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Colibrí

Una intensa desesperación sentía el colibrí, atrapado por la rendija de una puerta y al acecho de los gatos. No paraba de moverse, agitar sus alas, intentar escapar. El dueño de los gatos, al ver al pobre e indefenso animal, se acercó y, con sus manos, sacó al colibrí de la trampa y lo protegió. Era tan pequeño y frágil que podría aplastarlo sin esfuerzo. Aún así, no tenía tal perverso deseo. Sintió su pequeño corazón latir a mil por segundo. Se preguntó cómo una criatura diminuta podía expresar tanto con sus latidos, su pulso y su respiración. Los gatos seguían acechando, por si su dueño se distrajera y se le cayera el colibrí al suelo. Pero el dueño se alejó de sus mascotas, llevó a la pequeña avecilla al jardín, extendió sus brazos y lo soltó. El colibrí voló tan alto, que se volvió más diminuto de lo que era. Le dieron una segunda oportunidad, a pesar de su pequeñez y su fragilidad. Podría regresar a su nido y alimentar a sus hijitos hasta que éstos crecieran y fuesen lo bastantes listos para escapar de las garras de animales más fuertes y enormes que ellos.
Meysahras13 de febrero de 2013

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