Se resignó a ser el alcahuete de una relación imprudente. Se presentó como cupido, con el fin de unir hilos rojos a los dedos de personas que ni si quiera podían soportarse. Los destinos de diversos seres fueron siendo emparejados, creando un embrollo con los alambres carmesí. Enredos que luego no podían desovillarse.
Aquel vínculo creado a la fuerza acabó en un homicidio involuntario. Quién sería el culpable si no el cupido de pacotilla. Él fue quien se entrometió. Él sería quien pagaría.
Se presentó ante el tribunal con la esperanza de la benevolencia como única vía de escape. Narraba con desesperación que su única intención era la de unir corazones. Pero ni el más clemente de los allí presentes habría indultado a semejante urdidor. Aquello que hizo era imperdonable.
Y así fue como el tan aludido amor quedó en segundo plano, en una sociedad donde los ovillos pasaron a ser negros, muy negros, y solo tejerían mantas para cubrir los esqueletos que ya únicamente yacían solos en un nicho, vacíos, sin nadie con quien reencontrarse en otro mundo posible.
Muchísimas gracias, Regina. Me puse a escribir por escribir, porque llevaba tiempo sin hacerlo, y para bien o para mal, eso fue lo que salió. Gracias. Saludos para ti también.
