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La Epifanía de Patty Miller


La Epifanía de Patty Miller

Michael Sitka

I
En los Ángeles nunca nieva. La autopista del Pacífico recorre toda la costa oeste de los Estados Unidos desde Tijuana hasta la frontera canadiense. Es la carretera perfecta para la protagonista de nuestra historia, huye, aunque en la historia que nos compete no parecía ser muy diferente de la huida de muchos otros que aprovechaban el breve intervalo navideño para escapar a los festejos que celebran el nacimiento del Galileo. Resulta curioso, se nos bombardea con referencias constantes al encuentro familiar, a los sentimientos fraternales y a los fantásticos objetivos de cambio para el nuevo año que se avecina. Nunca se nos habla de todos aquellos, mas de los que creemos, que corren en dirección contraria; algunas veces se diría que festejan la huida de Egipto mas que la fiesta mayor de la Cristiandad.

A nuestra protagonista, desde 1997, las navidades sólo traían a su memoria la cara de su secruestador, un recluso de poca monta en libertad bajo palabra que se presentó en sus Navidades sin que nadie le invitara. La trasladó sin demasiados miramientos en la parte de atrás de su troca hasta un mugriento almacén en Anaheim y le regaló los cinco días mas negros de su vida. Cuantas
veces pensaba, sobre todo en estas fechas, que más la habría valido que hubieran sido los últimos de su vida.

A su anfitrión le encerraron otro puñado de años, pero la vida de Patty se había roto en pedazos. Una violación no suele durar más allá de unos minutos, su agresor la regaló una de más de cien horas, pero no la mató, pese a que se lo pidió al que según los cristianos nacía esa noche. Fueron casi dos años de hospitales y clínicas de reposo- sólo a un californiano elegante con complejos y aspiraciones del viejo continente se le ocurre llamar así a un puto manicomio- en los que a cambio del desorbitado coste de una buena lección de farmacopea para chiflados se pudrió su corazón. Diez años después había cambiado a los hombres en su cama por un vaso de agua y un surtido variado de benzodiacepinas, que la sumían en profundos letargos sin sueños. Por las noches le ponía los cuernos a la oscuridad con pastillas rojas, verdes y amarillas; por el día comía carne humana, como en la jerga se denominaba a aquellos que en el mundo de la publicidad no competían, sino asesinaban en sentido figurado -a veces demasiado real- a cualquiera que se le pusiera por delante.

Una vez recuperada, el cuerpo casi siempre se recupera antes, en un tiempo record alcanzó el reconocimiento en esa disciplina que trata de como conseguir que tú y yo nos gastemos nuestro casi siempre escaso peculio: la publicidad. El día que recibió en Londres el galardón principal de los “Emerald Public Relations and Publicity Awards” no sonrió, ni siquiera para adentro, ni tan solo para bailar sobre la tumba profesional de la competencia. El éxito dejaba
siempre una especie de gris y áspero sabor, quizá metálico, como un calcetín relleno de virutas de acero metido en la boca. Bendito Nitrazepam.

II

Te pongo en antecedentes. En mi labor de narrador omnisciente, no es vanidad ni presunción, suelo caer con bastante frecuencia en el error de dar detalles que a ti es posible que no te interesen lo mas mínimo. Pero viene al caso para que ambos comprendamos mejor la historia. En esas fechas tan señaladas nuestra protagonista no solía sentirse muy impresionada por los excesos de afecto propio de esos días. Huía, como decíamos al principio. Siempre podríamos jugar a adivinar y conjeturar con los diversos síntomas que exteriorizaba y sacar conclusiones más o menos
elaboradas, lo cierto es que Patty, cuando Santa venía de camino con los regalos ella corría y corría alejándose del ajetreado tumulto navideño.

Y ahí la encontramos remontando la autopista cinco al Norte. Las montañas de Santa Mónica quedaron atrás, el viejo Frisco quedó olvidado en su hermosa bahía cien millas al Oeste. Cruzó el valle de Sacramento, tierras ricas en olivos y vides. Algunos de los mejores vinos del mundo la miraban desde las cepas que un día los parirían. Aparecieron los primeros volcanes importantes de la “Cascade Range”. Una tierra de montañas vivas, de interior caliente y bastante mala leche. Pero dentro y al volante de un flamante Chevy Tahoe Patty sólo tenía ojos para la carretera que esperaba, la llevara al lugar donde la Navidad era inexistente. Santa no vendría esa noche para ella, pero tampoco aparecería el baboso hijo de puta que la torturó con un fondo de villancicos durante cinco días.

