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La Fiesta de Las Mil Mascaras

By Angelos Rusnok
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El reloj de péndulo que reposaba en la esquina más alejada de aquella tétrica habitación anunciaba las 12 en punto con estruendosas campanadas. Según había sido previamente acordado, y dispuesto en cada invitación, por el anfitrión de la fiesta, los invitados debíamos esperar en este salón a que dicho reloj tiñera la última campanada, para que las monstruosas puertas dobles que se erigían imponentes ante nosotros se abrieran. Agrietadas y desteñidas por el paso del tiempo, daban la impresión de abrirse para dar paso a otro portal infernal.
Impacientes y evidentemente ansiosos los demás invitados esperaban, como yo, ojeando una y otra vez la insulsa decoración de la estancia, apenas compuesta por el reloj y un inmenso candelabro sobre nuestras cabezas que a simple vista parecía estar a punto de desplomarse. Unos más osados y cuya impaciencia estaba a flor de piel, se atrevían incluso a zapatear para demostrar su inconformismo. Primero un “Clac, Clac” y paulatinamente muchos otros que le hicieron coro. Daban la sensación de ser ganado dispuesto para ser sacrificado, con la misma inquietud del que sabe que su muerte está cerca pero no puede alejarse de ella.
-¿Estás listo, bombón?
La chica que me acompañaba… O más bien a quien yo acompañaba, Marie, apretó suavemente una de mis nalgas y rio como una chiquilla. Al igual que todos los demás, su rostro y su expresión ansiosa estaba oculta tras una inexpresiva mascara que restaba propiedad a su voz. Oírla hablar incansablemente sin aquella mascara era gracioso hasta cierto punto, pero con esta barrera entre sus mejillas encendidas, ojos curiosos y yo, su voz se me antojaba chillona y fastidiosa.
-Estoy listo, primor.
Después de un pesado suspiro a manera de reproche por haber aceptado esta increíblemente ridícula invitación, asentí con falsa emoción rodeando su cintura con mi brazo izquierdo. En ese momento la última campanada sacudió el candelabro y aquellas puertas dobles comenzaron a abrirse en medio de un espantoso crujido. Todos se sorprendieron, y sé que no miento al aseverar que en caso de un colapso, estaban preparando vías de escape para no morir, victimas de su atrevido fisgoneo.
A empujones y sin romper aquel semicírculo que habíamos formado al principio, conseguimos entrar a otra antesala mucho más amplia y dada la decoración de la misma, el punto de desarrollo de esta reunión. Había una tensa calma en el grupo y un anormal estado de alerta en espera de “La señal” que diera inicio a este ritual.
En aquella estancia había varios puntos de alcoholización dispuestos estratégicamente para quienes en medio del ajetreo preferían su copa llena. Luces estrambóticas cubrían cada pared apuntando específicamente a una especie de pista de baile y desde la tierra algunos reflectores y rayos laser apuntaban hacia el cielo, señalando para el curioso que deseara mirar, nada más que una cúpula parecida a la de algunas catedrales y cuyo fresco era una perfecta imitación de “La creación” de Miguel Ángel. En el suelo, pero sin despegarse de las paredes, decenas de amplificadores le daban un toque desordenado a toda esta monstruosa decoración. Pero eso no era todo, aparte de ellos también se podían encontrar algunas estaciones de oxigeno con aromas afrutados, un centro de tatuado exprés y así mismo una estación de perforaciones.
Por un momento y con una mirada rápida me pregunte qué clase de personas podrían frecuentar estas fiestas. Se rumoraba, obviamente que solo la alcurnia conseguía una invitación a esta reunión, y aun así no me imaginaba a un político hacerse un tatuaje permanente como recordatorio.
-¿Qué hay allí?
Mientras terminaba de recorrer con la vista el lugar, en medio del intenso cuchicheo, note que en la parte más alejada había una especie de tarima, ubicada en medio de lo que me parecieron 4 vitrinas previamente cubiertas por terciopelo azul. Presentía que allí, en ese lugar casi alejado de estas excentricidades estaba la atracción principal.
