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Un Cuento de Navidad para Marta

Un cuento de Navidad para Marta

Michael Sitka

I'm dreaming of a white Christmas
Just like the ones I used to know
Where the treetops glisten,
and children listen
To hear sleigh bells in the snow

(Irving Berlin, 1942, “White Christmas Song”)

Hace unos años en los suburbios al norte de Detroit un mendigo me contó una curiosa historia referente a tres niños, tres pequeños, más pequeños aún cuando pensamos en la capital mundial de la industria pesada.

Cuando Joel, Martha y Louis nacieron, los barrios obreros del norte de la ciudad estaban cayendo como castillos de naipes bajo el impacto de despidos masivos en el sector de la automoción. A los despidos siguieron los embargos, y a éstos los albergues. En todos estos movimientos, el alcohol, el Bank Food, las palizas y la desesperación cayeron de manera especialmente cruel sobre los tres niños. Al papá de Louis, un mulato de Martinica, le habían tiroteado en las “ocho millas” en una pelea entre bandas, mamá quemaba papelitos de plata y hacía tiempo que no hablaba, los amigos de mamá no le gustaban a Louis y un día abrió la puerta de la caravana y no volvió.

El paro cayó como una losa sobre la familia de Joel, fue como si un extraño virus hubiera entrado en casa. Sus papás habían recibido una extraña carta entregada en mano por el cartero. Al parecer eso disgustó mucho a papá Joel. Como un niño bueno se quedó en un sillón muy callado mientras su padre iba al baño. Por el reflejo del cristal veía a papá tapando su cara con ambas manos. La profesora, Miss Daisy, le sacó de clase y le llevó a un cuarto donde unos señores muy serios le dijeron que le iban a llevar a un sitio muy bonito porque papá y mamá se habían ido. Joel Tasker Sr. había disparado la vieja escopeta superpuesta sobre la cabeza de la señora Tasker, el segundo disparo se lo reservó para él mismo. Joel se escapó de la Fundación Glendale esa misma noche y la calle se convirtió en su casa.

Martha sólo recordaba la calle, era soñadora y una amiga leal de Louis y Joel, los llamaba en broma “cables y cartón”, nunca se habían separado desde que se conocieron. En circunstancias tan duras como las que te cuento, esa unión realmente hacía la fuerza. Martha era la más habladora, soñaba por los tres, quizá para ella la situación no había venido a ser dramática, era así simplemente desde siempre, se duerme en la calle, se come en el Bank Food y se evita siempre que se pueda a la poli. Los trapis eran su manera de vivir, en un área industrial como Detroit era fácil, entre unas cosas y otras mantenerse vivos, aunque les era más difícil que a los mayores. El riesgo de acabar en una institución del estado no compensaba depender de la caridad
pública y ser reconocidos como los niños que eran. La separación llegó a ser algo inimaginable para nuestros jóvenes personajes, eran un equipo, la única familia que les quedaba eran ellos mismos.

La Navidad era para los tres mosqueteros la parte mas divertida del año, la gente parecía mejor y caían menos golpes sobre sus menudas cabecitas y sobre todo estaban las luces. Una oleada de color subía por la tarde del Downtown según se ponía el Sol y
bajaba la temperatura. Durante los días previos a la Navidad, estuvieran donde estuviesen al caer la noche se colaban en algún autobús, entraban en calor y se acercaban al gran abeto del Campus Martius Park; la noche fría se transformaba en un aluvión de colores y canciones de Navidad, reían y bromeaban junto al gran árbol de cincuenta y cinco pies de altura repleto de luces.

Observaban atentamente a la variopinta gente que hacía sus compras, y casi siempre caía alguna propina por llevar bultos o
simplemente ser amables. Martha les había enseñado a saludar solemnemente y a ofrecer su ayuda a cambio de algunos centavos, poner cara de persona mayor hacía gracia a la gente “alta” y en esos días hacían gala de generosidad; un día un señor con chófer les devolvió el favor con otro solemne saludo y un billete de diez dólares. Cenaron bien.

