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El Robot

El sr R. Toda su vida sospecho que era un robot. No tenía pruebas para pensar eso, pero siempre supuso que debajo de su piel había cables y engranajes. Que su cerebro no estaba compuesto de neuronas sino de circuitos positronicos. Eso no le preocupaba en lo más minimo, ya que podía vivir la vida de forma normal, si es que algo asi existiese. Hace uno bien en desconfiar de todo el que se diga normal. «Yo soy un tipo normal que...» dice la gente y ya sabemos que lo que sigue no es típico de alguien normal. Más bien cuando alguien se declara normal, se declara a si mismo la norma, el centro de una cosa y que todos los demás serán medidos de acuerdo al grado de desviación que tengan de su "normalidad". «Nosotras nos juntamos a compartir experiencias con otras mamás, normales como nosotras» y ya sabemos que no vamos a encajar dentro de sus cánones y nos sentiremos unas mamás anormales, ineptas y hasta perjudiciales para nuestros hijos, siempre y cuando seamos mamas claro está. El robótico cuerpo del sr R. suplía todas las funciones fisiológicas humanas a la perfección, con todas las imperfecciones típicas a las que nuestros cuerpos orgánicos nos tienen acostumbrados. Dolores de rodillas, indigestión, colesterol elevado, el hecho de ser un inútil los días de calor agobiante y quedar reducido al razonamiento de un chimpancé cuando pasemos una noche sin conciliar el sueño, recorriendo cada centímetro de la cama en infinidad de vueltas, mirando furtivamente por la rendija de la ventana, sospechando una luz que cuando finalmente llega, anuncia el amanecer y con el, nuestro fracaso rotundo, y el triunfo del insomnio. Todas estas penurias tenía que vivir el sr R., igual que Ud, igual que yo. Su ya mencionado cerebro positronico si que era excepcional, pero no en un sentido mecánico, digamos, como poder realizar infinitos cálculos en corto tiempo o algo así, nada de eso, sino más bien que era excepcional en la forma en que reproducía los sentimientos humanos, el amor, el hastío, el odio, la felicidad, la desesperanza, la dicha pequeña pero eficaz de encontrar que la fila del supermercado que elegimos nosotros avanza más rápida que la de al lado. Nunca se había enamorado, por ahora, lo que tampoco lo descalifica ni como humano ni como robot. El sr R. podía pasar sin problemas por uno de nosotros. Y por nosotros me refiero a los que nos consideramos humanos ordinarios, y no androides como se consideraba el sr R. o algún otro con su mismo convencimiento. El sr R. trabajaba, tenía su grupo de amigos para no tener que pensar que hacer un sábado a la noche, se emborrachaba veces, con resultados vergonzosos, que por otro lado son los únicos resultados de una borrachera, eso y los dolores de cabeza. Veía televisión, tenía sus redes sociales funcionando, y por redes sociales me refiero a Facebook Twitter etc y no a las redes sociales que construimos en la realidad y que está compuesta por nuestros allegados, los viejos amigos los primos los tíos los compañeros de trabajo el verdulero el carnicero y el médico de cabecera. Toda gente en definitiva tan desconocida como la gente de las redes sociales virtuales. El sr R. no era una persona, o robot digamos para que no se ofenda, de muchas luces, metafóricamente hablando, aunque quizá su interior mecánico si integraba algunas luces en su diseño. Decía que el sr R. no era un muy inteligente, ni profundo en sus razonamientos, pero pudo deducir que si el era una creación, una máquina, un artefacto, habría entonces un artífice, un creador, un fabricante. Alguien o algo lo había hecho, así como era el, tan metálico. Quizá haya contribuido a esta inquietud sobre sus orígenes, a esta, no diremos búsqueda, pero si ligera curiosidad acerca de quién decidió su existencia, el hecho de que el sr R. no tenia recuerdos de su primera infancia, sino que sus primeras memorias eran de la época en que se mudó del orfanato a la casa de sus padres adoptivos. Ellos, sus padres adoptivos, eran humanos orgánicos, pero igualmente trataron al niño R. con todo el amor que suelen brindar los padres a sus hijos, y con todo el inevitable lastre de miedos y traumas que también suele acompañar ese cariño. Siguiendo la línea de razonamiento del sr R., cuya base es el hecho de suponer que uno es un robot, algo cuestionable como hipótesis, llegamos al siguiente escalón. El hecho de que si su cuerpo, su hardware por así decirlo, había sido fabricado por alguien, también su mente y su personalidad, su software, habían sido diseñadas, planificadas, construidas y, aquí llegamos a lo que verdaderamente aterraba al sr R.: programadas. Le daba pánico pensar que él, sus decisiones, sus pasiones, sus sueños, todo lo que lo hacía único, o más o menos único, recordemos que no era nadie en especial, aunque el no lo supiera y gustara de pensar que si, que toda esa individualidad, pudiera haber sido armado previamente en un escritorio de arquitecto, planificado vaya uno a saber con que fin. Que su libre albedrío fuera menos libre de lo que suponía, o fuera el albedrío de Otro. Se dirá que no ser libre bien implica que uno no tiene que responder de ninguna de sus acciones ante nadie, con la perfecta excusa de que a mi me ordenaron esto o lo otro, te dije que hagas lo que vos quieras, soy un robot programado y no pude evitar robarme esos diamantes, señor policía, Ud comprenda. No, el no era como esas personas. Quería ser dueño de su destino. Ya dijimos que no era muy sagaz y por eso no se dio cuenta de que nadie es dueño de nada y mucho menos de su propio destino, pero dejémoslo con su fantasía. De todas formas, durante mucho tiempo, el sr R. no tuvo problemas con su supuesta programación. Cada decisión que tomó, la tomó por su propia cuenta, sin ser títere de ningún Otro. O quizá su mente estaba tan bien programada que le hacía creer que no estaba programada. Como esas falsas inteligencias artificiales que están diseñadas para fingir dolor y decir Ay! cuando uno golpea la pantalla.

