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La Cabaña.

Recuerdo que cuando era pequeño siempre me gustaron las chimeneas. Me fascinaba el calor que me proporcionaban. Ver los trozos de leña ardiendo en el fuego y cuando estaban apagadas apreciar la rusticidad que esparcían en el ambiente. Leer junto a ellas era mi mayor placer.

En el verano de 1995 me ofrecieron una cabaña en el bosque a muy buen precio. Llamé a mi contador, le dije que necesitaba unos cuantos miles de dólares, que los depositara en cierta cuenta de banco, también localicé al vendedor de bienes raíces que me ofreció la cabaña y le dije que no había necesidad de papeleo, que la persona que se encargaba de la contabilidad de mis empresas se pondría en contacto con él para que se hiciera la compra-venta. Arreglé todo para estar fuera de la ciudad un mes y en cuanto pude, llené el tanque de gasolina y me aventure en automóvil hacia mi objetivo.

La laguna que me describió el vendedor comenzó a hacer acto de presencia, tal como la imaginé: el bosque la rodeaba y este se extendía al rededor de la orilla, como protegiendo la privacidad de ese mundo mágico lleno de calma. Contemplé la paz de sus aguas, a lo lejos se divisaba un ciervo y cientos de pájaros de todos colores sobre las copas de los inimaginables árboles. Junto a ella flotaban suavemente en tierra, dos cabañas pequeñas, de un café oscuro, paralelas a la orilla de la laguna. Me dirigí a la que tenía el tapete de bienvenido, la llave entro perfectamente en la puerta, y cuando ésta se abrió, me encontré con lugar exquisito; piso de roble, comedor con una vista preciosa, y una sala con un par de sillones junto a una chimenea un poco tiznada.

En el camino de la ciudad hasta acá me surtí de provisiones para sobrevivir algún tiempo, y aunque el viaje era largo, no hice pausa alguna para descansar. Estaba realmente hambriento, así que en cuanto pude me senté a disfrutar de una deliciosa comida, y mientras engullía el asado me di cuenta que no estaba sólo, porqué vi salir a un hombre, envuelto en un abrigo gris y encapuchado con un gorro negro, él cual se acerco a la orilla del agua como para respirar un poco de aire fresco.

Seguía observando sin mucho interés a mi vecino cuando repentinamente el abrigo y el gorro cayeron al suelo, y una rubia de mejillas rosadas en ropa de cama apareció. Casi me ahogo con mi bocado cuando me golpeó esa imagen tan fascinante. Parecía salida de un cuento de hadas, como una ninfa que con su andar ensalzaba la belleza de este lugar paradisíaco, un ser de luz irradiante de calor y una sensualidad juvenil increíble.

Me impresionó tanto su silueta que toda la tarde estuve soñando despierto con sus cabellos dorados y su tez de vainilla. Después de comer, recostado en el sillón, junto al fuego leí a Borges. Pensaba en esa eternidad del instante cuando sin darme cuenta me vi envuelto en un profundo sopor.

Desperté, un sonido como algo que cae al suelo me hizo ponerme alerta, mire mi reloj, eran casi las dos de la mañana. Los grillos cantaban. Sentía mucho frío, giré a mi izquierda y ¡vaya sorpresa!, ahí estaba la rubia, junto a mí, sentada a un lado del sillón, mirándome fijamente con sus ojos azules y la piel de sus mejillas coloradas que se acercaban cada vez más, hasta el punto que chocaron con mis labios. No emitió palabra alguna, sólo me beso. Sus manos recorrieron mi cuerpo y mis manos el suyo. En un instante estaba encima de mi abdomen desatándome el pantalón. Lo arranque de golpe y comenzamos a hacer el amor. Yo sentía docenas de manos que me tocaban por todos lados, que me rasgaban la piel con incandescente fervor cuando una luz cegadora me golpeó de pronto; era el coito que nos mando a la luna.

Una vez más, desperté, creí estar soñando todavía, pero no, estaba en la tierra de regreso. Me quité la cobija, me levanté y, quien iba a pensarlo, estaba desnudo. Cavilé un poco acerca de si lo había soñado, o en realidad sucedió. Me era imposible creer en la idea de que ella me hubiera visitado. Tal vez, pensé, fue un sueño lúcido, o tal ves un sueño húmedo, y me desnudé yo mismo. Esto último es lo que pasó, me dije secamente.

