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El Vacio Eterno


El tiempo pasó lento, sin ninguna variación. Los minutos eran eternos, los segundos parecían horas, el tic tac del reloj la desesperaba, no había ningún cambio. El clima parecía volverse cada vez más hostil, las nubes eran parte de la rutina, el sol se había olvidado de salir y su corazón de latir.
Se levantaba después de pasar días enteros para llevarse algo a la boca, alguna galleta ya roída y un poco de agua, eran los alimentos que tenía en su piso, no salía a comprar, hacia ya mucho tiempo que no pisaba la calle, la gente le daba miedo.
Su piel se había vuelto amarillenta, con el tiempo, las marcas de los huesos en su cuerpo se habían hecho más notorias, las ojeras le habían incrementado hasta el punto de perder la visión de sus ojos, su piel estaba seca, las arrugas habían fundado en ellas una nación, criando a su vez más arrugas haciéndola más mayor de lo que realmente era.
Caminaba, en los días de insomnio, sin ton ni son, de la cama al sillón, del sillón a la cocina y de la cocina vuelta a la cama. Alguna vez se atrevía a mirar por la ventana, observando a esa gente que rondaba en las calles, parecían tan ocupadas, con sus ropas y sus bolsos, sus prisas de llegar a no se sabe donde, sus conversaciones absurdas de algún episodio televisivo y risas alocadas que ocultaban, quería pensar, alguna amargura. No podían ser tan felices, ella no lo era.
Menta25 de julio de 2009

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