Hay una voz en el fondo del rio que me llama incitante, que me atrae con promesas de sosiego y olvido.
Y me detengo en la orilla, con los ojos cerrados,
imaginando como sería mi cuerpo arrastrado
como un junco, abrazado y enredado en la corriente.
Con el agua metiéndose por mi boca, por mis ojos,
inundándome los huesos.
Hundiéndome en un gélido lecho de barro y hojas muertas.