El unísono callaba cohibido por la inclemencia del transcurrir sin sentido. La inmensidad se rebajaba ante el postulado de lo ínfimo, que con su totalitariedad, dogmatizaba lo insignificante. La notariedad de lo no ocurrido acaparaba la infructuosa atención de la ignorancia, que con satírica enfatización, se mofaba de la sabiduría. Reunidos en el tratado un amalgama de acontecimientos inconscientes, intentando establecer el más caótico de los órdenes. La necesidad de un recíproco entendimiento entre términos hostiles. La obviedad pedía turno para argumentar su ambigüedad. Una dicotomía aparecía sorprendiendo a los pragmáticos. El inconformismo negaba cualquier tipo de imperación. Dubitaba la duda sobreestimada, que saludaba hipócritamente a la tenacidad de la constancia. La comitiva se frustraba ante la impotencia del renacer caduco. La incredulidad permanecía ausente de mutus propis. Analizaban la hipótesis de reanimar la intransigencia, que detrás de un pedestal, agarraba por el cuello a la cólera, sosegada por la situación. Una tolerante calma se alzó indiscretamente como queriendo anteponer el status quo. La inquietud se alegraba de la agitación súbita, mientras la incertidumbre captaba todas las atenciones.
Cuando la atmósfera abstracta reconoció su innecesidad, huyó de la disputa, el uso de la lógica entró en escena. Entonces, todos los comportamientos del raciocinio humano captaron la esencia de aquella congregación. Redactaron pues, los estatutos de su convenio. El primer punto plasmó la libertad de aparición esporádica ante una determinada causa. Segundo, fue la prohibición de solapar y obstaculizar la presencia de cualquier otro sentimiento. Por tercer y último punto, establecieron la promulgación de cualquier otro nuevo afloramiento sensual HUMANO.
Llegar a una resolución gratificante para todas las partes, es una ardua tarea. Consenso y humanidad son indispensables para conseguir "ad concordiam"
Adonais.
