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Tierra de Vida

Salió en los diarios, en los noticieros y en los principales sitios web de noticias del mundo: la capa de ozono se estaba desvaneciendo a la velocidad de la luz y, en menos de una semana, la humanidad podría extinguirse para siempre.
Cuando lo vi por televisión, miré a mi papá y a mi hermana, sin saber qué exclamar. Ellos se quedaron pensativos. Al final, mi padre suspiró y nos dijo:
- En el monte nos salvaremos.
Por lo tanto, empacamos nuestras cosas y salimos de la ciudad.
La gente causaba caos, destrozos. Ya se sentía la falta de oxígeno, por lo cual resultaba desesperante. Al llegar al monte, construimos un pequeño techo de paja, sin paredes, donde nos cobijamos para esperar tranquilos el final de los tiempos.
Pasaron los días. En el monte aún sentíamos al oxígeno calmar nuestros pulmones. Por un momento, nos extrañó que a nadie se le hubiese ocurrido la misma idea. Estábamos los tres solos. El único “contacto” con el mundo era una pequeña radio, el cual a veces alcanzaba la frecuencia.
“Solo queda un día para que el oxígeno desaparezca por completo. Los que lograron refugiarse en los bosques y selvas, deben saber que los árboles, pronto, absorverán todo el oxígeno que quede y desaparecerán. Pero no se preocupen. Todos los gobiernos y mandatarios del mundo han encontrado la solución al problema: crearemos oxígeno, que lo estaremos distribuyendo en distintos bosques del mundo. Los árboles lo sentirán, esparcirán el oxígeno al planeta y la humanidad logrará sobrevivir”
Nos sentimos felices. Al fin podríamos regresar a casa. Minutos después, tuvimos un mal presentimiento. Algo nos decía que nos estaban engañando. Otra vez mi padre suspiró y nos dijo:
- Que sea lo que Dios quiera.
Al día siguiente, por la mañana, vimos que se esparcía por el ambiente humo blanco. Al principio creímos que era el oxígeno, pero al final nos percatamos de que era un gas tóxico, que lanzaron al aire para liquidar al resto de la desdichada humanidad.
Empezamos a correr. El humo nos alcanzaba. Me sentí triste por nuestro destino. Por un momento tropecé y caí al suelo. Mi padre y mi hermana se detuvieron.
- ¡Vayanse sin mi!- les grité
- ¡No te dejaremos!- me dijeron ambos.
Ellos también se lanzaron al suelo. No había esperanzas. Los gobiernos habían planeado todo esto para “disminuir la superpoblación”. Estábamos seguros de eso. Al menos, nos alegrábamos de estar juntos, los tres.
De pronto, mi hermana se colocó boca abajo y se quedó quieta. Por un momento, temimos que haya muerto. Por suerte, lanzó un suspiro bien grande. Era eso. Estaba oliendo el suelo.
- Aquí siento el oxígeno- nos dijo, sin separar la cara de la tierra- Aspírenlo.
Mi papá y yo la imitamos. Era cierto. Podíamos sentir el oxígeno, así como también sentimos cómo nuestras fuerzas regresaban.
El gas venenoso seguía expandiéndose encima nuestro. Pero no nos preocupamos. Capaz que los mandatarios lograron sus objetivos de acabar con la superpoblación. Capaz que, desde hace años, previeron que esto iba a pasar y colocaron búnkeres bajo tierra, donde resguardaron a personas con poderes adquisitivos más altos que el nuestro. Pero nosotros los descubrimos. Huímos del peligro y sobrevivimos. No sabíamos por qué causas la tierra logró absorver el oxígeno y retenerlo. Tal vez sería porque nos quería dar una oportunidad. Debíamos aprovecharla y seguir ahí, hasta que el gas venenoso se extinguiera y podamos seguir nuestro camino. Capaz que avancemos lento, porque necesitaríamos agacharnos cada rato para recoger oxígeno del suelo. A pesar de las dificultades, estaríamos juntos. La tierra de vida nos salvó. Y nos volvería a salvar de nuevo.
Meysahras30 de agosto de 2013

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