Fuimos a parar a la deriva. Los cinturones se habían volatilizado y los frenos estaban rotos. No lo recuerdo bien, pero creo que los estropeamos nosotros, como todo lo demás.
Una mitad quedó colgando por el borde del precipicio. La otra oscilaba, de vez en cuando, entre la tierra y el aire. No podíamos movernos si no queríamos caer a la nada. A ese lugar donde caían los pétalos de las flores que morían. Los restos de los corazones rotos.
No sabíamos si hablar. Si callarnos. Yo quise gritar pero supe que si comenzábamos a discutir caeríamos al fuego en el que arden la mayoría de las desgracias.
Entonces encendiste la radio. Sonaba esa canción tan hermosa, que bailamos aquella vez, cuando aún nos mirábamos con cariño y no asco. Sonreímos. No lo quisimos admitir, pero vaya si lo hicimos. Tanto que florecieron los árboles de hoja caduca en el invierno en el que estábamos. El mismo invierno que nos había calado los huesos, que nos había lanzado flechas, que no nos hizo un torniquete en la memoria para que no se escapasen los mejores recuerdos del baúl de las entrañas.
Pero acabamos ganándole, implorándole a Perséfone que nos trajera la primavera. Y nos la trajo, huyendo de Hades, pero nosotros supimos alargarla, hacerla infinita, y tan nuestra.
El coche dejó de balancearse, por un golpe de aire o quizás suerte. Salimos ilesos, abriendo las puertas, cerrando los ojos, juntando las bocas.

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2 Comentarios

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  Raul_amon

  Qué bonito, no hay mejor forma que esa para salir airosos de un momento así :-)
  Un beso!

  15/11/17 09:11

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  Remi

  Dices tanto con tu texto Olivia, hay tantas cosas que pueden dañar una relación y condenarla al fin, y sin embargo, con un simple y sincero gesto de cariño, todo vuelve a cambiar y comenzar de nuevo con una reconciliación. Precioso texto.
  Un beso.
  

  19/11/17 11:11