A pocas millas de Red Bluff el terreno comenzó a elevarse. El parte meteorológico de la emisora local KBLF anunciaba un importante paquete de nieve para las próximas horas. No le prestó atención alguna. Fue un error. Según se acercaba la línea que separa California de Oregón la nevada se hizo mas intensa y se vio obligada a poner las cadenas en condiciones muy penosas, si las cosas se ponían feas tener problemas en esa zona estaba al alcance de cualquiera, más aún si cabe cuando no tienes un destino fijo y la carretera es el único objetivo. Por un segundo se imaginó la noche del veinticuatro en mitad de una tormenta de nieve y en absoluta oscuridad, y tuvo miedo.

III

Déjame que te diga Martha, por si no conoces el terreno, que cuando estaba a menos de una milla de pasar el límite del estado, Patty lo único que veía era una alfombra blanca y oscuridad mas
allá de sus faros. Si ya era complicado encontrar ayuda en los duros inviernos de la cordillera todavía mas lo era en esa noche en que todas las familias hace rato que estarían con los suyos
celebrando la cena más importante del año, después de la de Acción de Gracias, por supuesto. Dios bendiga América.

Sería distracción, confusión, quizá sólo el aturdimiento de conducir en esas condiciones, la cuestión es que tomó por error la vieja carretera 99, una vía muy poco frecuentada desde la construcción del trazado actual en 1927 y que resultó en un desastroso proyecto para los descendientes de aquellos primeros setecientos hombres, mujeres y niños que llegaron a finales de 1853 para quedarse en Rogue Valley, lo que luego se llamaría Ashland. La decisión tomada por la Southern Railroad Company eliminando el problemático paso de Siskiyou sumió en una profunda crisis económica a la población, que dependía casi exclusivamente de los puestos de trabajo que
acompañaban al paso del ferrocarril.

En el collado, el termómetro exterior del Tahoe marcaba -15 ºC y bajando. El espesor de nieve crecía demasiado rápido, poco más o menos al mismo ritmo con que el Sol se ponía en invierno. El cruce con la autopista estaba a unas 10 millas pero el miedo todavía la permitía apreciar con cierta imparcialidad que no avanzaría mucho mas allá del puerto, cuando la nieve llegará a los bajos del vehiculo su todo terreno simplemente cabalgaría sobre la nieve y se pararía. Mientras que en Los Ángeles el 911 era la salvación, en algunas zonas del noroeste no es nada más que un número cercano al millar. Ni siquiera el peor humor negro podía acabar con el miedo que se había asentado con seguridad sobre la cabeza de Patty Miller. Ahora no se trataba de una huida de los fantasmas interiores, esta vez el monstruo no tenía nada que ver con ella y amenazaba de manera absolutamente real con convertir a la célebre publicista en una necrológica de la prensa local. Su mirada dejó de mirar una carretera ya casi inexistente para intentar captar cualquier anuncio de vida civilizada en esa puta montaña.
Y el milagro se produjo.

Sólo a unas decenas de metros por debajo del punto más alto, en
una estrecha entrada despojada de árboles se abría un camino despejado de nieve vieja. Nuestra protagonista supuso, como lo haríamos cualquiera, que al final de una vereda cuidada hallaría una
vivienda. Efectivamente, a muy poca distancia se levantaba una granja de medianas dimensiones y fiel a la tradición de fechas tan notables, es decir, humo por la chimenea, luces y bullicio en el
interior y una iluminación exterior que ya la hubiera querido para si Times Square en la noche de Fin de Año.

