Me senté en el sillón a contemplar la nieve cayendo a los tejados y cubriendo el paisaje de un fino mantón blanco mientras escuchaba con nostalgia alguna canción de Antonio Flores, de Rocío Durcal, de John Lennon. No tenía otra cosa que hacer que esperar, esperar, y esperar. Esperar a que llegase la primavera trayendo consigo mariposas y cerezos en flor. Quería volver a las primaveras donde comenzaba a brotar esperanza en sus ojos. A los veranos desnudos cogidos de la mano. Pero sabía que volverían los inviernos. Que volverían las tormentas y el frío, sin ningún remedio para descongestionar las peleas. Me había acostumbrado a enamorarme de esas flores que solo duran tres telediarios pero no a la soledad que me quedaba entre las manos cuando iban perdiendo su perfume y se acababan marchitando. Así que perdida entre recuerdos decidí que no podía seguir así. Busqué un amor de hoja perenne, por el que pudiese trepar hasta llegar a las estrellas, que me abrigara todo el año. Lo encontré al fin. Fue una hermosa casualidad. Esta gata sentada bajo la lluvia había esperado demasiado, pero al fin topó con otro gato que había gastado ya seis vidas y que me dijo "esta última, la quiero vivir a tu lado". Y nos quedamos juntos, imaginando que no hay cielo, ni infierno, ni posesiones, ni países, ni motivos por los que matar. Solo nosotros, gastando nuestra última vida viviendo juntos, maullándole a la luna.
Sí, seguro que sí. Lo mejor de leer y de escribir es que siempre se puede imaginar lo que uno desea que pase. Y además, cuando solo te queda una oportunidad valoras mucho más lo que vives. Besos!
Espero que aunque pasen los años sigan habiendo ilusiones, porque sino ¿qué es lo que queda cuando todo lo demás deja de importarte? Por suerte siempre estarán las letras, eso jamás nos puede faltar.
Saludos.