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Montaraz

Fundadas de cenicienta sangre se encontraban las botas.
Anudadas con trencillas de cuero, revestidas con almas rotas.
De fosca piel el animal con el cual, tullida señora, hizo coser,
con adversa mano, el atavío con el que revestir aquellos pies.

Los calzones vellosos cubiertos de los cueros desgatados.
Se vislumbraba, cayendo, el somnoliento rojo del bolero.
Los obtusos corchetes del cinturón, de mil golpes aboyados.
La cota de mallas desconchada de mil socorros certeros.

Los brazales de lejanos parajes del Oeste en ambas portaba,
mas, enguantada en deshilachado odre, tan sólo la diestra regía
el control de la doble hoja de reyes que ahora descansaba,
para más tarde quebrar y ser quebrada en aquella noche fría.

El distintivo plateado de un árbol se perfilaba en sus antebrazos ,
coronados con el plumaje y las perlas de los ojos de un toche.
Acunó la hoja arría y serpenteada de un cuchillo en su regazo,
con la que no titubeo al cortar el arisco brío de la medianoche.

Un broche se las ideaba para sujetar el haraposo y corto gabán.
De mil leguas viajadas ya cubrió, la vestidura, a su portador.
Mil veces limpio de sangre su faceta de rey y de rufián,
de poca ley y menos clan, difundió su nombre de transgresor.

Yacía su madurada mano en el mango de la espada.
Forjados en plateado acero rezumaban sus ostentaciones.
El hierro fue menos fruto de su fondillo, más de su alma abandonada.
Acogiendo en su fonda más estocadas que condecoraciones.

Allí tropezaron compañeras puñaladas.
Allí donde murieron las lunas y los soles.

Se halló un angelado viso de cristal tendiendo de su cuello,
con porte de lisonjas, de loas, de pujante perdición.
Se moteó cada atisbo del huraño con el enérgico destello,
que enardece el crepúsculo y planta fruto en pos del amor.

Las sombras de sus enmarañados pelos sus rasgos deslucen,
invitándole a un desdén más tosco en la mirada deprimida,
donde antaño cayeron raigas gotas rasgando sus arcaduces,
mullendo, en su forzada dentadura, la barba crecida.

Y ahora ya, de a poco en poco marcha con bélica filosofía,
montados en los saquillos todos sus recuerdos,
viajando allá donde no existe la luz del día,
allá en donde se haya sombrío y se extiende el averno
Molina27 de enero de 2009

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