IV

Aterida, Patty se arrebujo en una insuficiente gabardina cuando aparcó su coche debajo de un cobertizo aledaño a lo que parecía una mala postal electrónica de las muchas que había recibido en los últimos días. Según se acercaba, la fachada de la casa se fue haciendo cada vez más grande, con tres alas, manteniéndose la central un par de metros por debajo de las dos laterales. Una gran
casa de madera con un invernadero adosado a un lado, tres chimeneas y la rusticidad que aporta el bello abeto de Douglas cuando se utiliza en la construcción de cabañas. Parecía un domicilio privado y cuando llegó frente a la puerta pudo más su miedo al frío y a la oscuridad que los reparos que la asaltaron por interrumpir una velada privada. Llamó. La respuesta no fue inmediata, lo que la permitió fijarse en la maestría de los carpinteros en ensamblar piezas imposibles en formas de gran belleza que al mismo tiempo parecían reforzar la estructura. La
luz que salía de las ventanas hacía resaltar el barniz que cubría los troncos en tonos del dorado al rojo. Llegó a sentir la ilusión de que esa luz que salía del interior hacía aumentar la temperatura en
varios grados. Falsa ilusión, si no hubieran abierto la puerta a tiempo habría pasado su última noche de campamento al aire libre.

Descorrieron el pestillo. Patty estaba temblando, helada y un si es no cabreada, el picaporte sonó con suavidad y se abrió la puerta. Un torrente de luz salió por el hueco y una sonriente mujer como de mediana edad la hizo pasar apresuradamente a una especie de recibidor desde el que sólo se oía parcialmente la música del salón. El frío exterior había dado paso a un agradable calor, la circulación reanudada dio un tono carmesí a las mejillas de la protagonista de esta historia. Su desconocida anfitriona la despojó de su gabardina de diseño y la arropó inmediatamente con una especie de chal de lana blanca jaspeada en rojo que desprendía un suave olor a lavanda.

- No es una noche para que una mujer joven y bonita se pasee por la montaña en compañía de lobos, ya sabe, hoy el bosque es un lugar especialmente alerta al nacimiento de Dios de modo que acapara toda la atención de cualquier cosa que crezca bajo el cielo y no se muestra muy acogedor para los visitantes inesperados. Y por su cara veo que ya se ha dado cuenta- Dijo la granjera vestida de Domingo después de cerrar tras de sí la puerta. La casa olía a bosque, un olor mezcla de maíz tostado y de carne asada atrajo su olfato, en los intervalos el olor a lavanda sustituía a los de una cocina que parecía particularmente activa. Su accidental anfitriona quiso franquearla el paso al salón, pero nuestra infeliz heroína, puesta en sus cabales y recuperada del trance en que la había puesto la nevada retornó a sus fueros y a sus férreas convicciones, agradeció a la mujer su empeño y en pocas palabras la comunicó que en realidad se sentiría perfectamente atendida si le fuera posible alquilar una habitación para pasar la noche y esperar a que cesara la nevada. La que parecía señora de la casa y que había abierto la puerta comentó que en esa época del año no solían alquilar habitaciones, los tiempos no eran buenos, habían habido grandes problemas en Nueva York y cuando la gran manzana tose, los granjeros tiemblan. Insistió en que compartiera la fiesta con su numerosa familia, pero los recuerdos de Patty solo giraban alrededor de un almacén mugriento una noche como esa y lo que deseaba sobre todas las cosas es que pasara lo mas rápido posible, que la ansiedad huyera con el día y volver de nuevo a la
soleada y trivial costa californiana a cosechar algunos éxitos mas y dejar jodidos en el camino las carreras profesionales de sus rivales si era posible.

Ayunó y esperó sentada en un escaño de madera adosado a la pared del salón de donde salían algunas viejas notas conocidas del tradicional tema de Bernard & Smith “Winter Wonderland”. La vieja canción de 1934 (permíteme Martha que me haya documentado) chisporroteaba como si saliera de un receptor del Jurásico, al parecer los cedés no habían llegado a ese rincón del mundo. La puerta batiente del salón se abrió repentinamente entrando como un ciclón una pequeña como de unos diez años riendo estrepitosamente. Recuperó el resuello y se fijó en la inoportuna invitada, aunque no parecía demostrar ni demasiado interés ni demasiada sorpresa.