-Es una sorpresa-Marie que temblaba de ansiedad y expectación siguió con interés el curso que señalaba mi dedo. Y así mismo algunos chismosos lo hicieron, prestando especial atención a su respuesta-Generalmente son mujeres, pero su función dentro de la fiesta nunca es la misma.
Me di el chance de especular y fantasear al respecto, con una media sonrisa en el rostro y la mirada fija en aquello que ocultaban las cortinas. ¿Serian mujeres con trajes diminutos en jaulas de acero? ¿Mujeres tragadoras de fuego o de filosas espadas? Ahora mi insana curiosidad me mortificaba y tal vez, solo tal vez Marie creyó notarlo por mi insistente cambio de peso en los pies.
-Cariño-Ahora no había ansiedad en la voz de Marie-Esas mujeres son intocables.
Por un momento creí atisbar una amenaza implícita en el tono que empleo conmigo, pero no estaba seguro si aquella amenaza provenía de ella o alguien por arriba de su estatus. Sonreí oculto tras la seguridad de mi mascara al recolocar uno de sus cabellos rubios por detrás de su oreja. En ese momento las luces blancas que habían guiado nuestros pasos se apagaron y algunos reflectores se encendieron, señalando aquella tarima que había atraído mi atención. Una mujer de figura menuda y mascara adornada con plumas de pavo real se acerco hasta el micrófono y lo toqueteo con el dedo índice un par de veces.
-Bienvenidos y bienvenidas!-Todos nos sacudimos, era sabido que su discurso estaba a punto de empezar, sin embargo la potencia de su voz, seguramente audible sin amplificadores, nos sorprendió-Soy Agatha, y esta noche seré su anfitriona…
Bla, Bla, Bla. La típica perorata aburrida que lejos de aumentar la emoción y expectación por la fiesta, aumentaba el deseo que de por alguna cuestión técnica el sonido se perdiera para aislar su discurso. Muchos aquí seguramente secundaban mi opinión, pero permanecían tan quietos como estatuas y aplaudían por imitación cuando los demás lo hacían. Después de haber captado su nombre, deje que mi atención se disipara ignorando el hecho de que su discurso parecía hacerse cada vez más extenso. Temí que fuera apropósito ante mi evidente falta de interés y por ello volví mi mirada al mismo tiempo en que ella anunciaba una sorpresa para el final de la noche y deseaba el disfrute de todos.
Sin nada más por decir, su discurso se vio interrumpido por una explosión de fuegos artificiales y confeti. En ese mismo momento y casi en perfecta sincronía los invitados estallaron en una eufórica algarabía, Agatha desapareció tras una cortina de humo y el tapiz que separaba a las chicas en traje diminuto del resto del mundo cayó en medio de un ruido sordo. Sin embargo no había jaulas de acero, ni mujeres contoneando las caderas. Solo un cuarteto de mujeres cuya habilidad radicaba en interpretar violines y chelos. Lo único curioso, era el vendaje que cubría sus ojos y el vidrio que las separaba de este frenesí.
Un “Ohhh” colectivo sacudió la multitud y luego sin más por añadir, comenzaron a disiparse corriendo como alimañas foto-sensibles hacia los lugares de recreación. Y luego estaba yo, como congelado en el espacio y el tiempo, víctima del ritmo hipnotizante con el que estas chicas interpretaban. Parecía que estaban atrapadas en su propia burbuja individual, ciegas y sordas ante el pandemónium que se desataba ante ellas y parecía que solo a mi me habían absorbido.
-¿Qué estas mirando?-Como si no fuera obvio, Marie insistió en preguntar ante mi desinterés por correr de aquí para allá-¿Cuál es la que te gusta?
Me reí por dos cosas: la primera fue que esta vez, en su voz se notaban los celos; y la segunda el hecho de que su acotación era echa no como una suposición, sino como una afirmación pese al carácter inquisitivo.
