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El Dictamen

El reverendo Luca Gabanelli llegó a Valencia comisionado directamente por el Vaticano. La curia romana lo eligió para una misión trascendental. Era un hombre que, pese a su juventud, contaba con una vastísima cultura. A los estudios de teología, derecho y licenciado en ciencias físicas, había que añadir sus amplios conocimientos en lenguas muertas. Sus traducciones de Cicerón y Luis Vives al alemán y al inglés, eran consideradas modélicas, según los especialistas, por la elegancia y el rigor sintáctico empleado. Orador brillante y polemista nato, ganó la más alta consideración de las jerarquías eclesiásticas, augurándole éstas un futuro prometedor como miembro destacado de la comunidad cristiana.
Iba a celebrarse en la capital del Turia un acontecimiento histórico. Un grupo de científicos y eruditos de la universidad de Berkeley, llevaban un año realizando toda clase de análisis y estudios a la mayor reliquia católica; el Santo Cáliz. Poseedores de unos medios tecnológicos refinados y hasta revolucionarios, los investigadores adquirieron el compromiso de realizar un dictamen definitivo sobre el Santo Grial. Y el informe no iba a limitarse a la parte material de la sagrada copa, sino que llevaría el respaldo documental oportuno. Tal y como anunció en rueda de prensa el portavoz de la universidad, los resultados sólo se publicitarían si los experimentos eran coherentes con el dossier preparado por el equipo de historiadores, rebosante de datos y documentos.
-Al igual que Isaac Newton, la universidad de Berkeley no formula hipótesis. O coinciden la química y la historia o no habrá dictamen. Pero si lo hay, será inapelable- llegó a decir el rector.
Al fin saltó la noticia. Los trabajos concluyeron con un éxito rotundo. Iba a revelarse al mundo un descubrimiento que, en un sentido u otro, conmocionaría a mil millones de fieles. El lugar elegido fue la ciudad de Valencia entre muchas candidatas a acoger el evento. Y ello, gracias a las discretas y efectivas gestiones de su arzobispado, aduciendo ante Roma el derecho que asistía a Valencia por ser el lugar que custodiaba la reliquia desde hacía varios siglos. Además era firme intención de la iglesia valenciana popularizar el incalculable tesoro que, incomprensiblemente, permanecía desconocido para la mayor parte de los católicos.
Las calles de Valencia bullían en las fechas anteriores a la conferencia. La expectación causada por un hecho que iba a confirmar o desmentir una de las bases de la cultura occidental, superó cualquier previsión. La mayoría de los periódicos, cadenas de radio y de televisión de relevancia de los cinco continentes, enviaron delegaciones a seguir la noticia. A ellos se unieron gentes de la cultura, del clero e incluso algún estado mandó una delegación diplomática. Por unos días Valencia fue el centro cultural y espiritual del mundo.

Luca Gabanelli, madrugó el día crucial. Cuando la aún ciudad dormía y las calles estaban desiertas, el reverendo salió a dar un paseo. Remontó la calle Moratin hasta llegar a la plaza del Ayuntamiento. Le gustaba ordenar las ideas antes de intervenir en público. Las órdenes recibidas eran tajantes. Si el postulado desmentía la autenticidad del cáliz, debería interpelar a los ponentes, creando un ambiente de confusión y duda. Como buen sofista, emplearía los argumentos idóneos para rebatir las pruebas por evidentes que fueran. El futuro de la fe y el crédito de la Iglesia se jugaba en esa mañana, que empezaba a atisbarse cálida y luminosa.
Luca tenía unos conocimientos formidables de historia antigua y estaba al corriente de los avances científicos. Acostumbrado a pugnar dialécticamente con los mejores eruditos, nunca salió derrotado de un debate. No dejaba nada al azar y era un estudioso, tanto del asunto a tratar como de los contrincantes con los que tenía que rivalizar. Antes de partir de Roma, dedicó noches enteras a conocer a todos y cada uno de los componentes del grupo que analizó la reliquia. Si los argumentos expuestos resultaban incontestables, el recurso consistiría en descalificarlos mediante el ataque personal a los académicos. Por eso era importante conocer sus trabajos, sus publicaciones y su vida personal. Cualquier mancha podría resultar útil según derivaran los acontecimientos
La hora aconsejaba ya regresar al hotel. Tomó la calle embajador Vich e hizo un último repaso mental de la estrategia a utilizar en caso de ser necesaria.




El hotel y los aledaños congregaron una cantidad ingente de personas. En el salón de actos había cámaras de televisión y micrófonos por todos lados. Ni un sólo rincón quedó libre de algún artilugio audiovisual. En la mesa presidencial se hallaba depositado el cáliz. Los tres encargados de dar a conocer el dictamen, miembros destacados de la universidad de Berkeley esperaban pacientes que los murmullos cesaran por completo.
Tuvieron que transcurrir algunos minutos para que imperara el silencio. Tomó la palabra el doctor Harris Jones, profesor de química. Inició la charla con una serie de frases ininteligibles, tras las cuales hizo una breve pausa para observar a la audiencia. Continuó hablando sin que nadie de los presentes entendiera una sílaba de lo que estaba diciendo. Nadie excepto Luca que de inmediato captó que aquel hombre se expresaba en arameo. Le inquietó que ese detalle le pasara desapercibido cuando estudió a fondo su vida. Harris seguía su conferencia ajeno a un rumor creciente. Los profesores Janet Sullivan y Paúl Cook sentados a su derecha e izquierda, se miraron asombrados. Un periodista levantó el brazo con energía. El doctor hizo un gesto de asentimiento para que formulara la pregunta. El reportero atrajo la atención de los presentes porque habló en griego arcaico. A modo de respuesta Janet Sullivan balbuceó en hebreo. Un rápido clamor se apoderó de asistentes y conferenciantes. Nadie entendía a nadie.
A Luca Gabanelli se le iluminó el rostro. Una sonrisa sarcástica se dibujó en su boca. Por segunda vez los hombres quisieron acercarse demasiado a Dios. Y los reprendió con el mismo castigo.



FIN
Parzenon6016 de julio de 2015

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