-¿También se ha perdido?-preguntó sin entusiasmo la niña-y supongo que como los otros, tampoco querrá entrar a la fiesta- añadió con cierto deje de fastidio. La cara de Patty se le puso a cuadros entre el descaro de la minúscula granjera, ese “los
otros” sin un significado claramente atribuible a nadie en concreto y sobre todo cuando se agarró al faldón de minúsculas flores de su madre, el increíble parecido entre las dos, desde la indumentaria
al gesto divertido y curioso. De una pequeña percha al lado de la entrada descolgó una llave y pidió a nuestra protagonista que la
acompañara a una mediana habitación que ocupaba el espacio debajo de las aguas del ala central de la edificación.

-Para que no te pierdas mas- la niña sin nombre dejó la llave en la palma de la mano de Patty y suavemente cerró sus dedos alrededor de ella- ¡Feliz Navidad, viajera!- y con la misma risa con la que había aparecido en escena desapareció escaleras abajo, sonó de nuevo el batiente de la puerta y desapareció definitivamente en el salón iluminado del que había salido minutos antes.

Por fin un sitio caliente y resguardado. Al menos descansaría y esa noche pasaría a la historia. Como si no fuera con ella la noche del nacimiento de Dios siguió el ritual marcado desde hacía años para
empiltrarse: dientes limpios, pijama en orden, zapatos al lado derecho. La parte más complicada era caer en manos del sueño, que no de los sueños, de eso ella no tenía. Los somniferos se habían
quedado en la guantera del coche, ya sabía ella que al final se tenía que joder la noche. Apagó la luz e intentó conciliar lo que sabía perfectamente que no había de llegar, el sueño.

En una de las vueltas intentando lo que vulgarmente se conoce como “coger postura” la mano de Patty detectó algo bajo la almohada. A pesar de la oscuridad reconoció enseguida que se
trataba de una pequeña libreta de notas con las tapas de hule, al estilo de las que utilizan los geólogos. Encendió inmediatamente la luz y se incorporó. La dificultad para conciliar el sueño y no poco la curiosidad animó a Patty a echar un vistazo a la libreta. Vieja, de aspecto como roñoso y abandonado, con manchas de oxido que parecían venir de un desaparecido remache que había servido de cierre al cuaderno. Lo miró por todos los lados antes de abrirlo, una severa educación la impedía de alguna manera fisgonear en el interior. No aparecía nada que identificara al dueño, así que decidió ir más allá y levantó la tapa de hule. Sólo aparecía una fecha: 24 de Diciembre de 1930.

Hace setenta y siete años un desconocido escribió en ese cuaderno algo probablemente inútil pero que al menos arrebataría algunos minutos al insomnio. Se incorporó, apoyó cómodamente la espalda sobre la almohada y se dispuso a leer.

V

Extracto del diario encontrado por Patricia Miller el 24 de Diciembre de 2007

(*) Intentando no cansarte demasiado, solamente te traslado algunos párrafos del texto del desconocido que años antes se había perdido y encontrado la hospitalidad que Patty reencontró en las Navidades del año 2007 y que con el tiempo fue recordando.

“...huyendo de la Navidad, la mala suerte o la mala cabeza, pero ni Santa ni su nutrida parentela de renos, elfos, hadas y ayudantes de centro comercial vestidos al son de la Coca Cola pasaban por los hogares de los mineros de Bakers, a lo sumo se terciaba ver a papá, sin Noel, con un chuzo descomunal y pidiendo al Hijo de Dios que no se rifaran un par de espléndidas bofetadas de las que tenía que tener yo año tras año todas las papeletas. Con el tiempo he triunfado y en la cumbre sólo hay lugar para uno, pero es claro que permite ver las cosas desde cierta altura. Hoy he vuelto a coger un tren...”

“...una familia tradicional, nuestros juegos financieros están teniendo unos perversos efectos en la economía de este tipo de gente, aún así no les falta la alegría. La niña es especialmente linda, rodeada de hermanos mayores y más altos, es la estrella. No han preguntado mi nombre, parece no interesarles, aunque se muestran muy atentos para hacerme este incidente más amable. Gente pobre. De menú, sopa de col y algo parecido a una carne roja, lo llaman ante, creo que es algo parecido al ciervo. El hombre caza, la caza alimenta al hombre, el hombre muere,
el hombre alimenta a la caza. Viejo y primitivo, pero al parecer funciona. Nunca llegarán a disfrutar de las cosas caras que yo considero de batalla, pero son mas felices, ellos no se ven
obligados a conducir bajo la nevada, es...”