-Ninguna, Marie-En cada intervención dirigida a ella, me había acostumbrado a decir su nombre bajo la premisa de que resultaba agradable mi acento sureño para sus oídos-Solo escucho su música.
-Puedes hacerlo sin mirarlas con tanto ahincó.-Espeto de mala gana.
Puse los ojos en blanco, aun cuando ella no pudo notarlo y con toda la gentileza del caso apreté suavemente sus hombros para hacerla girar en redondo.
-¿Estás segura, Marie?
Acerque mi boca a su oído, con la intención de hacerme oír. Frente a sus ojos, los invitados corrían de aquí para allá, más parecidos a una jauría de lobos hambrientos y no la alcurnia que se decían ser. Pareció molestarse por el hecho de poner en evidencia su propia equivocación y desapareció en medio del gentío. Lo cierto, es que aquel gesto de abandono, lejos de mortificarme me alivio, pues me vi libre para aflojar mi corbata y observar a las chicas tocar en perfecta sincronía con un disc jockey que había aparecido de la nada.
En medio de mi propia distracción, poco fui consciente del modo en que se desarrollaba la fiesta tras de mí. Estaba más ocupado en traer a la vida los recuerdos, particularmente el modo en que la noche inmediatamente anterior me había granjeado la invitación a esta cita.
En un bar de dudosa reputación, en el centro de Dallas, me había topado con Marie, una estudiante de leyes que buscaba adrenalina en algo que no fuera drogas. Ambos sabíamos a que se refería, y que papel desempeñaba yo en todo ello. Luego de un par de cervezas en medio de una amena charla, pasamos de aquel antro a su apartamento en una zona exclusiva de la ciudad.
Después un prolongado encuentro intimo y una sesión de mordidas de mi parte, comenzó a narrarme cosas triviales de su humanidad, como esperando que yo las memorizara y sin embargo mi atención estaba ocupada en hacer aros de humo con el cigarrillo.
Fue en medio de su discurso existencial, y surgido de la nada como cuando de pronto recuerdas algo importante que habías olvidado, que extendió abiertamente una invitación para esta fiesta.
Desde el principio me negué, empezando por el hecho de que odiaba vestirme de etiqueta y continuando por el hecho de que mi carácter, más similar al de un niño en muchos sentidos, me hacía pésima compañía para cualquier situación. Sin embargo insistió tanto, que acepte empujado no por su fervorosa devoción hacia mi persona, sino por el deseo de acallar su vocecita chillona solo comparable con la de la conciencia cuando te acusa por los errores.
Hoy, esta noche, a la misma hora del encuentro de ayer, regrese a su casa siguiendo todas sus indicaciones, en cuanto a vestimenta y peinado se refería, al pie de la letra. En medio de un hermetismo total y medidas de seguridad totalmente ridículas, fuimos guiados al punto de encuentro. Curiosamente, y contrario a lo que supuse, dadas las jugosas descripciones de Marie que auténticamente no escatimo en detalles, estaba impaciente… Pero no por quedarme sino por marcharme de una buena vez.
Aquello se había tratado de un encuentro entre vampiros y humanos insanamente adictos a la mordida de un vampiro. De eso me di cuenta cuando por un instante volví mi vista hacía la muchedumbre esperando ver a Marie. Asombrosamente de aquella ruidosa aglomeración solo quedaban unos pocos en los centros de oxigeno o tatuado. Algunos más atrevidos con mascara en mano estaban complaciendo a la concurrencia humana con descaradas mordidas en cualquier rincón.
Y note, con particular y sorpresiva desilusión, que el reloj no se había detenido conmigo para ver a las chicas tocar. Sonreí al ver a Marie desaparecer tras una especie de puerta secreta con las nalgas de un chico entre sus manos. ¿Acaso tenía un fetiche? Riendo en medio de mis propias ocurrencias volví mí vista hacía ellas. Su cadencia y ritmo cambiaron súbitamente como presintiendo que su único espectador les había regresado su atención.
