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Volver a Empezar

Desperté en un laberinto, con mis ropas rasgadas, mi mente embotada y ganas de llorar. No sabía quién era, ni lo que había pasado, pero en mi cuerpo tenía marcas que expresaban, que hablaban, aunque igual no las escuchaba.
Había gente a mi alrededor, desconocida, o quizás no, pero en realidad estaba sola.
Parecía como si hubiera hecho un viaje en el tiempo. Mi último recuerdo era… una foto borrosa, de niña, a veces feliz y a veces sola. Muchas veces sola. Entre esa foto y hoy mismo, solo la nada misma.
Por alguna razón, yo sabía que no podía salir de ese laberinto, pero sería esa mi tristeza? O lo que me hacía doler el pecho era no saber quién era? Que había hecho? Que había dejado de hacer? Que perdí?
La consigna... "para salir hay que cambiar".... Cambiar qué!!?? Qué hay que cambiar!? Empecé a preguntarle a la gente que seguían caminando como si yo no les hubiera hablado. Corría de un lado a otro con la indignación de quien cree que le niegan un derecho. Perdí la paciencia y sacudí el brazo a un par de personas al grito de “CAMBIAR QUÉ!?”. Solo logré que se alejaran a paso rápido. También logré que el resto de la gente hiciera un círculo aún más grande si debían pasar por mi lado.
Nunca fui demasiado buena con las frases sutiles.
Por qué las consignas no son claras si evidentemente todo el mundo sabe que hacer. Soy yo la que no entiende entonces. Soy la distinta.
Tomé del suelo lo que quedaba de mí, lo que parecía que me pertenecía, mientras me preguntaba cómo había hecho para llegar hasta ahí cargando tanto peso. Con los pasos cortos que me permitía el gran peso del bagaje me moví en alguna dirección que otra, pero al no saber en qué sentido debía ir, no avanzaba. Estaba cansada y ya no tenía demasiadas esperanzas de salir de ahí, pero seguí deambulando.
Tuve tiempo entonces de pensar que posiblemente fuera bueno no recordar lo que me había pasado antes. Evidentemente no era digno de recordar, o si. Y de todas formas, seguía desgastando mi mente tratando de volver.
Asumí que no tenía opción más que dejar mis cosas. Pesaban demasiado. Pero la verdad es que no las quería dejar. No me quería alejar demasiado de ellas tampoco. Y si las necesitaba luego? Y si simplemente las echaba de menos? Y si salía del laberinto y ya no podía volver a buscarlas?
No podía dejar una parte. Era llevar todo o nada. Pero todo era demasiado y nada, bueno, nada es la ausencia misma.
Me sentiría vacía. Como mis recuerdos vacíos. Como mi corazón vacío.
Cobarde. Eso era. Recordé una palabra. Víctima. Eso era. Otra palabra más. Los recuerdos comenzaban a fluir.
Pero esa persona que había despertado despreciaba esas palabras, se despreciaba a sí misma. Me golpeé en la frente con la palma de mi mano y grité: - ¡Sabía que no debía recordar!
Me senté.
Me di cuenta que era cobarde y víctima. Me di asco, bronca, repulsión. Pero como estaba adentro mío no me lo pude sacar. No era como dejar la caja, eso iba conmigo adonde fuera. Posiblemente pesara más que la caja pero no lo notaba. Llevaba tiempo conmigo.
Me di cuenta que por más que no recordara cómo era, o quién era. Aunque la memoria se me hubiera borrado por completo y no supiera de qué es cada cicatriz en mi cuerpo. Aunque mi pecho dejara de doler. Aunque esa foto borrosa de la infancia hubiera sido más feliz de lo que recuerdo. Aunque esa persona que era hubiera muerto y yo renacido.
Aunque todo eso se conjugara al mismo tiempo, yo no sabía cómo hacer para salir.

Nise22 de diciembre de 2020

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