La Nochebuena de ese año no había sido demasiado alegre, dio para muy poco y esos días las instituciones de la caridad pública de Detroit estaban bastante vigiladas por los servicios sociales, la cena caliente podría esperar al próximo día, quizá. Martha tosía mucho, sus labios cárdenos, la temperatura bajaba rápidamente, el invierno en Michigan era el enemigo mas duro a combatir por los pequeños. Joel y Louis adoraban a su Martha como ellos la llamaban, nunca una dama tuvo a caballeros mas enamorados a su
servicio. Estaban muy preocupados por ella. La miseria y la pobreza siempre viajan de la mano del hambre y la tuberculosis.

Joel se acordó de repente del “Mago”, un húngaro pequeño y viejo que dormía al fondo de un callejón al final de las ocho millas. Cuando no se puede bajar mas en la escalera de la vida,de alguna maneran sigue habiendo servicios sociales o algo parecido, y el arrugado magiar trajo de las montañas Bakoni el conocimiento de antiguos remedios que de alguna manera hacían la vez de una farmacopea virtual gratuita. En algunas ocasiones le solían visitar para compartir la escasa cena a cambio de que el viejo les contara con su suave y cálido acento algunas de las leyendas de sus
antepasados, nómadas errantes y artistas que bajaron de los Urales para alegrar el mundo con sus caravanas de brillantes colores. Era el bardo, el pájaro cantor que abría los ojos de los pequeños, era el Sandman que traía bellos sueños a los niños en las
heladas noches de Detroit. Martha se abrazaba tiernamente al sucio chaquetón del gitano y Joel y Louis se acurrucaban en las rodillas de Martha.

Esa noche, víspera de Navidad, la niña se encontraba tan agotada por la persistente tos que decidieron visitar al viejo Lempke. Le encontraron como siempre, envuelto en mil trapos indefinidos y que debían haber sido prendas de ropa en un pasado remoto. Pidieron al mendigo que calentara la noche con uno de sus exóticos
relatos. El anciano miro en la profundidad de los ojos de Martha y la cubrió con una cálida sonrisa y les contó como su pueblo hablaba con el espíritu de la Navidad. Con su profunda voz y los ojos brillantes volvió a la vieja hoguera, antes del exterminio de su
pueblo en Europa Central, cuando él mismo era niño, moreno e inocente y su abuelo durante la noche empuñaba la vieja llave de la familia y se llevaba a sus numerosos nietos al tiempo de Navidad cuando vino al mundo su Señor Jesucristo. Era una historia bonita, que de alguna manera había exigido a su pueblo grandes sacrificios a cambio de ser los depositarios de los últimos vestigios de la ciencia vieja, como llamaban los gitanos a lo que los payos temían y tenían por magia.

Cuando acabó de contarles como los niños de su raza en el interior de carromatos multicolores invocaban la noche del nacimiento de Jesús, una luz rojiza iluminó tenuemente el pecho del viejo, llevó su mano al cuello y colocó una especie de gema ligeramente resplandeciente, rojiza en uno de sus extremos, en las manos de la
niña, las cerró rodeándolas con las suyas, calientes a pesar de la cada vez mas fría noche, acabó el cuento, acarició sus mejillas, les deseó feliz Navidad, se volvió de espaldas sobre los cartones y se sumió en un profundo sueño.

Abrazados los tres intentaron buscar otro callejón donde al menos pudieran dormir abrazados esa noche. Joel y Louis estaban muy preocupados por Martha, no dejaba de toser y a pesar de estar muy caliente tiritaba de frío. Un delgado hilo de sangre muy roja asomaba de sus azulados labios. Se abrazaron a su amiga en un intento por transmitirla su calor, el trayecto andando a bajo cero buscando un rincón minúsculo al abrigo de bandas y poli se hizo eterno; ser niño en Detroit en algunas ocasiones se parece escasamente al cuento del reno de la nariz roja. Al abrigo de una caseta del tren entre Hoover y Groesbeck Highway, encontraron los cartones que les habían servido de colchón las noches anteriores. Ocupaban muy poquito espacio los tres cuerpos mal
abrigados, parecían una pequeña bola de pelusa que nadie ve, nunca fueron más parecidos a granitos de anís, como se dice en los cuentos. A pesar de todo Martha no perdía el buen humor, para ella vivir siempre había sido así, mejor ahora que antes, con sus dos caballeros que la protegían, aunque era la sonrisa de la niña la que con frecuencia conseguía que los dos pequeños caballeros no se derrumbaran ante dificultades que hubieran acabado con algunos de los “altos” con coches caros y abrigos buenos.

