Belleza flameante que quema a la nada, que destruye el placer de mis labios, que embriaga a la vista de un efervescente chasquido de tus caderas, verdad única que atrapa a mis oídos y despiertan al tacto de mis manos.
Elena murió, y hoy en el amargo silencio que reposa en su cuerpo, decido llorar y dejar caer a mis lágrimas, a ver si ellas despiertan y cicatrizan las heridas, a ver si mis inútiles intentos de escucharla, la hacen despertar del infrahumano sueño incandescente en la que se encuentra sumergida.
Nada sucede.
Ya el infernal tormento me ha tomado víctima de él. Las quemaduras en mi corazón se vuelven más dolientes, más sangrantes, más marcadas. Me envuelven en un sentimiento de dolor encontrado con la pasión acumulada que me dejaron sus besos.
Marcas que sellaron mi felicidad, a una desdicha de por vida.
Colores que pintan las paredes de innumerables formas, sentimientos que hoy despiertan a medio atardecer, pesadillas amargadas e incesantes latidos dejaron tus huellas. Mi cabello se corre por sí mismo, mi reflejo queda inmóvil dentro de su mundo, mis manos tiemblan mientras tomo una botella de alcohol.
Tú me miras desde atrás de mi nuca, y tan sólo tu presencia, despierta a mis vellos.
Mis ojos desorbitados y totalmente alertas, sostienen con fervor a la realidad que me rodea, sin embargo ahora las leyes de la física chorrean incesantes ante los chasquidos de tus pasos difuminados con el viento y la soledad.
Viniste de nuevo a mi casa, así sea tan sólo segundos. Te escapaste de la realidad de la vida, y hoy vuelves después de tu descanso a despertar a mis sentidos.
¿Pero no estás muerta? (me pregunto en mi mente)
Aún no se si eso me convierte en un paranoico que busca respuestas, sólo recuerdo haber cerrado los ojos, y sentir a tus dedos rozar mis labios.
Hoy despierto y no recuerdo si eso fue parte de la realidad o parte de mi consciencia.
