de Roquentin la invitación a caer. Me corrijo entonces: escucho en las absurdas letras de los anteriores escritores, el legado del primer enemigo, cuyo único placer según nuestros padres nos han dicho, lo obtiene al lograr que nosotros, los hijos del Dios indiferente arrojados a una piedra flotando en viscoso caos, detengamos nuestra mirada en el horizonte que se dobla muy adentro de nuestra alma, cuando y en misteriosa parsimonia, encontramos la nada en ese horizonte tomando la forma, el rostro del arte: la huella de Sus sandalias.
Pero estoy escuchándome muy monoteísta; después dirán que intento vender otra imagen de Dios y me responderán: “somos nuestros propios dioses ¿no nos crees? Míranos, observa cómo hacemos de un paseo, de la nada, de lo estúpido, de lo sin sentido, de lo absurdo, de nosotros, el viento mismo que carga el eco del Verbo”.
Entonces yo me quedo sin alegato… callo y sólo puedo decirles “…ah”.
Mendaciloquus19 de abril de 2009

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