Martha sonrió y los miró a ambos, alzo su puño todavía cerrado y comenzó a cantar una vieja canción de niños que la recordaba de manera imprecisa un tiempo anterior a la calle:

“Hey diddle diddle,
The cat and the fiddle,
The cow jumped over the moon.
The little dog laughed
To see such sport,
And the dish ran away with the spoon.”

Los tres rieron, la niña tosía sin parar, y a través de los helados nudillos, como cuando cerramos la mano en torno al foco de una linterna, un velo de luz anaranjada iluminaba tenuemente las tres caritas muy próximas a las manos que encerraban la gema de Lempke, el único regalo que la Navidad les había traído, por eso, en definitiva, apreciaban tanto al viejo gitano. La luz no calentaba, pero el mundo interior de sus cabecitas imaginaba una fogata con pequeñas llamas, que si no calentaba los cuerpos al
menos no permitía que se congelaran sus risas. La luz, según iban cantando los niños el “Hey Diddle, Diddle” fue aumentando
su intensidad, tanto que no sólo podían verse las caras con claridad sino que la mano de Martha, que encerraba la gema, apenas se podía distinguir entre la luz de brillante que era.

El terrible frío iba en aumento y al acercarse mas a la luz y ésta aumentar su resplandor empezó a desdibujar el contorno de los pequeños. Todo se hizo de luz, los feos aledaños de las vías del tren ya no se veían, Joel y Louis reían con esa franqueza que sólo los niños tienen, su chica había dejado de toser y los miraba con un amor que los “altos” olvidan cuando dejan de ser niños. Ya no importaba que la luz, todo era luz, no calentara, habían espantado la oscuridad con sus risas.

Desde donde debían verse los mortecinos blancos de las luces de las vías se acercaba alguien. Era Lempke, le reconocieron por la mirada, pero parecía mas alto, quizá era que ya no andaba encorvado, se sonrieron entre ellos. El gitano, tenía un magnífico aspecto con un Spencer de corte colonial. La camisa de pajarita, con gemelos, y la estrecha banda azul noche le mostraban perfectamente aparejado para una noche de gran gala. Se arrodillo para ponerse a la altura de los tres muchachos, pasó los dedos descuidadamente para quitar una pequeña mota de sus brillantes zapatos de charol y les felicitó por su llegada a la fiesta.

¡Fiesta!- dijeron los tres y se miraron con los ojos absolutamente iluminados. El gitano hizo una gran reverencia a la pequeña Martha y la ofreció el brazo mientras con la otra mano acompañaba a los dos caballeros hacía el resplandor. Según se fueron acercando el sucio Detroit se fue diluyendo y muros brillantes, de materiales que no conocían, se iban irguiendo a su paso, a través de balconadas y
ventanas con forma de ojiva veían lo que parecía una noria, música alegre de acordeones se filtraba del exterior y lo mejor de todo era que a medida que avanzaban el frío iba desapareciendo. Algunas parejas se volvían a saludarlos, sonreían y les dirigían
frases de sincero afecto, ignoraban lo que estaba pasando pero les gustaba. Joel y Louis se dirigieron en voz baja al gitano, éste sonrió, se aparto y dejo que ambos flanquearan a su dama, eso posiblemente no volviera a pasar y no querían perder la oportunidad.