-¿Aburrido?-Una voz femenina, con un marcado acento francés rompió la burbuja en la que estaba felizmente atrapado- Jamás creí vivir para ver esto.
Se trataba de Agatha. Su tono de voz era totalmente distinto y sin duda su acento también lo era, sin embargo su emplumada mascara y aquel vestido color crema la habían delatado.
-Es una buena fiesta, Agatha.
A este punto la música que más se oía era el de mis chicas y por ello me atreví a hablar en tono suave, tomando la mano que ya tenía extendida en mi dirección. En un rápido movimiento me despoje de la máscara para colocar mis labios fríos contra la tibieza de su piel.
-Y sin embargo no la disfrutas.
Retiro su mano con delicadeza y tomo lugar a mi lado, contemplando a las intérpretes como si apenas hubiera reparado de su presencia. Me limite a asentir con sencillez mientras metía las manos a los bolsillos de mi pantalón. El silencio reinante entre nosotros no se torno incomodo en ningún momento.
-Vayamos a otro sitio, Angelos.
Ciertamente no supe que me sorprendió mas, si el hecho de que en su invitación hubiera un mensaje secundario, o que usara mi nombre con total propiedad.
Me conocía perfectamente como para saber que a otra persona la hubiera increpado con cuestionamientos superficiales para develar la fuente que le dio mi identidad. Pero por vez primera me sentía empujado a actuar como un caballero… Uno de verdad.
-Guíeme por favor.
Luego de una larga mirada a mis chicas y un suspiro melancólico por despedirme de ellas tan súbitamente, le ofrecí mi codo como apoyo mientras ella reía con algo de timidez. En ella había algo que me era familiar.
-Háblame de tu, por favor-prosiguió con voz suave, cuando desaparecimos tras una cortina que conducía a un largo pasillo con infinidad de puertas-Me haces sentir mayor de lo que en realidad soy.
Asentí de nuevo simplemente, estaba más intrigado en saber a dónde íbamos y sobretodo, en caso de una situación hipotética, en encontrar un modo de escape rápido. Por unos momentos me pareció que habíamos estado recorriendo el mismo pasillo describiendo una trayectoria circular. Finalmente nos detuvimos frente a una puerta cuyo picaporte era la única característica que la diferenciaba de todas las demás. Con una llave que ocultaba en su cabello abrió la puerta y señalo su interior.
-Adelante por favor-Con total seguridad entro, desapareciendo de mi campo de visión por algunos instantes-No sigas haciéndome sentir como una pésima anfitriona.
Me esperaba, sin dar cabida a falsos argumentos, una amplia habitación con cama estilo King size, un enorme jacuzzi y champaña y otras cosas… Pero me estrelle dolorosamente cuando solo encontré un escritorio enorme en medio de dos sillas a juego. Algunos cuadros en las paredes y ninguna ventana. Daba la impresión de ser la oficina de algún abogado.
-No diga eso…-murmure entrando, rápidamente me corregí a mi mismo al colgar mi saco de una percha que había junto a la puerta-No digas eso. En verdad, disfrute estar allí tanto como me fue posible.
De espaldas a mí la vi despojarse de la máscara con sumo cuidado. Aquel vestido que en su parte frontal no poseía gracia alguna, por detrás estaba provisto de un prominente escote que revelaba un impresionante dragón tatuado que abarcaba casi toda la extensión de su columna vertebral.
-¿Te gusta lo que ves?-Se volvió con deliberada lentitud mientras soltaba su cabello. Una espesa cascada de risos color azabache-Toma asiento por favor.
En primera instancia me avergoncé. Estaba mirando algo que no debía pero aquello era demasiado hermoso como para ignorarlo; consecuentemente me sorprendí. Agatha era una versión idéntica pero menos escandalosa de Marie. Con torpeza y con la sorpresa aun en la garganta, difícilmente tragable me senté en el único asiento frente al escritorio. Ella rio y en su risa reconocí a Marie, pero estaba seguro que no era ella.