“...Echar de mas, ahí está el quid, yo soy de los que se consideran infelices, traumas pasados aparte, en estas fiestas. Infeliz también suena a disgustado. ¿Que suponen las Navidades para este hijo de minero venido mas? Estrechar muchas manos y felicitar a multitud de conocidos, escasos amigos y el grupo coral de desconocidos que acompañaban a su vez a los conocidos; como con un montón de indeseables que bien hubiera arrojado a los tiburones, no una sino
incontables veces. Compro y consumo, y si eso no es algo particularmente agradable de habitual en Navidades, es algo particularmente arriesgado, riesgo de ser pisoteado, timado, quemado, atropellado y muchos mas participios “ad hoc” que se me vienen a la cabeza. Sin embargo la gente parece feliz. Yo echo de mas, el resto echan de menos y esa es mi tragedia navideña. En estas fecha en las que todo el mundo añora casi todo y a casi todos a mi me llega un hastio desolador...”

“Tomé esta decisión después del verano, yo me agobio con tiempo y agenda como todo hombre de negocios eficaz y lo suficientemente displicente. Ha sido mi primera ¿escapada?, no, eso suena como a vacaciones, huida es absolutamente correcto y por eso estoy aquí. Lo desconocido es aterrador o amable, en este caso, de manera absolutamente milagrosa he disfrutado en pocas
horas todas las Navidades perdidas durante toda mi vida. Lo que yo pensé compromiso se transformó en un jodido milagro. La familia ajena me hizo añorar la familia de la que había carecido, los amigos de la familia venidos de granjas cercanas me han hecho echar de menos a esos cinco o seis amigos que todavía me quedan y que coinciden en mirarme con tristeza y preocupación en cuanto me echan el ojo encima. A mis abuelos no los conocí, murieron antes de que yo naciera, pero me reconocía en la pequeña cada vez que se echaba en brazos de los suyos, eché de menos hasta a esos hermanos de los que fui separado por los servicios sociales del estado cuando veía en aquel salón de madera vieja el ojo atento de los mayores sobre los mas canijos, en fin empecé a echar de menos hasta a...”

“...a pesar de las dificultades por las que pasa esta gente son mas ricos que yo, ¿tópico?, no sé. Lo cierto es que nunca mas volveré a huir, todo está al alcance de la mano. No es carecer lo que me hace infeliz sino no saber de lo que carezco, ahora ya lo sé, quizá el próximo año ya haya aprendido a echar de menos y no tenga que volver a conducir bajo la nevada. Huele bien. Es bueno estar rodeado de los tuyos Es tan fácil abandonarse al sueño. Condenados chicos no dejan de cantar y aporrear los muebles. Ruido, risas, canciones. Mañana es Navidad”.

VI

Te pido un poco mas de paciencia Martha. En el verano de hace seis años yo tampoco acertaba a adivinar el final de la historia. Las palabras salían con lentitud de la boca de mi antigua novia. Nunca entendió porqué ingresé en el seminario y me hice sacerdote, pero ahora estaba ahí, en el café que frecuentábamos en la esquina de Whilshire Boulevard con Figueroa y escuchaba sin acabar de entender la razón de tan inesperada cita. Prosiguió:

-Recuerdo poco a partir de la lectura del diario del desconocido. Estoy convencida de que al final bajé a la fiesta, desde ese momento, no viene al caso, pero la cuestión es que te podría
describir con todo lujo de detalles hasta el último gesto, las canciones que sonaron, todavía oigo con lejanos ecos las carreras de los mas jóvenes, las anécdotas que contaban los mayores de los viejos tiempos, todo menos los nombres. Viajera, me llamó la pequeña nuevamente cuando me despidió ya de madrugada con un beso en la mejilla a la puerta de mi habitación. No salía de mi perplejidad y lamento todavía mi torpeza cuando repliqué:

-¿Y bien?