Los niños se iban acercando a un gran salón que parecía el corazón de la fiesta, Martha miró hacia atrás y vio que el camino que iban dejando atrás se iba tornando azulado y cada vez más oscuro, al mismo ritmo como en dirección al gran salón todo se veía
resplandeciente. La entrada al gran salón les impactó, gran número de parejas de rigurosa etiqueta bailaban en el espacio central. Benny Goodman interpretaba para su público en clave
ligera "Blue Moon". Desde la mesa de autoridades se les acercó frontalmente un caballero joven de ademanes educados, se arrodilló delante de Martha, limpió con su pañuelo la delgada línea roja, ya casi marrón que dibujaba la comisura de los labios de Martha e hizo una ligera aunque no menos evidente inclinación de cabeza dirigida hacia los tres.

-Nunca una dama fue de caballeros tan bien acompañada. Mi Padre y Yo os agradecemos de corazón que hayáis podido asistir a mi fiesta de cumpleaños-, y les acarició la mejilla sonriéndoles como nunca antes les habían sonreído. Dio instrucciones precisas a Lempke para que no faltara nada a los pequeños y le estrechó la mano como si fuera un viejo amigo suyo.

Martha, Joel y Louis se fundieron en un apretado abrazo y girando, girando, girando, bailaron a través del gran salón donde el frío era algo del pasado y donde conocieron a tantos buenos amigos hasta que agotados y riendo, se vinieron a dormir a los pies del anfitrión, debajo de las mesas de autoridades. Louis Armstrong, iluminaba el escenario con su amplia sonrisa, mientras con la trompeta en su mano derecha interpretaba el conocido tema de Max Steiner para Top Hat:

-Heaven…..I am in Heaven…..-

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-Jefe Warwick, nos comunican desde el observatorio Blue Hill que la tormenta de hielo de esta noche ha superado todas las previsiones. ¿Ha sido así?

- Efectivamente Jeannie, la tormenta de hielo que se desencadenó en la noche del 24 de Diciembre sobre el área de Detroit se debió a un frente caliente que se elevó sobre la atmósfera absolutamente helada del lago Erie. La lluvia se convirtió en una capa cristalina al contacto con la superficie, lográndose espesores de hielo de hasta cinco centímetros y una sensación térmica cercana a los -40ºC.

-Debe haber estado muy ocupado el Departamento de Bomberos de Detroit con estos incidentes meteorológicos, Jefe.

-Tú lo has dicho Jeannie, las salidas del departamento de bomberos se multiplicaron por la caída de tendidos y el número de heridos en la mañana del día de Navidad había aumentado hasta las dos decenas.

- Muchas gracias Jefe Warwick y transmita las felicitaciones de toda la cadena a sus muchachos, Feliz Navidad…., y en unos minutos después de publicidad el especial “Música de Navidad” con nuestro querido compañero James Bloomfield.

(Trascrito del programa especial del día de Navidad de la WWK-TV)

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“Los cuerpos sin vida de tres menores, dos varones y una mujer, sin identificar y cubiertos completamente de hielo se han encontrado a media milla de Hoover St. en las inmediaciones de las vías del tren metropolitano, abrazados a un pequeño juguete que
los niños suelen utilizar como puntero de luz. La autopsia de la pequeña reveló un cuadro avanzado de tuberculosis y desnutrición. Laurie Turner, trabajadora de los servicios de recogida de basuras municipal, muy impresionada, mencionó que a través de las dos pulgadas de hielo se veía a los menores abrazados y sin signos de haber sufrido. El caso ha puesto en la picota los servicios de atención al menor del Ayuntamiento, que ha anunciado en palabras de su portavoz que el consistorio aumentará la provisión de fondos para la atención a las personas sin hogar, especialmente la infancia si sale elegido para un próximo mandato. Al final de la rueda de prensa ha felicitado las fiestas a los asistente de los distintos medios de comunicación”.

(Detroit News, Sociedad, 25-12-1998, edición vespertina)

FIN

Derechos de autor:

https://www.coloriuris.net/contratos/f3e7466dc526d1b22585ba04565fc779
Michaelsitka17 de enero de 2009

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