-Veo que estas más que sorprendido-Se sentó ella también, inclinándose por unos momentos bajo el escritorio para sacar dos copas y una botella de algún vino añejo-Marie me hablo demasiado de ti.
Fruncí el ceño, ser tema de conversación me increpaba bastante. Así que me recosté con total naturalidad y espere a que ella continuara con el tema sin necesidad de preguntar. Ahora bien sabía de dónde había obtenido mi nombre.
-No voy a mentir, lo estoy-Retire mi mascara, ante el ademan que ella hizo. La puse sobre el escritorio junto a la suya y creí verla sonreír con satisfacción por unos instantes-¿Marie y tu son idénticas?
La risa se hizo más pronunciada y menos delicada. Estaba señalando lo obvio en espera de una confirmación, pero no quería arriesgarme a encontrar una mujer obsesiva con trastornos de personalidad múltiple.
-Es mi hermana gemela-Menciono por fin, en medio de una pequeña pausa de su sonora risa-Me convenció de traerte aquí. Dijo que… “Eras el espécimen más asombroso que había encontrado en Dallas”
Tal vez era mi creciente paranoia, pero me pareció que tras esa cita textual, que acentuó con comillas hechas por sus dedos, había un sarcasmo y un desprecio implícitos.
-Creo, entonces, que se equivoco de “Espécimen”-Hice una pausa para retirar el cabello que había comenzado a cubrir mi rostro-No soy nada asombroso.
-Falsa modestia-mascullo destapando el vino. Parecía apurada en verificar aquello que había dicho su hermana-Dijo que eras asombroso en la cama y que tu mordida era particularmente sensual e incitante. Dijo que eras bastante atractivo y que desgraciadamente eras bastante distraído. ¿Se ha equivocado?
Sirvió las copas casi hasta el borde y me extendió una, la tome con algo de desconfianza. Yo estaba por arriba de ella en la cadena evolutiva si hablábamos de rapidez y fuerza, pero estando en su territorio era tan vulnerable como un humano.
-Supongo que no.-Olisquee el vino rápidamente y bebí un poco, solo después de que ella lo hiciera. Parecía divertirle mi desconfianza-¿Pero cómo voy a juzgar yo mismo mi desempeño en la cama o la sensación de mi mordida?
Asintió, bebiendo de nuevo aquel vino dulce. Pero esta vez lo hizo sin descansar hasta que la copa estuvo vacía. Se sirvió de nuevo y repitió el procedimiento. Parecía estar llenándose de coraje.
-Pero no hay manera de descartar tu atención dispersa-De nuevo la sonrisa fugaz-De eso me di cuenta yo también cuando te vi mirando en todas direcciones mientras hablaba en público.
Si, era una versión idéntica de Marie: Los mismos ojos pequeños y curiosos, con un tono azul casi fluorescente en el iris. Sus labios delgados que permanecían rojos sin necesidad de alguna capa de carmín y su tez con un delicado tono canela le daban un aspecto curioso. Ella y su hermana eran atractivas pero fácilmente me daba cuenta que, de las dos, era Agatha quien menos sabía como valerse de ello para atraer un hombre. Había notado también, que Marie había adoptado una apariencia prefabricada dado el tamaño de su busto y el color de cabello que había adoptado.
Y mientras reparaba en todo ello me encogí de hombros. Aquella acotación sobre mi fácil distracción era imposible de poner en tela de juicio.
-Me gustaría…-Susurro con sencillez, casi con un hilo de voz. Su tono mordaz había desaparecido para dar paso a la ingenuidad-Me gustaría comprobarlo por mí misma.
La copa que agitaba y observaba a contra luz como si tuviera alguna idea de catar vinos se resbalo peligrosamente, despilfarrando su contenido sobre el escritorio y de paso sobre mis ropas. No se rompió, porque a tiempo recupere mis reflejos y la atrape antes de que se estallara sobre el suelo.
