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Dos Relatos En Uno.

1.
Aquella reunión a velocidad de crucero, duraría al menos diez minutos más. Los convocados, todos grandes ejecutivos de poderosas empresas, mostraban ya su desagrado. Quién más y quién menos, todos habían hecho planes para el fin de semana, y el retraso con aquel nuevo orden del día les estaba fastidiando.
-Bien, veamos. Hay que acabar con esto de una vez por todas- dijo el que asumía la función de presidente, golpeando con cierta fuerza la mesa de excelente roble francés con las palmas de las manos.
-Estoy de acuerdo, votemos pues- respondió un ejecutivo que se mostró desde el comienzo de la reunión especialmente impaciente.
Los demás, jaleados por la perspectiva de echar todo el día al cubo de la basura con aquella reunión interminable e improductiva, aplaudieron su propuesta.
-Señores- inició su exposición el presidente- todos estamos aquí con un único propósito. Todos- detuvo su perorata para mirar los rostros de los congregados a su alrededor y conseguir así más atención a sus palabras- todos, decía, representamos hoy aquí los intereses de grandes empresas.- Los asistentes seguían su discurso interesados, pero algunos aún se removían inquietos sobre sus asientos.
-Peter, ve al grano. Seguro que todos tenemos mejores cosas que hacer luego- y señaló la concurrida mesa ovalada donde sentados, permanecían los ejecutivos. El que habló era John Hover List, el díscolo ejecutivo impaciente de INFRATEC & Company, una súper empresa dedicada a la tecnología militar de última generación. La interrupción arrancó en los demás una sonrisa cómplice.
El presidente, contrariado con la interrupción, golpeó de nuevo y con más fuerza sobre la mesa.
-¡Ya está bien!-cortó con un grito estridente la ristra de socarronas risitas y murmuraciones.
¡No, no está bien!- volvió a la carga John Hover List. – ¡Sólo tenemos que votar y punto!- su rostro congestionado, levemente enrojecido, denotaba que su estado de ánimo había pasado a algo más que la impaciencia.
El presidente, con la palabra en la boca, hizo un notable esfuerzo de respiración, tal como le explicaran para superar el estrés. Inhalaba el aire con ansía, como si temiese compartirlo con los demás. Tras unos segundos, volvió a la carga.
-Señores, su conducta es poco profesional- lo dijo mirándose la chaqueta del caro traje, no queriendo dañar a todos los demás excepto a John Hover List, al que quiso devorar con la vista una vez alzó la cabeza.
-Bien, por última vez les pido por favor que antes de votar, escuchen con atención mis palabras- El presidente quería mostrar un talante conciliador pero los gestos de sus manos lo traicionaban.
-No quiero escucharte. Estoy aburrido de escucharte- John Hover List se levantó de improviso de su silla de teca ricamente adornada haciendo que sus patas de madera arañaran el linóleo. -¡Me voy- gritó! Cerró su maletín, tomó la chaqueta que reposaba en el respaldo de la silla y con grandas zancadas, se dirigió hacia la puerta de la estancia.
Justo ante ella se detuvo. Giró sobre sus pies y con una voz que sonó a cansada, dijo a la sala: -Ya sabéis que el voto de mi empresa será negativo- Inició de nuevo la marcha. Cuando la traspasó, un portazo descomunal casi consigue que las dos hojas de la puerta se resquebrajaran.
A su salida, los ejecutivos, en el interior, quedaron en silencio. Se miraron unos a otros, y todos miraron al presidente, que aún de pie, se sentía terriblemente incómodo con aquella situación.
Éste se acercó al interfono y cuchicheó algo por el auricular. Cuando obtuvo una respuesta, miró a la concurrencia y anunció:- ¡Que empiece la fiesta!-
No se sabe de dónde, pero de improviso la espaciosa sala de reuniones se llenó de serpentinas, de confeti y de papeles de mil colores. Casi al unísono los ejecutivos abandonaron sus asientos y comenzaron a charlar amigablemente, obsequiándose unos a otros con abrazos y palmadas en la espalda, juntándose todos y formando un corrillo.
-¡Que pesado, creía que no se iba a ir nunca!- le decía un ejecutivo al que adoptó el papel de presidente del consejo.
-Yo también, Alfred, yo también- le respondió mientras le sonreía y le estrechaba la mano.
La puerta se abrió de par en par y una apetitosa camarera semidesnuda se introdujo dentro con una bandeja con nueve copas de champaña francés del más selecto, uno por cada ejecutivo. Cosa que fue recibida con una sonada sarta de aplausos.
El presidente, temiéndose que la fiesta en breve degenerase con la llegada de las prostitutas de lujo, hizo un gesto para llamar la atención. Con una copa en la mano, cada ejecutivo guardó silencio y todos le miraron afablemente.
-Señores- dijo con voz afectada- una nueva guerra está en ciernes. Oriente Medio es un polvorín que nos va a hacer millonarios a todos.
Gritos de resuelta alegría hicieron que las últimas palabras casi fueran inaudibles. Luego alzaron la copa con solemnidad y respondieron al brindis apurando hasta el último trago de aquel selecto champaña francés.
-Y ahora, a celebrarlo- dijo por último mientras la música pop restallaba a un volumen considerable y hacían su entrada triunfal en la sala las ansiadas meretrices.
Seguro que nadie se estaba acordando en aquel momento de John Hover List ni de la política abiertamente no bélica de su empresa, INFRATEC & Company.


2.
“A los pajaritos se les puede atraer estándose quieto y echándoles migas de pan. A las hienas también, pero a estas hay que echarles gatos muertos.”
Camilo José Cela. El ciudadano Iscariote Reclús. 1965

Lo mejor era alejarse de Isaías Coyote lo más posible porque era un hombre impredecible. Lo mismo sacaba la cartera que la pistola. Ese tipo de hombres siempre resulta peligroso tenerlos respirando en tu cogote.
Yo de Isaías Coyote era el consejero intelectual por decirlo así. Y por eso siempre me respetó. Y por eso pude contarlo. Hasta hoy.
Le hablaba de Rousseau, de Chejov y de Carl Sagan. Pero por nada del mundo se me hubiera ocurrido calentarle la cabeza con los relatos de Stephen King.
Una vez, por su cuenta, Isaías Coyote leyó algo de Arthur Rimbaud y enloqueció aún más.
Debería haber quemado aquel libro cuando tuve la oportunidad. Ahora me arrepiento, pero ya es tarde.
Miguelito13 de noviembre de 2012

2 Comentarios

  • Miguelito

    Son viejos relatos que creo no haber expuesto. Espero que resulten de vuestro agrado.
    un saludo de miguelito.

    13/11/12 12:11

  • Buitrago

    Siempre es grato repasar y recordar lo bueno
    Me ha gustado volver a leerte amigo
    Saludos

    Antonio

    13/11/12 07:11

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