Miró a través de la cristalera sin mirar hacia nada en concreto, tomó un largo trago de ese café venezolano que tanto la gustaba y continuó:

-Despues de cerrar la puerta mi primer recuerdo es el sonido chirriante de un guante retirando la nieve acumulada sobre los cristales del Tahoe. Una patrulla del estado alertada por una
avioneta privada que había avistado la furgoneta me localizó en el paso de Siskiyou. Me había dormido, el combustible se había agotado y la temperatura había caído en picado casi hasta los
-25ºC. Fui evacuada en estado crítico hasta el hospital del Sagrado Corazón en Eugene. Dos meses en coma, tres dedos menos y una nariz algo mas roma de lo que conociste es el precio que tuve que
pagar para, como le pasó al desconocido, recuperar todas las noches de Navidad perdidas. Ya sé, los efectos de una hipotermia severa inducen bellos sueños. Un interesante modo de irse al otro lado, ¿No te parece? Probablemente piensas que estoy loca, lo mismo pienso yo a diario.

He vuelto a la zona en condiciones mas propicias pero allí no existe ninguna granja a excepción de la propiedad Freidjsen, que perteneció a unos emigrantes noruegos. Pero ya nadie habita la zona. En la Nochebuena de 1935 un fuego accidental iniciado en una de las habitaciones superiores, creen que fue en la que se situaba en el ala central, acabó con la vida de las veintitrés
personas que celebraban la Nochebuena. Ahora sólo quedan los cimientos de piedra donde el bosque se ha vuelto a instalar.

La intenté tranquilizar haciendo un batiburrillo pedante y formal de la apariencia que a veces toma la realidad, de la fortuna, que no a todos sonríe en situaciones semejantes, que debía dejar a
los fantasmas metidos en la maleta, que debía sentirse muy afortunada y continuar con su vida afrontando el presente con ilusión, bla, bla, bla. Todavía me sonrojo por mi estupidez. ¡Cúanta
vergüenza ajena tuvo que sentir de mi!. Se agachó, recogió su carísimo bolso de diseño, dejó un billete de veinte dólares con la cara de Jackson hacia arriba, me dio la mano, sin fuerzas, se levantó y salió, había tristeza en cada uno de los pasos que la condujeron al exterior del café. Me quedé sentado, autorizado para salvar almas, más no para curarlas.

EPILOGO

Epifanía es una bella palabra que procede del griego επιφάνεια, manifestación, fenómeno milagroso. Todos los cristianos la celebran pero pocos son los que saben reconocerla en su vida
diaria. Tiramos de la fe, que lo mismo vale para un roto que para un descosido.

El jueves por la tarde el canal por cable que solía ver con otros dos amigos sacerdotes daba la noticia. La brillante y galardonada publicista Patricia Miller se había quitado la vida con su Remington del 45. No ocupó mucho espacio en los informativos locales, sólo el necesario para exponer a la chusma la historia de una violación no superada y poco mas.

Tres días después recibí por mensajería en la parroquia de San Patricio un pequeño paquete remitido por Patty. Contenía una antigua llave, un viejo cuaderno con tapas de hule y la fotocopia
de un ejemplar de 1935 del Portland News donde se informaba de una terrible tragedia que se había abatido sobre la comunidad de Ashland.

Patricia Miller de Los Ángeles había tenido su propia Epifanía y yo, Martha, en mi rutina diaria sin interés ni grandes emociones sigo esperando el milagro, no obstante no sé en realidad que
temo mas, si que suceda o que no.

FIN
Michaelsitka17 de enero de 2009

3 Comentarios

  • Zochi

    Me quede prendida a tu texto, Michael, no pude parar la lectura hasta la conclusion. Es intrigante y esta muy bien desarrollada la trama... Pobre Patty, las Navidades han sido malas para ella.

    Abrazos, Michael. Me lo llevo a favoritos.

    18/01/09 02:01

  • Voltereta

    Interesante relato mezcla de cruda realidad, con locura, fenomenos paranormales de apariciones fantasmales,sue?os aletargados por las bajas temperaturas, ?vete a saber?, la puerta del misterio y la intriga ha quedado magistralmente abierta, el propio suicidio de la protagonista a conseguido inocular todavia mayor inter?s en el final del relato.

    Buen texto Michael.

    Un saludo.

    18/01/09 06:01

  • Artalia

    Es un texto magnifico. Podria ser el resumen de una novela. Seguire leyendote. Salud.

    18/01/09 11:01

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