Cuando levante la vista Agatha se apresuraba a correr hacía mí con servilleta en mano para limpiarme, como si fuera culpable de mi lapsus de torpeza. Así lo comprobé cuando se apresuro a disculparse mientras limpiaba mi pantalón. Parecía tan delicada y frágil ante cualquier movimiento brusco que tome con delicadeza su muñeca y la detuve. Sus ojos electrizantes me miraron fijamente y aquello me aturdió.
-Fue mi culpa.
Murmure distraídamente, y ella soltó la servilleta. Estábamos demasiado cerca, casi al punto de respirar el mismo aire. Estaba tan nerviosa que su corazón aleteaba apresurado y su pecho subía y bajaba con inusitada rapidez. Elimino la distancia entre nosotros en un segundo y unió nuestros labios en un intento bastante lastimero de un beso.
Permanecí apático al movimiento de sus labios, había encontrado repentinamente la razón por la que me era familiar, además de ser hermana de Marie. Sin aquel exagerado busto y sin el rubio artificial me recordaba a la más pequeña de las Rusnok y aquello me obligo a apartarme en medio de una exagerada expresión de repulsión. Ella se horrorizo ante ello y cubrió su rostro, bastante avergonzada.
-Debí saberlo-musito en medio de una repentina secuencia de sollozos.-No soy deseable… No lo soy.
La culpa me consumía con ganas, y Marie con su vocecita chillona hizo aparición como la voz de la conciencia obligándome a enmendar mi error de una u otra forma. Este era uno de los tantos inconvenientes que hallaba a la hora de portarme como un caballero.
-Agatha…-Susurre incapaz de decir un discurso más largo. Me hinque a sus pies y trate en vano por descubrir su rostro. Verla llorar era como ver a Mildred hacer lo mismo, me recordaba las épocas en que disfrutaba ser mezquino con ella-Lo lamento, de verdad…
-Ya lo sé-consiguió articular en medio de su repentina hiperventilación-El problema no eres tu… Soy yo. ¿Inventaras que eres gay? ¡Vamos! Debes tener millones de excusas.
Descubrió su rostro, ahora no había tristeza en ellos sino una creciente rabia ante semejante desprecio. Su rímel estaba corrido y su nariz adquiría una tonalidad roja.
-Me recuerdas a mi hermana menor Mildred.
Me atreví a decir la verdad, pero su estallido repentino de risa sarcástica confirmo mi teoría de que no sería creíble.
-¡Había escuchado millones de excusas!-estaba histérica, pero había un deje de amargura en su voz-¿Pero verme idéntica a tu hermana? ¡¿Cómo es que fuiste capaz de joderte a mi hermana!?
Su delicada y casi angelical apariencia se veían manchadas por aquel vocabulario. No era yo precisamente un hablador pulcro pero era desagradable oírlo de su boca. Por eso con cierta aversión arroje sobre la falda de su vestido la foto de ella, que guardaba en mi billetera junto con una de Camille, Aleksander y Sebasthián. No erigí juicio alguno mientras en medio de una renuente aceptación se dedicaba a observar la foto en silencio.
-Yo tengo el cabello rizado…-Murmuro extendiendo la foto en mi dirección. Sin hacer contacto visual directo todavía, se apresuro a limpiar su rostro con la servilleta blanca que estaba a su alcance tendida en el suelo-Lo siento. Ahora se, que si puedo ser considerada una pésima anfitriona.
Se rio, pero no fue un risa autentica, sino una risa falsa… Tratando de disimular la vergüenza y la tristeza que ahora la acompañaban. Y yo de pie, apoyado en el escritorio sintiéndome culpable por algo que estaba más allá de mi poder.
Esta, era una de las tantas demostraciones que comprobaban porque, a pesar de ser incapaz de rendirme ante sus juegos, consideraba a las mujeres el más peligroso enemigo dada su natural capacidad de manipulación.
