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Afuera

Apenas me asomo al pasillo, el ojo implacable enciende la luz. Cierro la puerta con dos vueltas de llave, cambio de mano el bolso y giro hasta quedar frente a la puerta del ascensor. Presiono el botón de abajo y espero impaciente; sin comprender una vez más, por qué esta insignificante espera me inquieta. Unos pocos segundos, y tras el sonido de siempre; la puerta se abre aparatosamente. No viene nadie en viaje, oprimo el botón de planta baja y me paro frente al espejo de espaldas a la puerta, que al momento se cierra. Como un autómata; me acomodo el cuello del uniforme, mientras me recuerdo a mi mismo como si hubiese una decisión pendiente al respecto, que desearía no tener que usar camisa a diario. Subo la vista y espío el ventilador oculto entre el cielorraso luminoso y el borde superior del espejo. Recién después de verlo, comienzo a identificar su rumor de aire entro los otros ruidos, como si su existencia misma dependiese de aquella constatación. Por el espejo, esquivando mi mirada por sobre mi propio hombro; observo el panel indicador con la secuencia decreciente de pisos. Me distraigo de la cuenta regresiva hurgando en los bolsillos del saco, verificando que todo esté en su lugar.
De pronto, a punto de llegar a planta baja; una vibración me atraviesa el cuerpo, tumbándome primero contra el espejo y luego lanzándome en un vuelco hacia el cielorraso luminoso. Instintivamente me paro sosteniéndome de los soportes laterales. Cuando consigo estabilizarme, reconozco la alarma del panel de control. Repaso en mi mente las palabras del fenomenólogo del informativo oficial de la noche: se esperan para mañana; ruidos cósmicos de grado medio y congelamientos subterráneos con riesgo de agrietamiento superficial; ni una palabra sobre inversión gravitatoria. Me estiro, empujo la palanca de emergencia y logro abrir manualmente la puerta. Apoyo mis manos sobre el dintel de la puerta del ascensor y me impulso hasta poder pasar una pierna hacia afuera. La diferencia de nivel me obliga a saltar una altura mayor de la que acabo de trepar. Caigo sobre el cielorraso del hall. Camino esquivando la luminaria rígida que se eleva erguida en el medio del espacio.
Afuera, a través del vidrio de la puerta; la calle convulsionada se acomoda a la nueva e imprevista situación. Los fondos de los balcones se van poblando con los afortunados transeúntes que no han caído al vacío celeste. Abro mi bolso y tomo las cuerdas de seguridad y el arnés que por precaución siempre llevo encima. Definitivamente; uno nunca sabe con lo que se va a tener que enfrentar afuera.
Mezcalito14 de mayo de 2012

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