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Cartas de Desamor

Desde pequeña, Ana tenía la necesidad de escribir. Escribía a Manuel. Asiduamente esculpía en un papel y a bolígrafo, todas sus vivencias, como hacen los escultores o como se hace con un diario.

Dos o tres cartas por semana. Al terminar de cada vómito de vivencias, la cerraba, apuntaba la dirección y nunca el remitente, y en el más absoluto silencio, a escondidas, salía del piso, bajaba en pijama hasta la calle y apresurada, tiraba la carta en el buzón que quedaba justo delante de su portal. Una especie de esas que hoy, se encuentra en peligro de extinción; al igual que las cabinas telefónicas.

Su madre, sabedora de todo, guardaba silencio, y la observaba siempre desde la ventana con una sonrisa, pensando que era cosa de niños. Sin embargo, la pubertad no cambió nada. La juventud tampoco. Y con treinta y pocos seguía sin colmar su apetito purgante de contarle a es amigo, una especia de psicoanalista desconocido, todo por carta, tan arcaico, tan romántico. Igual que siempre: de noche y en secreto. Sin serlo.

Hasta que un día, la madre, medio preocupada, en ese perpetuo instinto defensivo en el cuál están casi siempre las madres, le preguntó a Ana: -¿Cuándo nos presentaras a ese amigo?- Ella, enrojecida, al encontrarse descubierta, gritó: - Nunca.

La conversación murió allí mismo, cómo mueren los soldados al ser abatidos en el fragor de la batalla.

Pocos meses después, Ana se marchaba de casa para hacer un master en Boston. Dos años sin escribir ni una sola vez por carta a sus padres. Alguna llamada breve y distante, sobre todo al hablar con su madre.

Cuando estas durmiendo, soñando, si alguien te despierta, descuartizando ese mundo ficticio, es realmente molesto, desagradable, fastidioso y enojarse, habitualmente es el resultado. Si eso pasa estando despierto, los síntomas se multiplican y la huida coge fuerza.

Al regresar, Ana, les contó a sus padres que se casaba. De una forma sencilla, con pocos invitados y por lo civil. El afortunado se llamaba Manuel. El día de la boda, la madre se acercó sigilosamente a Manuel, al igual que Ana iba al buzón, para preguntarle si guardaba las cartas.

Manuel, sorprendido, respondió: -¿Qué cartas?-
Niebla06 de febrero de 2018

6 Recomendaciones

6 Comentarios

  • Luia

    Buen relato sobre una buena idea. Felicitaciones.

    Abrazos
    Lu

    06/02/18 09:02

  • Niebla

    Gracias Lu.

    07/02/18 04:02

  • Remi

    Cartas de desamor que acabaron en amor, bonito relato Niebla.
    Un saludo.

    07/02/18 06:02

  • Niebla

    Gracias Remi!

    El diario de Ana lo tiene Manuel y otro Manuel, tiene a Ana a diario.

    07/02/18 06:02

  • Voltereta

    Me gusta ese juego de personajes, ese dolor de ausencias y encuentro de desamparos, que acaban encontrando su lugar.

    Buen texto.

    Un saludo.

    07/02/18 06:02

  • Niebla

    Gracias Voltereta.

    08/02/18 04:02

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