-¿Por qué haces esto, Agatha?
Luego de un silencio que amenazaba con hacerse eterno me atreví a susurrar, y sin embargo se oyó tan escandaloso como si lo hubiese gritado a todo pulmón. Agatha se sorprendió y recibió la copa de vino casi llena que había extendido en su dirección.
-¿El que, Angelos?
Aun su voz no recuperaba un tono mortal y aquello verdaderamente me atormentaba.
-Este tipo de reuniones…-Pareció sorprenderse de nuevo, casi como si lo hubiera olvidado por completo-Tu no pareces una… como ellos.
Bebió tímidamente, dando pequeños sorbos y se encogió de hombros.
-¿Una adicta a las mordidas?-me miro de nuevo, sin todo ese maquillaje pesado sus ojos parecían danzar en espiral-La verdad… Nunca me han mordido.
De manera casi involuntaria acaricio su cuello, sin apartar la mirada de su copa. Estaba confundida… Como si hubiera olvidado las motivaciones de su propio actuar.
-¿Entonces por qué?
Pareció enmudecer de repente y se limito a encogerse de hombros.
-No lo sé-Dijo con firmeza recuperando su postura inicial, medio coqueta medio mordaz-Ven… Siéntate.
Se puso de pie señalando el asiento que había ocupado antes. Luego rodeo el escritorio y comenzó a rebuscar algo entre todas sus gavetas. Hablaba cosas que no comprendía, pero parecía conversar consigo misma como si olvidara mi presencia por momentos.
-Ya esta-Esta vez dirigiéndose a mí, me entrego mi copa y se aseguro de llenarla con vino. Una dulce sonrisa afloraba en sus labios algo resecos.-Marie dice que cuando te muerden por primera vez duele… Pero que cuando te acostumbras a ello, se convierte en algo tan adictivo como el sexo… o las drogas.
Cuando menciono aquello del sexo un rubor se agolpo en sus mejillas, eso me hizo sonreír y comprendí que en realidad la ingenuidad y dulzura de Marie habían sido fingidas. Seguía mirando fijamente cada movimiento de Agatha, esperando el final de tan apresurado actuar.
-Por eso…-Dudo, lo siguiente que iba a decir era algo especial… o bastante fuerte-Por eso quería esperar el vampiro que…-rasco su cabeza, ahora sostenía una funda de seda roja en sus manos-Bueno ya sabes… Que me mordiera por primera vez.
Se rio de sí misma, si no fuera por lo monstruoso del asunto, me hubiera parecido lindo su discurso. ¿Pero qué clase de humano deseaba ser mordido solo por placer? Parecían haber sepultado en el olvido las cacerías que se desataron en la edad media y en el que asesinaron no solo muchos de mi especie sino muchos humanos argumentando que eran enviados de un Dios que los usaba como herramienta de justicia. “buen momento para entregarse a la ética” pensé, pero cuando te convertías en cualquier criatura un paso más delante de un humano comprendías que ese mundo ya no te pertenecía y observabas con horror como cometían las más grandes y sangrientas estupideces en nombre de entidades divinas.
No me dio tiempo de exponerle mi argumento, pues en cuestión de un segundo y con suma rapidez desenfundo una pequeña daga de hoja plateada similar al escalpelo de un cirujano. Me miro, como advirtiendo en mis ojos la intensión de detenerla y realizo un tajo limpio y poco profundo en la palma de su mano. La sangre mano apresuradamente goteando sobre la gruesa alfombra mientras ella desviaba la trayectoria de la misma hacia mi copa.
-Bebe.-Ordeno con voz ronca y yo obedecí como un minino idiotizado ante una bola de lana.-Hasta el fondo.
Confundida con el vino, la sangre de Agatha tuvo un sabor confuso en mi paladar. Pero estaba tan ansioso por beber hasta la última gota que no me di tiempo de “catar”. Cuando se hubo terminado me puse de pie, dejando descuidadamente que la copa resbalara y se estrellara contra la alfombra.
