Supongo que la capa ingrávida que corona los miles de cuerpos nacientes de un río que fluye sin cauce que derrame su fluido a un mar extraño, tiene fin. Me refiero a la noche, reina de la melancolía, apaciguadora de ella o tranvía de pasiones a la espera de una carta que selle un periplo de vida, de respiración o de frías huellas marcadas en una cintura grácil y llena de vitalidad.
Muchos dicen: la noche acaba cuando el sol sale, y no saben que mienten. No saben más que lo que sus ojos les ofrecen, necios del intelecto, necios de episteme, pues no piensan con el alma, ni sienten con sus retinas. Pues, La noche acaba cuando el fin se pronuncia de entre los labios de cualquier musa; el fin de la noche no es más que la destrucción del ocaso que habita en la mirada de cualquier que padezca aquello que denominan filofobia.
Los hay que no saben que la noche puede matar, y también los hay que saben que puede dejarte convaleciente y, aun más, si el fin le acompaña. El fin de la noche no es más que papel mojado, harto de ser escrito, tan húmedo que ni siquiera puede ser quemado. Tan áspero que el mismo conoce los efectos ingrávidos de la noche. Tan temeroso ese papel- que está escribiendo solo a eso, al fin.