Pero, y siempre hay un pero sino no habría historias que contar, un día nuestro supuesto androide el sr R. se levantó con una certeza y un escalofrío. La certeza de que en su cerebro positrónico había impresa una orden, un comando inapelable, un mandato supremo contra el que el no podría hacer nada, y que esa orden iba a ser activada. Quien o que lo activaría no lo sabía. Por momentos pensaba que cuando se disparase ese mecanismo automático el se vería obligado a convertirse en una máquina asesina, o que su núcleo atómico, que naturalmente es lo que da energía a un robot, estallaria en mil pedazos. O sino, seguía pensando el pobre sr R., se vería obligado a obedecer las órdenes de quién fuera su misterioso Fabricante. Ese día el sr R. estuvo temeroso, inquieto, habló con poca gente y con recelo, temiendo que cualquiera le diga una palabra clave que causase su ruina y quizá la de su ciudad. Apenas se animó a pensar en nada, pero ya se sabe como son los cerebros positrónico, o de los otros de neuronas, cuanto más uno trata de no pensar, más piensa. Por suerte para los nervios de acero del sr R., acero literal, ya que no metafórico porque estaba realmente alterado, el fatídico y predicho suceso misterioso no se hizo esperar, y para la hora en que salia del trabajo, caminando a su casa, entrando en una farmacia para comprar alguna pastilla para los nervios, acercándose al mostrador, buscando la billetera para pagar, mirando a los ojos a la cajera escucho las palabras. «Hola, ¿algo más?» pronunciadas con la voz mas dulce que el sr R. había escuchado en su vida. Eso fue todo, esas palabras y esos ojos dispararon la orden oculta en la mente del sr R. La orden estaba en lenguaje binario, que es el idioma de los robots, pero traduciendo los unos y ceros a palabras castellanas, el mensaje quedaba algo así como «Déjate de pavadas R.» A partir de ese momento, a nuestro sr R. No le importó más si era un robot, si era humano, si era empleado bancario, los cuál no habíamos dicho, pero era, si era algo o no era nada, lo único en que podía pensar era en esos ojos. El sr R. se enamoró, y por suerte, para el y para los efectos de esta historia, la cajera tambien. Nunca más se acordó el sr R. de que era o suponía ser un androide. Sencillamente, no lo pensó más, ya no le importó. Pasaron muchos años, y un día, el ultimo día de la vida de nuestro héroe, mientras cruzaba la calle, por una casualidad que no viene al caso, para nosotros, porque para él si, ya que significó la diferencia entre la vida y la muerte, miro para la derecha y no vio el camión que venía por la izquierda a una velocidad suficiente para destrozar el cuerpo del finado sr R. Al ver a la gente que pasaba por ahí reunirse a su alrededor, como se reúne la gente normalmente alrededor de cualquier tragedia, comprendió que está vez el mismo era la tragedia. Todos miraban con asombro y estupor a su cuerpo destrozado. Recordó la inquietud que lo acompañó toda su vida, y quiso mirar el también, para comprobar y ver si salia sangre o aceite, si había tripas o engranajes, cosas blandas o cosas duras. Con un último esfuerzo inclinó su cabeza y pudo ver su propio interior. Sonrió, y murió.
Nicokramar28 de noviembre de 2017

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4 Comentarios

  • Polaris

    Sorprendente elato de ciencia ficción, una vieja pregunta, ¿tienen alma?.
    Sí no la tienen, algún día la tendrán.

    A esta página le hacen falta relatos así, y gente que los lea con detenimiento.

    Te felicito.

    Pol.

    28/11/17 05:11

  • Nicokramar

    Gracias! No se Si los humanos tenémos alma mucho menos los robots y menos que menos los que dudan si son humanos o robots.
    Gracias por leerlo!

    28/11/17 12:11

  • Jarraddavab-8040

    Tal vez consigamos que tengan una mejor alma.
    Davinia.

    30/11/17 03:11

  • Nicokramar

    Las buenas almas se construyen, hay que trabajarlas! Gracias Davinia por leer mi relato.

    30/11/17 05:11

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