Desayunaba, el sol entraba por la ventana de la cocina tranquilizándolo todo con su calor, y al mismo tiempo, esperaba ver salir a esa diosa salir a tomar el fresco, pero nada, sólo pájaros y ardillas.

Pasé toda la tarde esperando a que saliera de su cabaña, rogándole a dios que se hiciera presente para preguntarle sobre lo sucedido, pero no hubo señal de ella en todo el tiempo que la esperé. Me aseguré de no pensar más en ello, y me dirigí al sillón a saborearme con las desventuras de la Nela. Al cabo de unas horas, Morfeo hizo lo suyo.

Abrí los ojos, los grillos con su orquesta, giré a mi izquierda lo más rápido que pude, enfoque en todos lados, pero sólo estaba la chimenea apagada. Me puse de pie, mire a mí alrededor, suspiré, triste porque, en un segundo, me ilusioné que volvería a pasar lo de la noche anterior. Me recosté. Bailaba en ese mundo de oscuridad que se forma bajo las cobijas y me aproximaba a la puerta que cruza al mundo de los sueños, cuando algo cayó encima de mi cuerpo y me hizo destaparme rápidamente. Era ella con su cara frente a la mía, y su sonrisa picara me invitaba a besarla. Empezamos a hacer el amor, esta vez, sintiendo sus largos cabellos en mis muslos y su carne sobre la mía, nos trasladamos a plutón a probar el hielo en las plantas de los pies hasta que me desmayé en éxtasis.

A la mañana siguiente, en cuanto me levanté de la cama, me di cuenta que estaba desnudo como el día anterior, sólo que esta vez en vez de dirigirme a la cocina a desayunar, decidí vestirme e ir directo a la casa de mi vecina. Salí, y corrí hacia la cabaña de al lado, toqué la puerta, pero nadie respondió. Eché un vistazo por la ventana, alcance a ver unos muebles con funda, una mesa vacía cubierta con una manta, y todo daba la impresión de que nadie vivía ahí. Me dije que era un estúpido y me fui a mi morada.

Esa tarde, no pude hacer nada más que pensar en mejillas coloradas, cabellos rubios y largos, y ese rostro angelical de la noche anterior. El alcohol me hará olvidarme, pensé inocentemente, así que bebí todo el vino que tenía, me senté en el sillón, y una vez más me quedé dormido.

Un perro me ladraba desde lo alto una montaña, y sus ojos rojos lanzaban chispas de rabia que hacían arder los campos de maíz, tropéese, caí a un precipicio y cruce el umbral de regreso a la tierra. Salté asustado por la pesadilla. Giré a la izquierda, a la derecha, voltee hacia arriba, y no había ningún ser a mi alrededor. Fui por un vaso con agua, lo bebí, regresé a mi sillón, me senté y cuando levanté mi cabeza ahí estaba, en un instante, de pie junto a la chimenea, la rubia desnuda esperándome. Me acerqué y le dije que me dijera su nombre. No emitió sonido alguno. Caminé hasta que la tuve tan cercas que pude acariciar su cabello, me miraba con ojos deliciosos. Le interpelé, ¿quien eres?, pero su única respuesta fue un movimiento de cabeza hacia atrás. Se dio vuelta, se agacho y metió una pierna por la chimenea. Le rogué que no se fuera, no me hizo caso, jalé de su cabello y se me quedó toda la cabellera en mis manos, tome su mano con fuerza y un gran trozo de cuero cayó al suelo. Dirigí mi vista hacia sus ojos, pero me ya no estaban las mejillas coloradas ni el vainilla de su tez, si no la cabeza de una cucaracha, la cual era del tamaño de un hombre, con unas protuberancias flácidas que parecían senos de mujer, patas peludas, y una boca empapada de un liquido viscoso parecido al esperma. Levantó sus patas delanteras y salió por la chimenea. Creí que vomitaría, pero lo contuve. Corrí por las llaves de mi auto, a toda velocidad conduje hasta la ciudad y nunca más volví a ese lugar del demonio.
Orgocf31 de diciembre de 2007

1 Comentarios

  • Abrahamsaucedocepeda

    Tuve una experiencia similar.
    Pero yo no sal? por la chimenea.
    Saludos, tu peque?o relato me desaburri? la ma?ana.

    04/02/09 04:02

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