-Eso es…
Con una sonrisa de evidente satisfacción y su corazón latiendo cada vez más rápido, rodeo el escritorio con rapidez. Como si aquello la salvara de mis pretensiones.
Le había dado rienda suelta al animal primitivo que residía muy dentro de mí y tal vez se lamentaría más adelante por ello.
Pese a que estaba entregado a mis instintos básicos de supervivencia, había comprendido que aquella pantomima de hacerse la víctima había sido parte de su trampa para desviar mi atención de su objetivo principal. Todo el tiempo no había sido más que un ratoncito corriendo a través de un laberinto hasta donde se hallaba la víbora.
Súbitamente sus pasos se vieron interrumpidos por la falta de espacio. Su espalda choco contra la pared detrás del escritorio y sus ojos de forma frenética siguieron mi trayectoria. Fácilmente pude haberme movido en menos de un segundo y haber acabado con su vida, pero ahora que la fachada de niña buena había caído bien podría demostrarle que el que juega con fuego, al final se quema.
-Tramposa.
Susurre con voz ronca. Ella sonreía por momentos, pero era una sonrisa a veces cargada de terror y a veces cargada de deseo. Ambos peligrosamente mesclados.
-Shhhh-Aun a sabiendas de que su vida estaba en riesgo tiro de la corbata que componía mi atuendo, obligando a nuestros cuerpos a juntarse-Tú eres un idiota, pero nadie dice nada.
Desesperada por encontrar el modo de desabrochar mi camisa se valió de sus manos hábiles y sus labios ansiosos para acariciar mi cuello. Parecía sorprendida ante mi apatía pero eso no la detenía.
-No.-Dije con sórdida firmeza. Sujete ambas manos por encima de su cabeza y apoye mi frente sobre la suya acariciando el rubor de sus mejillas-Ella es idéntica a ti.
Ni siquiera me moleste en compararla a ella con Mildred, pues sabía que mi hermana era idéntica a ella, excepto en el hecho de que Agatha era una vagabunda por vocación. La sangre de su mano se escurría lentamente por mi mano.
-Tócame, Angelos-Suplicaba casi entre gemidos retorciéndose bajo mi peso para liberar sus manos-¿Jamás has oído acerca del incesto?
Gruñí, casi como un animal apretando sus muñecas para causarle dolor, sin embargo parecía alcanzar niveles insospechados de placer en el modo en que la maltrataba. Una mordida… Eso era todo cuanto esta mujer pedía.
Una sola mordida, y entonces ambos quedaríamos satisfechos: Ella en su enfermiza necesidad de convertirse en una… puta de sangre y yo al alimentarme al menos por esta noche. Con excesiva fuerza perfore la piel de su antebrazo para beber de su sangre. No había modo que de este modo obtuviera el placer que tanto anhelaba y eso lo comprobé en cuanto grito desesperadamente. En un segundo paso de suplicar porque la mordiera, para suplicar porque me apiadara de ella.
Cuando me halle satisfecho y ella cerca de morir desangrada, solté su cuerpo para que callera sobre la alfombra. Pude ver como levantaba la vista bañada en lágrimas para ejercer de nuevo aquella sucia manipulación pero antes de que lo hiciera opte por tomar el saco que colgaba de la percha y abandonar aquel lugar pese a sus histéricos gritos que interrumpieron la actividad de los invitados a lo largo del pasillo de las puertas.
Ignorando sus curiosas e insistentes miradas abandone el sitio de la fiesta para encontrar con amarga sorpresa que solo se trataba de una de las tantas bodegas abandonadas en la antigua zona comercial de Dallas.
¿Moraleja de la historia? Nunca subestimes al rival cuando es una mujer…
Vamos a ver, si la próxima vez corro con la suerte suficiente para contar una historia semejante.

Nattyka01 de mayo de 2012

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